19.12.12

El arma del diablo



No importa. La falta de motivación es un juego. La sensación de estar actuando. Uno se queda así, parado en la puerta, y todas las palabras que  se le ocurren se borran en una pulsión incontrolable de la memoria por destruirlo todo. Por dejar, como en resaca, sólo agujeros débiles y negros que significan una cosa y no despiertan la ambigüedad que despierta el resto del mundo. El pasado es todo contracción en las rodillas, bollitos pequeños en el fondo del cerebro.


Jugamos. Estamos alertas a un cambio imposible. Tragamos saliva, se nos arquean las cejas ante una noticia. Y tratamos como mártires de exponernos frente a los culpables de nuestra desidia sin pedirles explicaciones. Después otra vez: el juego de la actuación, de asumirse a uno parte del absurdo, de comerse las sobras de la pena con vino, una sensación de libertad, fabricarse una casa de sábanas adentro de una casa, estar en la casa de sábanas como un refugiado que no merece otro lugar. Ahí adentro, si no movés la pieza tu lugar será siempre el mismo. Pero los nudos, las contracciones, los chicles pegados a las patas que impiden mover la mesa. Pero tantas tormentas pronosticadas, tantos designidos del destino. Estoy señalado por el arma del diablo y me persigue hasta cuando camino por la calle y parezco y me siento uno de los otros. No te preocupes, estamos jugando. Es ver una película y llorar a pesar de y porque el villano no existe. Sin la contradicción serías punto muerto: respirá hondo, llénate de paz, no sos como los otros, porque nadie tiene los nudos. O cada vez menos. Los hombres son cada vez más una sustancia completa, sin capas superpuestas, sin factores en conflicto, una cosa chata y lineal que a lo sumo elije cuerpo o alma para que cumpla el papel correspondiente. Pero vienen con la imposibilidad adosada e que  se choquen. No desesperes, ellos a los diez años dejaron de jugar, a vos te queda una vida por delante. Por cada movimiento dudoso, cada vez que habilites al enemigo, cada mentira que te fabriques, cada vez que llores, ahí sonará la campana, se levantarán los espectadores, y una ola de gritos desesperados esperarán que esta vez sí, esta vez llegues antes. Y no te importarán los demás, que corren a veinte kilómetros atrás tuyo, te importará el arma del diablo que sí, que está siempre cerca.

22.2.12

Rat


"La libertad es la posibilidad de aislamiento. Eres libre si puedes alejarte de los hombres, sin que te obligue a buscarlos la necesidad de dinero, o la necesidad gregaria, o el amor, o la gloria, o la curiosidad, que en el silencio y en la soledad no pueden encontrar alimento. Si te es imposible vivir solo, naciste esclavo. Pueden ser tuyas todas las excelencias de espíritu, todas las del alma: será un esclavo noble o un siervo inteligente, pero no serás libre." Fernando Pessoa




Ahora todo es una rata. La calle, la ciudad, los cordones asfaltados y sus agujeros de aguas estancadas, las luces podridas de los suburbios, los barros pisoteados por los chicos, el paisaje urbano desde la ruta. Todo tiene bigotes blancos, cola larga y serpenteante, mirada fría y parpadeante ante la luz. Todo besa las migajas que sobran y las huele con desconfianza, evaluando a la presa como a una gran y única misión secreta y los cuerpos de la gente son pelos erizados y los besos que se dan son los roces peludos de sus puntas, y en cada atardecer las sombras se mecen sobre su gran cuerpo y dejan entrever sólo su contorno erguido, que busca alimento para pasar la noche. Ahora todo es, sin querer decirlo, sin que nadie quiera saberlo, una rata con las garras abiertas al sol. Y cuando llueve, la rata se oculta en sí misma pero aún así se moja, y amanece para que sus pieles se sequen lentamente, haciendo que las nubes se disipen y el sol encandile engreído y haga sentir a los charcos fósiles insignificantes. La rata es la ciudad, ruidosa, menos que una gran ciudad, más que una rata o no, es la rata, zarandea sus ramas cuando azota el primer otoño, las oleadas de soledad sobre las hojas, la rata hace repiquetear sus patas en baldosas irregulares, se hace notar en el peor silencio de la noche, cuando recién empiezan a bostezar las sospechas, y ya están casi distraídas de sus deberes, los detectives se quitan los anteojos, los niños ya no se escandalizan, las parejas abandonaron por mandato natural su sexo mórbido, las mujeres solas contrajeron sus ojos para evitar los últimos llantos, ya están respirando profundamente sobre sus almohadas con los ojos casi abiertos, cuando aparece, sigilosa, casi fugaz. La rata es un sueño olvidado, y al verla todos recuerdan ciertas nimiedades que brotan como una enfermedad mortal desde su estómago para succionarles el sueño y dejarles a cambio una única imagen que ya no extirparán. Una voz como de niña aparece. Susurra una canción bien pronunciada en inglés, el viento la lleva y su origen es indescifrable. La rata anduvo en todas las casas pero nadie se levanta, ya sea porque ya estaban levantados, ya sea porque estaban recostados y la amenaza del roedor los escandalizó tanto que no pueden moverse y ven venir su mordedura como el único gran suceso que podrán contar algún día. Aunque la voz no calle, está incorporada al silencio, es una canción de cuna para un montón de cuerpos.


Cuando todos despiertan, ya no se desperezan. Abren la boca para mostarle sus colmillos al aire, el aire no responde y beben cualquier agua para salir a andar las calles frías de humedad y un ambiente de próximo asesinato. La mujer añora un hombre pasado y ya sabe que no lo olvida, baja la cabeza y aunque otros ojos aprecien su belleza fresca, ella siente los suyos rojos y las luces la enceguecen.


Allí hay una cueva, aunque sabemos, la cueva es una rata.