22.2.12
Rat
5.12.11
la tarde
Si no vas a tirar todo lo que escribiste, pulilo.
Pensá que sos un carpintero: hiciste un montón de sillas a medias. A algunas les falta una pata pero están pintadas, las otras están enteras pero sucias, o son demasiado feas pero con buena estructura. Una encima de la otra, no se conectan, no hay un concepto, una razón, no hay una casa donde vayan a estar, un restaurante, una plaza, la sala de espera de un hospital, nada, duermen con vos todos los días, parecen gatos muertos, peor, nunca estuvieron vivas, pobres sillas. No te dan lástima, Paula, tan solas, tan inconclusas, tan despojadas de una funcionalidad, todavía con la esperanza de ser como las grandes sillas de la realeza, quieren guardar los culos de reyes poderosos, de presidentes millonarios, o quizás otras prefieran niñitos con harapos, o gordas con trapos sucios que descansan con un cigarrillo entre los dedos hinchados, cada una tendrá sus ambiciones, sus deseos de princesa, sus pretensiones y sus inseguridades. Se parecen a los hijos descuidados que la gente da en adopción, sólo que para vos tus sillas son tan hermosas, y sos tan insulsa y orgullosa que no te animás a dejarlas en libertad, entonces las retenés mientras sufren, se pudren y degeneran, tienen novios malos y drogadictos que les hacen nacer ojeras y arrugas, las invitan a los vicios y al sexo sin protección, tienen enfermedades venéreas y mortales, o adoran cortarse las venas con cuchillos de manteca para darle de beber la sangre al gato. Algunas son homosexuales y tienen remeras de bandas que les quedan cortas, unas rubias, otras morochas, pero eso sí, todas inconclusas, las sillas, las pobres sillas. Llegará también el día de su muerte, iguales, rotas, sin pintar, sin piernas, con la pintura descascarada y el barniz sangrante, sin el desenlace elegido, será otro, el impuesto por el tiempo, el mismo fin de los mortales, que si no se suicidan, si no los pisa un auto, si no se mueren de amor - como vos querés, en el fondo, que tus hijas mueran - perecen solos en el simple momento de no respirar, se les ablandan las manos, los ojos se voltean, la sangre se congela, los músculos se relajan, y adiós.
Ojalá tus hijas tengan un final así, tan trágico y terrible, tan parecido al de todos algún día pero sin embargo develador, una luz celeste, nada, es como todos, vas a pensar, y eso que ahora las sillas están en el cuarto, les da la luz concreta de la tarde, la madera iluminada te invita: lustrame, contorneame, limame, lanzame, aniquilame con un cuchillo, agujereame, no te duermas, porque te estás durmiendo, regalás la imagen de tu muerte, Paula, si tenés sillas ahí, como tantos otros quisieran tener, sillas, para venderlas y mostrar tu talento, viajar por el mundo con ellas en una camioneta, repartirlas a los embajadores, a los diputados, a los pobres marginales, a los pacientes de los psiquiátricos, a los ancianos con andadores que no puedan cruzar la plaza, Paula, la gran estrella mundial, cotiza sus sillas en euros y en dólares, candidata al premio Nobel el año entrante, miren sus sillas, tan turgentes, tan brillosas, tan maravillosamente terminadas, relucen en las calles de San Francisco, de París, de Venecia, de Lisboa, de La Habana, todas las comunidades la aplauden, la veneran, sus sillas unen culturas de todo el mundo, y ella lleva un largo vestido blanco y tiene su silla preferida en el regazo, la última, dice que la próxima saldrá dentro de dos meses, aguarden con ansias su llegada, es para la ansiedad, para que recuperemos la relajación perdida en estos tiempos, es acolchonada, roja y reclinable, perfectamente acabada, quien se siente en esta silla, dice Paula, no pretenderá otra satisfacción en la vida, sonríe, saluda con las manos y todos aplauden mientras balbucean entre sus abanicos, qué talento, qué mujer.
Y vos con tu silla en las piernas, como están todas ahora pero en vos, imaginalas, despiertas después de este largo sueño como si fueran enfermos que es preferible que descansen porque despiertos son un problema para la familia y los trabajadores del hospital, si tuvieras las herramientas, su pudieras estirar un poco el brazo, así encontrarías los pinceles, las pinzas, los punzones, los martillos, lo que sea estaría bien, tardes de encierro, ahí arriba, dibujando los detalles, descartando las maderas podridas, pero después vendrá el éxito, en constante subida, ya sabés, estrellas en la cabeza, peinados ominosos, primeras tapas en revistas y el dinero saliéndote por los poros, por las orejas, y las sillas, tan solas ahora, donde estén, bueno, donde las mandes cuando despierten, pobres sillas, tan sobre las sombras, qué futuro les espera, ya verán, ahora tranquilas
duerman.
13.11.11
el pedido 1

Hace años que intento escribir una novela, a pesar de que su elaboración me parezca, de por sí, un trabajo vano, demasiado realizado a lo largo de la historia y que, por otro lado, me sería imposible concretar en mis circunstancias actuales - convivencia con personas ruidosas, bloqueo mental para la creatividad y exceso de trabajo diario, está bien que son excusas, razones buscadas en el exterior, pero razones al fin, puedo decirte - y como esta falta de posibilidad para hacerla me encierra en una depresión especialmente a altas horas de la madrugada, es decir ahora, cuando mi pulso conserva un cigarrillo entre mis manos y la noche me regala una soledad desacostumbrada y evidentemente casual, y los autos pasan en su pulsión acelerada para recordarme mi inmovilidad, te escribo con el sencillo y banal objetivo de que me cantes, sin ningún tipo de prejuicio ni elaboración previa, un argumento posible. Entiendo que elaborarlo no es sólo cuestión de imaginación infantil - cosa que, por otro lado, he perdido - sino de una noción de las necesidades narrativas y estilísticas, que requiere trabajos y estudios de cátedra, amplios conocimientos sobre las elaboraciones novelísticas anteriores y una originalidad inusual en estos tiempos en que todo parece ya hecho por manos que placen enterradas bajo nuestros pies hambrientos de nuevas ideas.
No voy a plantearte condiciones para que una tarde, con los ojos desorbitados y los dedos temblándote de ansiedad, te sientes en tu silla de algarrobo, frente a tus papeles viejos, frente a tu pantalla blanca, a escupirme una sinopsis perfecta de lo que será, dentro de unos años, la novela del siglo, aunque sea olvidada en el siglo siguiente, o juzgada con desgano como la mejor novela de la primera mitad del siglo veinte, cosa que, todos sabemos, no significa nada más que el hecho de que seré mejor que mis contemporáneos, y eso no me estimula gran cosa. Sino que te exijo una capacidad de la que carezco, como se le exige a un amor todas las virtudes de las que uno prescinde. Escapate de los lugares habituales, no necesariamente de una manera física, y contraé tu musculatura hasta no tener noción de ella. Lo mismo con los sentidos y con las articulaciones. Sentite, en sentido figurativo, como una estatua observando superior el mundo cubierto de musgos y débiles gusanos, apreciando con ojo preciso todos sus bericuetos, sus interrelaciones, las luces celestes que brotan en los cortocircuitos, las conexiones perfectas entre las especies animales, y extraé como una bruja extrae de entre una mezcla de cabellos y sangre, una metáfora deliciosa de la existencia en la tierra. No es este un trabajo que nadie haya realizado antes: probablemente todos los escritores de grandes novelas lo han hecho. Y por eso confío en que no será para vos más que un trabajo que, sabiendo que ha tenido buenos resultados, realices con gran relajación en tu mente, a pesar de todas las tensiones que te solicité, y que sé que sabrás perpetrar con detallada perfección.
Espero que comprendas la gravedad de mi momento, que por otro lado, a simple vista, no demuestra grandes dificultades - mi calidad de vida es, naturalmente, casi absoluta, en términos de lo que se determina en las estadísticas - pero que, paralelamente, encierra un trasfondo torturador y monstruoso. Mi vacío creativo es una bestia negra que surge desde el fondo
de un pozo, en las mañanas soleadas, en las tardes roncas, para recordarme la tragedia de mi vida sola, de mi muerte inevitable, de mi falta de capacidad para llevar a cabo cualquier acción que pretenda mi inmortalidad. Te veo leyendo mis palabras con tu paciencia exhuberante, con tu aire altanero y soñador entre el humo de tu tabaco oscuro, y casi lloro al imaginar tu pensamiento trabajando en la historia al mismo compás que mis palabras. Somos dos creadores innatos cuya capacidad de creación ha nacido incompleta: basta esta carta para demostrarlo. Solicito la imagen de tu mano surgiendo desde las olas torrentosas de un río cuya corriente rápida vuelve a la catarata un destino inminente, el beso de tus labios secos sobre las mías, en casi completa proporción, torcidas entre las hojas en blanco.
Esperaré tu argumento, mis rodillas temblarán delante de la puerta, y alzaré los ojos cuando oiga el sonido de tu carta cayendo en la puerta de mi casa. Ya que los medios de comunicación actuales no te son cómodos, aceptaré la tardanza intentando mientras tanto crear mi propio argumento, sólo para demostrar que siempre vas a terminar siendo vos el maestro de la creación, y yo una simple empleada de tus pretensiones de éxito, a pesar de que en este momento, mientras me lloran los ojos antes de las últimas palabras, sienta que serás el esclavo más correctamente persuadido y eficaz que algún burgués haya pretendido en la tierra.
17.10.11
Un libro sobre todas ellas

23.9.11
sábado

mañana es sábado. los sábados son días de monopatines: todos salen por todos lados con sus monopatines, me dijo, mientras masticaba un escarbadientes con los colmillos, cosa que lo convertía en un mutante, un asesino que estaba saboreando mis pestañas a través de su saliva pastosa
los monopatines son ruedas, eso es lo curioso, nadie es sino dos ruedas que giran sobre la calle, y se traban a cada paso con baldosas mojadas o, en la mayor parte de los casos, con las mismas irregularidades de las baldosas: nadie construyó el mundo con el objetivo de que uno lo ande, decía antes de tararear una melodía de dulce entonación y siniestro sentimentalismo los que lo construyeron eran también los que andan, escupí un trozo de cartón sin conocer su verdadero origen, si había estado oculto en la comida que había ingerido minutos antes, o se había escapado de un bolo de días atrás, que me estaba dificultando desde hacía días la respiración - hubiera muerto
su boca se torció torpemente, su tez se tornó blanca, su brazo me acarició la mejilla con una ternura que nadie me había manifestado desde mis primeros años, y anduvo entre mis manos como una melodía que intento exteriorizar entre las teclas de un piano, me transformé en el pequeño ser que canta las canciones sobre la muerte y el desprecio de los hombres
como un monopatín andando sobre sus ruedas, usted es un animal carnívoro, y aún no conoce más que su propia carne. eso es la juventud, y baldeó sus pómulos con el agua eterna de todos los manantiales de su cabeza torcida por el gesto forzoso de la mordedura
18.9.11
el trabajo

Al despertar, obedezco a una sucesión de acciones que a mi cuerpo le resultan prácticas y convenientes. No atravieso graves obstáculos, ni me miro al espejo demasiado seguido - por el riesgo inminente de encontrarme con un rostro distinto, una prolongación de las ojeras, un grano inoportuno antes de un encuentro formal - ni consumo mezclas de alimentos que puedan revolver mi estómago e impedirme concretar después el resto de las acciones que mi cuerpo debe encarnar con una obediencia de la que me creía incapaz. Cerebro y cuerpo están desfasados: pertenecen, cuando toman conciencia de sí mismos, a sintonías tan dispares, a preceptos tan opuestos, que un encuentro entre ellos significaría un colapso psíquico. Por eso parece lo más conveniente mantenerlos en puestos diferentes de trabajo. Lugares separados, espalda contra espalda, y, sobre todo, procurar que jamás compartan el momento de descanso.
Mi mente está en un estado crítico, en el que apenas reacciona a los estímulos, y responde muy bien a todo proceso uniforme: basta realizar una acción bien enseñada para obtener el resultado que pretende cierta superficie de la tierra. Su satisfacción es para mí una sensación nueva, y se parece al placer que uno siente al dormir durante muchas horas sin haber sentido antes el mínimo cansancio. Miembros entumecidos, descontrol de los pensamientos, y un deterioro estrepitoso de toda tendencia revolucionaria.
Las palabras vuelven a querer ser nombradas: yo no escribo para nadie, porque ejercen tanta presión sobre mis hombros inclinados, que me esclavicé a ellas de la misma manera en que automatizo mis manos para producir todo aquello que se me escapa: las palabras y las máquinas convirtieron mis horas de sueño en el infierno monstruoso del que me desespero de huir como una niña apresada en un cuarto pequeño. Mi cuerpo y mi mente se encuentran, son bestias que se pelean con grandes sablazos y tienen en la mente estalactitas, y tienen en los ojos un destello de luz azul que ampara sus pómulos abultados. Batallan durante horas en un campo desolado, y siempre despierto antes de que mi cuerpo caiga muerto en el pasto húmedo, como si mi mente se compadeciera de él y me obligara a regresarlo a la paz de su inconciencia, al paso unánime de sus días dormidos.