a César le carcomia las encías y es literal
que un pedido de leche pudiera tardar tanto,
aunque miles de razones
ya creadas por él
ya provenientes del mundo exterior
el mecanismo complejo de un supermercado
podían apaciguarlo, él se entusiasmaba con sentirse ansioso, oh, única circunstancia de la vida en que tantos podemos por un rato sentir el pellejo encrispado y tocarnos el corazón para comprobar si sigue latiendo, porque por pura cobardía y ego ni perseguimos anhelos pretenciosos ni nos imaginamos persiguiéndolos y digamos que a César hasta que no tuvo que esperar la leche hacía unos dos meses que el cuerpo le parecía olvidado y ya empezaba a descartarlo de sus asuntos prioritarios, lo reemplazó por otros, se enamoró o creyó enamorarse unas cuantas veces y el desgaste que / sabía de antemano / eso le supuso lo dejó por fin en un letargo suave, un masaje constante en las costillas, un estado zen de decapitación y la capacidad asombrosa de al fin ver su vida como un sinfín de agonías nunca finiquitadas que lo dejaban creer que si la rueda seguía nada iba a terminar demasiado pronto
pero es la vida una catarata de imprevistos, tan bella como inevitable, la leche
venía en un carrito de supermercado casi sin rejitas, casi todo agujeros, y entre
calles abolladas por el mismo devenir urbano caía y caía y cada vieja que atrás
andaba sufría un resbalo que en algunos casos la hacía morir del susto, conducido el
carro por un viejito que de flaco se doblaba y de doblarse hacia que el carro más se
inclinara hacia sus costados y la leche siguiera un ritmo de derrame casi perfecto,
claro que César no imaginaba pero casi, porque imaginaba muchas e infinitas causas,
nunca esa, me dirán, pero somos todos un poco nostradamus, un poco reyes de nuestros
destinos
fue porque el viejo trastabilló con uno de estos sucedáneos agujeros que todos los
sachets sufrientes acabaron por entregarse a su ansiada caída y dijeron pum pam,
resbalaron, abrieron un agujero entre las rejas flacas y se estamparon en escultura
vanguardista sobre una calle casi aturdida por la vida fugaz de los porteños, a lo
que el viejo respondió con un sollozo final
como cuando luego de querer hacer algo sin querer hacerlo por fin nos funciona eso de que termine y es mucho peor que todas las desgracias que jamás imaginamos
por una calle va el deseo y por la de enfrente la compulsión, si es que el deseo va, y si la compulsión se cae uno tiene que cruzar porque César y el viejo eran cámaras observando el andar de sus propias inquietudes
así como pasó una hora de su llamado y césar se miró al espejo y vio que los dientes
se habían invertido de lugar, o sea que en lugar de morderse entre ellos estaban
mordiendo ese sostén maravilloso, creación sagrada de la vida, una masa de carne
impenetrable que ojalá se nos vea lo menos posible cuando sonreímos, se movían para
arriba para abajo empeñados en derribarla, hacerla mismísima nada, quedarse solas en
su reino de la boca, y luego César se miro los ojos, que como poniéndose rimel no se
cerraban ni por secos, era una imagen coordinada. dientes arriba y abajo, en armónico
movimiento, pensó César que la vida es necesitar calcio para que estos accidentes
sean evitables y luego remotos y luego por fin olvidarse de ellos,
pero es así el deseo, nada se olvida, ni César olvidó entonces un sueño en que no
tenía dientes, y esta es una historia trivial sobre las cosas que se caen, las cosas
se le cayeron a César para que el viejo cayera, o al revés, eso no importa, el
viejo cayó en la calle y una vieja lo pateó con zapatos muy nuevos, lo invitó a
pasear, hicieron alguna fiesta de té, dejaron sus vidas afuera / no sé cómo se hace
eso, sinceramente/ y cuando ella le preguntó por qué hacía trabajos de cadete, él se
puso en un estado un tanto melancólico y distante, y decidió que esta vez no le ganaría
esa traba y de prepo, cuidando de no interrumpirle la palabra, la besó en la boca con
mucho / y no es cualquier adjetivo / ruido de babita espesa
"cada uno en su lengua puede exponer recuerdos, inventar cuentos, emitir opiniones; a veces incluso adquiere un estilo hermoso, que le proporciona los medios adecuados y le convierte en un escritor valorado. pero cuando se trata de urgar por debajo de los cuentos, de hacer mella en las opiniones y de alcanzar las regiones sin memorias, cuando hay que destruir el yo, no basta con ser un "gran escritor", y los medios deben resultar siempre inadecuados, el estilo devenir en no estilo, la lengua libera una extranjera desconocida, para que uno alcance los límites del lenguaje y devenga otra cosa que escritor" Gilles Deleuze
1 comentario:
Aquí estoy, soy Esteban y ayer escuché este gran texto en la Psicofango...
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