6.8.13

Fiesta de té

a César le carcomia las encías y es literal
 que un pedido de leche pudiera tardar tanto,

aunque miles de razones

ya creadas por él

ya provenientes del mundo exterior
el mecanismo complejo de un supermercado 


podían apaciguarlo, él se entusiasmaba con sentirse ansioso, oh, única circunstancia de la vida en que tantos podemos por un rato sentir el pellejo encrispado y tocarnos el corazón para comprobar si sigue latiendo, porque por pura cobardía y ego ni perseguimos anhelos pretenciosos ni nos imaginamos persiguiéndolos y digamos que a César hasta que no tuvo que esperar la leche hacía unos dos meses que el cuerpo le parecía olvidado y ya empezaba a descartarlo de sus asuntos prioritarios, lo reemplazó por otros, se enamoró o creyó enamorarse unas cuantas veces y el desgaste que / sabía de antemano / eso le supuso lo dejó por fin en un letargo suave, un masaje constante en las costillas, un estado zen de decapitación y la capacidad asombrosa de al fin ver su vida como un sinfín de agonías nunca finiquitadas que lo dejaban creer que si la rueda seguía nada iba a terminar demasiado pronto


pero es la vida una catarata de imprevistos, tan bella como inevitable, la leche

venía en un carrito de supermercado casi sin rejitas, casi todo agujeros, y entre

calles abolladas por el mismo devenir urbano caía y caía y cada vieja que atrás

andaba sufría un resbalo que en algunos casos la hacía morir del susto, conducido el

carro por un viejito que de flaco se doblaba y de doblarse hacia que el carro más se

inclinara hacia sus costados y la leche siguiera un ritmo de derrame casi perfecto,

claro que César no imaginaba pero casi, porque imaginaba muchas e infinitas causas,

nunca esa, me dirán, pero somos todos un poco nostradamus, un poco reyes de nuestros

destinos





fue porque el viejo trastabilló con uno de estos sucedáneos agujeros que todos los

sachets sufrientes acabaron por entregarse a su ansiada caída y dijeron pum pam,

resbalaron, abrieron un agujero entre las rejas flacas y se estamparon en escultura

vanguardista sobre una calle casi aturdida por la vida fugaz de los porteños, a lo

que el viejo respondió con un sollozo final




como cuando luego de querer hacer algo sin querer hacerlo por fin nos funciona eso de que termine y es mucho peor que todas las desgracias que jamás imaginamos
por una calle va el deseo y por la de enfrente la compulsión, si es que el deseo va, y si la compulsión se cae uno tiene que cruzar porque César y el viejo eran cámaras observando el andar de sus propias inquietudes


así como pasó una hora de su llamado y césar se miró al espejo y vio que los dientes

se habían invertido de lugar, o sea que en lugar de morderse entre ellos estaban

mordiendo ese sostén maravilloso, creación sagrada de la vida, una masa de carne

impenetrable que ojalá se nos vea lo menos posible cuando sonreímos, se movían para

arriba para abajo empeñados en derribarla, hacerla mismísima nada, quedarse solas en

su reino de la boca, y luego César se miro los ojos, que como poniéndose rimel no se

cerraban ni por secos, era una imagen coordinada. dientes arriba y abajo, en armónico

movimiento, pensó César que la vida es necesitar calcio para que estos accidentes

sean evitables y luego remotos y luego por fin olvidarse de ellos,



pero es así el deseo, nada se olvida, ni César olvidó entonces un sueño en que no

tenía dientes, y esta es una historia trivial sobre las cosas que se caen, las cosas

se le cayeron a César para que el viejo cayera, o al revés, eso no importa, el

viejo cayó en la calle  y una vieja lo pateó con zapatos muy nuevos, lo invitó a

pasear, hicieron alguna fiesta de té, dejaron sus vidas afuera / no sé cómo se hace

eso, sinceramente/ y cuando ella le preguntó por qué hacía trabajos de cadete, él se

puso en un estado un tanto melancólico y distante, y decidió que esta vez no le ganaría



esa traba y de prepo, cuidando de no interrumpirle la palabra, la besó en la boca con

mucho / y no es cualquier adjetivo / ruido de babita espesa

1 comentario:

El Titán dijo...

Aquí estoy, soy Esteban y ayer escuché este gran texto en la Psicofango...