Es sorprendente que uno pueda pasarse horas y horas así, impávidamente
sentado, cambiando de posición las piernas, con la cabeza alerta
como un cuerpo aparte que todo lo absorbe y no sabe qué hacer con eso, un mundo que vive un ritmo muy diferenciado,
que no tiene contacto con el propio, un mundo que va y viene con
mecanismos y hasta principios diferentes, por lo que parece, casi,
digamos, que es otro. Y entonces las personas son cada vez menos
personas y sus acciones son cada vez menos acciones y sus voces, y más
aún sus voces dirigidas, parecen señales intergalácticas, o suaves
murmullos incomprensibles como los de los sueños, los diálogos que al
despertar ni siquiera recordamos.
Se alza, por ejemplo, una
pareja en simultáneo, ambos dirigen sus miradas hacia uno, parecen
volver de una experiencia placentera, o al menos compleja, que les movió
las entrañas de una manera que todavía no pueden definir con precisión,
pero algo en la situación los tiene reconfortados, vivos. Se acercan a
uno, se acercan al libro, dispuestos a invadir, y hablan. Si alguna vez
se pudo descifrar alguna palabra, si existía alguna conexión ligera con
el mundo, una posibilidad de comunicación, en ese momento se demuestra
que ya no, que es demasiado tarde. que esos sonidos que son una música
atonal y atolondrada no dejarán de tener esa forma fantasmal, a lo sumo
pintada de otro color, a veces rezumada con sensualidad o enojo, con
interrogación o sorpresa, pero en fin. Ellos hablan. Y parece que no se
callarán nunca. Habla uno, luego el otro, y en un momento final, hablan
los dos. Tanto que tienen que frenar para tomar aire. Después
de tomar aire liberan una risa que parece haber estado retenida durante
años, meses, una risa cínica, perversa, que en ese momento uno sólo
puede creer que se trata de uno, fue por tanto tiempo alimentada la
paranoia que sólo de uno se pueden estar riendo. Y no paran. Entonces uno se pregunta si no habrá cambiado la cara, si se habrá transformado en un
monstruo insoportablemente divertido, absurdo en sus gestos y su lugar
ridículo en el mundo.
Y no se soporta, digamos, la humillación, siquiera en ese momento, de tanta anestesia tras cargar durante tanto tiempo un peso que invisible se vuelve cada vez más grande, como una joroba que se triplica con la vejez y los achaques articulares. La posición estática adherida a los miembros perdió su capacidad de permanencia y sólo puede dejar que los músculos accionen, elásticos, espásticos, violentos, se manifiesten libremente y que las risas se tripliquen, bailen, no importa, saquen las tripas, no importa, un brazo, después otro, los dos brazos en el cesto, la sangre. las cosas parecen algo, se transforman en sujetos en sintonía con uno, y uno les sonríe y ellos responden con otra sonrisa, pero no se preocupa: es una gracia, no una burla. O eso parece, pero uno se mueve, y la sangre ajena casi ahoga, embriaga ese espacio que parecía lejos. Y no cabe interpretar.
Y no se soporta, digamos, la humillación, siquiera en ese momento, de tanta anestesia tras cargar durante tanto tiempo un peso que invisible se vuelve cada vez más grande, como una joroba que se triplica con la vejez y los achaques articulares. La posición estática adherida a los miembros perdió su capacidad de permanencia y sólo puede dejar que los músculos accionen, elásticos, espásticos, violentos, se manifiesten libremente y que las risas se tripliquen, bailen, no importa, saquen las tripas, no importa, un brazo, después otro, los dos brazos en el cesto, la sangre. las cosas parecen algo, se transforman en sujetos en sintonía con uno, y uno les sonríe y ellos responden con otra sonrisa, pero no se preocupa: es una gracia, no una burla. O eso parece, pero uno se mueve, y la sangre ajena casi ahoga, embriaga ese espacio que parecía lejos. Y no cabe interpretar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario