27.10.08

Pausa.

Si te beso,
si en silencio te beso,
con furor suave la mano,
el pelo,
si lloro sin pausa,
cuando todo es tan perfecto,
tanto que me angustia
el no querer que te termine.
Y si te sorprende escucharme
susurrando en el bostezo,
cuando ya es de noche y pienso,
qué fácil parece esto de tenerte,
qué frágiles parecen tu cuerpo, tu beso,
si me voy un día
de repente, sin aviso
no pienses nunca, que cambio,
que no amo,
si me voy es
porque no creo, en
verdad no creo
que vos, que algo
como vos, así sin más
ni menos
existe.

16.10.08

El sentido.

Un niño flotando en el tiempo, dueño de nadie, agarradito de su diario en el intento vano de venderlo. Y si no es el diario es su cuerpo, y si no es su cuerpo es su tiempo, tan preciado tiempo de infancia pobre, que en cada segundo le come la vida, le sacrifica el cuerpo y le roba la gracia.
Camina el niño entre nubes que cree sentir bajo sus pies, sueña con alegría en un mundo que huela a frescura y pureza, y no a ese plástico y a petróleo viejo. No encuentra el camino entre ese mar que le contamina los ojos, no le hace falta olerlo para sentir la miseria que lo visita cada día, malvada y orgullosa de su condición de dominio. Intenta nadar en vano para pensar en otra cosa, tal vez en los ojitos brillosos de la muchacha rubia que hacía un rato había pasado con desgano por entre sus escombros, tal vez en cuántos años tendría que esperar para poder tomarle suavemente la mano, llevarla a donde la mente quisiera, enseñarle lo que hay más allá de su mirada hermosa. Y así a tantas otras chicas, con el mismo rostro de nada, de no me importa, no me importa estar sin saberlo al lado de la pobreza en su más honda fosa, estar oliendo el aroma del muerto que en vida aún está.
Por eso llora un poco el niño infeliz, intentando encontrar el camino que lo lleve a algún lugar, a cualquiera, nada en especial, que lo oriente a donde sepa estar, sepa ser y jugar como la muchacha rubia, como su amigo, como su padre. Jugar y olvidar, pero cómo si todo estaba tan tapado de basura, hasta su torso disuelto entre la polusión del aire. Nunca iba a poder quitarse la tristeza que día a día le arrancaba un poquito de vida, se lo tragaba hasta que un día el niño siente que su cuerpo se va bajo el agua, el agua turbia y honda, se va disolviendo como si fuera sal a través del mar, roto. Y no dice nada, siempre agarradito a su diario matutino, siempre resignado a la muerte lejana, estando a sus espaldas marcado el camino hacia algo seguro. Pero qué puede hacer desde allí, ya sin piernas porque están convertidas en polvo y hundidas en sí mismas, sin caderas sucias, sin niñas que mirar. Sólo rendirse a los pies de su vida, que era todo y lo único que tenía, que lo arrastraba con suavidad y cautela a la pasividad más grande que pudo haber soñado, más allá de sus sueños y de sus palabras, más allá de los deseos que pudo haber deseado, más allá de lo que podría haber sido, pasivo en su propio final, dibujando por primera vez una clara sonrisa.

14.10.08

Time.

No la molestes,
duerme,
se baña en sueños
que no son realidad,
que se alejan del humo,
de los cigarrillos,
de las cosas baratas,
y las flores artificiales,
se va de espaldas al mundo
para creer que son eternas
las ocho horas en que es,
en su esencia y en su cuerpo
y en su almita inmadura,
es en todos lados
y en todos los tiempos del mundo
y del no mundo,
dejala no la despiertes,
que sean diez minutos que para ella
serán tal vez miles,
y no tendrán ni una gota de tiempo
ni de agujas ni de números,
serán solo suyos
como una reliquia
que jamás volverá a tocar.

4.10.08

Leer al otro.

Uno al leer al otro se siente chiquitito. Ve a su letra como una pulga que no tiene importancia alguna, que no es ni será nada y está llena de mentiras disfrazadas por el enrosque. Es un poco frustrante, no mucho porque sabe que al final nadie lo va a frenar, si hay algo en los ojos, en el alma, en las manos que por no poder llorar busca en la palabra el lagrimal perfecto. Así sale entre una y otra oración, sin quejarse y sin mojar, no molesta ni llama la atención. Pero llora quien escribe con ímpetu monstruoso, y en un momento descubre la estabilidad perfecta entre el discurso y el dolor pero sin que nada sea explícito o real. Porque al final pone el punto y se termina todo, quita los ojos del papel garabateado y vuelve a su cuerpo y no pasó nada, vuelve a reirse con ganas y a ser amigo del mundo.