31.5.08

Mentira!

El mundo te llama ahí afuera tan desesperado, te pide que salgas, que busques, que mires, que toques. Te pide que seas algo, alguien, que existas, que pertenezcas, que reconozcas. Y así empezás a ver, de a poco, sin saber que te están empujando, obligando, que estás porque tenés que estar y etcétera. Pero qué más da, si no sabés hacer más que responder a los gritos, con acciones, con gestos, creés que basta, que te alcanza. Creés hasta reventar, sólo por creer en algo, por aferrarte a una idea que buena o mala está y punto. Y en la creencia empezás a perderte sin darte cuenta, caminás en función de ella, y el camino termina inevitablemente en la oscura desilusión. Pero cuándo llega esa desilusión sino en la muerte, una muerte que no es muerte sino otra creencia que es al menos más creíble que la otra, o menos, pero ya muerta la primera es necesario siempre que comience a vivir otra, por descarte, por miedo a la soledad. Así te volvés tan dependiente de vos mismo, de algo que ni siquiera es, ideas, ideas y más ideas con las que protegerte de lo que te grita el mundo, ideas que se vuelven tangibles a medida que vas creyéndotelas hasta que dejás de tocarlas para siempre, porque es tan fuerte esa voz que te grita el viento, es tan fuerte el beso que te da la brisa, el color de las hojas, la luz del sol. Es tan fuerte todo eso que no podés escaparte de vos, del suelo, de tus pies. No podés, y por eso se termina el camino, se termina para siempre.

27.5.08

Del 20 de abril de 2005.

No tendría que extrañarte si en realidad estás aún tan tangible como siempre, si soy tan capaz de tocarte en la oscuridad y la ausencia. Puedo sin esfuerzo recrearte como a un dibujo en el recuerdo, a tu voz y al cuerpo vulnerable, la risa, el sudor. No necesito nada. Ni tiempos, ni rutinas, ni momentos. Me basta con sentir el reflejo de tu rostro en el espejo que me acaricia piel a piel, sentir las horas pasar como fugaces y eternas, sentirte tan mío que apenas pueda respirar, vivir, saber que no estás y sos sólo parte de un pasado que no volverá.

25.5.08

Música.

Y suena otra vez tu voz
hoy nueva, real.
Suena alarmante, sonriente
sabe cuándo venir
cuándo no es difícil escucharla;
cuando aparecés entre los libros
y el ritmo inacabable
entre el labio seco y la lágrima sangrante
y venís como insinuante
y gritás como insistente,
qué hacer cuando estás cerca
y me pedís que te abrace
y te entregás al vacío y al miedo,
a la oscuridad del cuarto,
a mi piel que cree oir tu voz y
a tu cuerpo cansado,
a tu risa eufórica,
a tu beso atolondrado.
Tanto creo oírla que te veo entre
las puertas y los jardines, los malvones
y las rosas, los labios y los adoquines,
te veo hermosa como a una estrella
que apenas brilla,
tu boca que se hace mía
cuando venís a la mente sin avisarle
antes,
se hace real tu recuerdo,
se hace memoria el olvido,
se hace esencial lo insignificante.

24.5.08

Un poco de discurso.

En los momentos (esos momentos) en que me pongo a escuchar jazz y a leer es cuando más te necesito. Por una cuestión de armonía, de proporcionalidad. Sí, demasiada ciencia pero ella hizo de mí aquí, de la música acá, del libro allá. De vos quién sabe dónde, tal vez buscando mi cuerpo para abrazarlo, o revolcándote con otra, o besando mi foto mientras suenan las notas y dicen las palabras y recordás compulsivamente mi nombre. Pero al final somos lo mismo, una parcialidad que necesita de la otra para ser total, para ser. Por eso aunque te revuelques aquí o allá y yo sonría, no dejamos de inventarnos enfermos de tanta necesidad. Por eso puedo crearte tan precioso entre las notas y los discursos interminables, entre el pasado y el presente y cuestiones físicas más allá de lo físico. Por eso podés tocarme cuando cerrás los ojos, cuando los abrís, cuando te olvidás. Te es tan fácil hacerme y deshacerme, aunque te vayas, aunque no te importe. Porque nos separa tal vez una distancia interminable pero qué mas da si esa distancia se hace centímetro apenas aparecés entre el sonido, cuestiones metafísicas que nunca vas a entender. ¿Y yo? Y yo menos.

18.5.08

Uno, dos, tres.

No es la unidad sino la pluralidad lo que ensordece y confunde. No es conectarse con uno mismo, ni hacer yoga, ni ir al gimnasio, ni llorar a escondidas. Es asomar la nariz al mundo y al todo que es todo y no hay otra opción, integrar esa nariz, esos ojos, esas manos a la multitud apretada y anónima, se pierde tanto entre las narices y los ojos y las manos y las bocas la noción del tiempo y espacio, y este soy yo y no esa, ni ese, ni todos. Soy yo en mí misma, una fusión o una unidad, un pasado o un presente, una sola o muchas a la vez. Soy a la vez la parte y la separación, la ficción y la realidad, la que ve y la que cierra los ojos y no intenta abrirlos, para qué abrirlos si acaso es tan fácil saberme viva, caminar agregando mi paso al paso ajeno al punto de ser ajena completamente o creérmelo. Es verdad que soy capaz de cuestionarme prácticamente sin problemas quién soy pero como quien diría, sé quién soy porque sé quién no soy, y en esos raptos de esencia se esconde mi eterna mediocridad, la ignorancia. Si sólo tengo quince o veinte o treinta años encima y una noción difusa acerca de todo, de todos, de mí. Una noción que aparece y desaparece y es y no, y se me escapa y vuelve pero de qué me sirve si hay una sola realidad y es esta y cuánto me cuesta estar en ella, cuánto me cuesta.

11.5.08

El final.

No se acaban las páginas por una cuestión física de exterminio de la ciencia, una fórmula irremediable asqueada de realidad y trágicos finales, de es así pero ya no más y no hay forma de cambiarlo. Se acaban porque en el fondo yo quiero que se acaben, cumplan un ciclo que me duele tanto perder pero me indica que es un esclavo de la estupidez y la ciencia que no se justifica más que probándome que existe. Y en su ausencia es en donde muero (o acaso donde vivo) más plenamente, y cómo hoy se consumen solas las páginas que siento mías, pero qué tan mías pueden ser si se escapan de las manos y el cuerpo atolondrado, de los besos que son reales o no y la necesidad que es real o no. Y al hablar de necesidad se me ocurre preguntarme también si acaso necesito algo o si ese algo es accesible, no un manojo de palabras que puedo volcar allí o allá pero no importan demasiado. Al menos no cuando me pongo falsamente racional y veo que en caso de necesitar algo nunca lo voy a conseguir si es que no está a mi alcance, y bebo resignada el té frío y miro la hora como esperando el momento de la fuga.
Lo peor es cuando aparecés vos sin avisarme y volvés mi mente tan maleable y me hacés dudar como una tonta, será acaso porque no te quiero en realidad, quiero que me hagas sonreir entre el viento frío y las lágrimas de cansancio, que me toques apenas con dilacadas manos y un aire de placer. Y cuando estás lejos y te encuentro y me entero de que estás ahí tan vulnerable a que te tome de la espalda o de los hombros y con un beso en la mejilla intente llevarte a mi mundo que cómo se cae a pedazos cuando me doy cuenta de tu ausencia real, lo poco que te quiero y la confusión. No por no saber exactamente si es que te necesito o no, sino por perderme en vos tanto y tan poco a la vez, porque me doy vuelta y el mundo está ahí y no hay manera de escaparnos, es tan fuerte la impotencia que siento cuando te veo a mi lado pero al mismo tiempo tanta gente y tanto aire viciado. Y es necesario cerrar los ojos en el beso infinito para saber y sonreir entre tus labios, saber que no existe esa confusión sino la ambigüedad que me carcome pero qué importa si tan envuelta está mi cintura por tus manos aunque sean las únicas manos y la única cintura y el único mundo en el que creemos, por eso no quiero que me sueltes y sí, porque acaso no sé dónde estoy parada y tus ojos me llevan, y no quiero.

8.5.08

Sentarme a escribir.

Es todos los días, distinta hora, distinto lugar, la misma sensación de sosiego. Una rutina dulce y placentera, necesaria. Sentarme a escribir. No existe día en el que algo no me llame a hacerlo, una dependencia enorme, vomitar las cosas que vengo guardando y que están tan contenidas.
Puedo llamarlo refugio, salida, irrealidad. Pero no existe, es indescriptible lo que soy yo cuando dejo que las palabras se escapen, una esclava de la inconciencia. Como si muriera y volviera a nacer unos minutos después, pero son tan lindos esos minutos antes, el tiempo pleno y puro, el silencio. Un respiro después de tanto ahogo, el placer abstracto de saber que nada existe, solo algo parecido a mí que se convierte en mí para engañarme y sonreir y ser de una vez por todas. No parece tan complicada la acción de dibujar líneas ensambladas que significan palabras que significan cosas que significan. Pero lo es, un estado de esencia, plenitud, yo contra el mundo que es tan fácil respirar, invisible pero presente al fin. Y me encanta luchar contra mí también, una discusión entre quien es y quien escribe, quien busca y quien encuentra, quien ve y quien observa. Es lindo porque puedo ganarme el segundo quien, pero qué engañoso es todo si acaso apenas me doy vuelta desaparece y lo pierdo para siempre, y quién sabe cuándo volverá, tal vez nunca y me vea obligada a ser y a salir al mundo para el que no estoy preparada, sin tan bien estoy con ese quien, si tan bien estaba y tan mal al mismo tiempo.

6.5.08

El virus.

La realidad era desastrosa, ya no había manera de combatir la enfermedad. Y se esparcía cada vez más,no existía partícula que no estuviese infectada por el misterioso virus sin nombre, sin cura. Ingresaba por algún lugar de la boca o las venas o las neuronas y destruía sin evidencias todo cuanto encontraba. Pieles, carnes, huesos, ropa, líquido, tejidos. Era un consumidor peligrosamente ambicioso, y una vez que entraba ya no salía del cuerpo, la partícula, el trozo de aire. Sin embargo era contagioso, de la manera más inexplicable se reproducía y llenaba todos los espacios vacíos de una futura y dolorosa muerte, que se avecinaba y dolía tanto, era insoportable saberlo adentro y esperar resignados el día en que terminara de consumirlos por completo.
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Los días ya estaban acostumbrados a tanto gris, no les sorprendía la sensación de falta de algún que otro trozo de cuerpo, ni ver cómo la ciudad se derrumbaba por dentro, entregada. No había nada que hacer, hacía rato la esperanza estaba muerta y probablemente ellos también, muertos ante la desesperación de no saber, de no encontrar una explicación para todo ese dolor concentrado a través de las calles y los edificios y las plazas que habían sido felices cuando aún había sol y sonrisas y vida. Pero ya no, nadie se quería por haber perdido la lástima, la piedad. Completamente destruidos, aturdidos, feos. Y antaban sin mirarse y hacía meses o años que no besaban más que su propia lágrima, y sólo aparecía de vez en cuando, cuando se daban cuenta de que aún quedaba un resto. Ahí era donde lloraban, llenos de sentir algo tan ajeno, un deseo de volver a ser. Volver. A un mundo casi tan triste como ese, tal vez más. Pero querían, sí que querían, apenas podían, pero era lo único que ansiaban. Saberse vivos, o muertos, o algo. Pero saber sin tener que pasar por el sufrimiento de la entrega, o el extrañar, o el contener. Y tenían que, para saber. No había opción.
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Era tan insano el olor a muerte. Esa, la que robaba más al vivo que al muerto. Porque la soledad era cada día un poco más cuel, se mostraba orgullosa y se reía del desastre. Pero no, no podía llamarse desastre. Más bien la costumbre del horror transformada en rutina prácticamente tangible. El vacío era ya respirable, se veía sin esfuerzo y no molestaba a esa altura, una etapa de extinción de especies y partes, de falta de sentir, y qué iban a sentir si vivos o muertos, muertos estaban. Estar respirando el aire pesado que había sido tan puro alguna vez, y cómo todo se transformaba a través del tiempo sin contar nada, sigilosamente y de repente miraban y era otra cosa eso que había creído tan suyo. Etapas, cambios, aceptarlas. Si acaso había una manera de aceptar la imagen, y la había porque no hacían nada por enfrentar la muerte ajena que ya era vida de tanto morir y nacer y volver a morir, ya no tenía nombre ni expresión, una sensación de vació y aire contaminado por el pasado viviente.
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Terminó y comenzó todo como inacabable, un mundo carcomido por sí mismo, por su propia obsesión y su propio miedo incorporado. Plenitud de sucesos que no habían sucedido y sobrevivía esa confusión de un pueblo que deseaba arraigarse a algo, lo primero, lo más fácil, lo accesible. La eterna necesidad, el miedo enfermizo, la vivencia de la propia entrega, tan entregada que no hacía falta nada, sólo esperar ese momento de imperceptible muerte, consumiéndose mientras tanto cada trozo de cuerpo carnoso, vaciándose de signos vitales poco a poco, una lejanía de la propia esencia que parecía ser tan propia pero no, se escapaba de las manos y los brazos y los ojos como saltamontes, y caían retazos de esa biología que ya no servía, descartable. Y esperaban. Librarse de esa carga de ser y vivir, de sus responsabilidades para, por fin, entregarse a la inexistencia.

3.5.08

El siglo veintiuno: los bandos.

Nos paramos frente (y entre) una sociedad y la miramos objetivamente. Podemos comenzar con la visión general: una mayoría, cuyos principios y costumbres no se escapan ni quieren escaparse de la estupidez, el materialismo, la falta de incentivo, la necesidad. ¿Qué necesidad? Integrarse, cueste lo que cueste, a un grupo, y ese grupo será, naturalmente, el que abarque mayor cantidad de gente, porque al mismo tiempo es el más accesible. ¿Y qué más accesible que esa estupidez, el materialismo, la no-actividad productiva, la mente en un eterno stand-by? Se aferra uno a lo más fácil, una moda impuesta e innegable que está y lo obliga a ser parte de ella y SER ella. ¿Y en qué se justifica esa obligación? En sobrevivir a un mundo colocado, en que miramos a nuestro alrededor y no vemos más que lo que nos muestran, y caemos como moscas en la tela de araña, la venta de una realidad que parece ser la mejor: la pasamos bien, tenemos amigos y somos parte de la sociedad, no estamos aislados y nadie nos discrimina. Creemos ver la perfección, al fin encontramos un lugar en este mundo perdido... ¿O acaso no seguimos tan perdidos como siempre, tal vez más? ¿No andamos, sin saberlo, con una imagen del mundo que no es? Si es tan cruel la realidad afuera de la fantasía de la moda, si ver las cosas tal cual son, si pensar es tan triste... ¿No es mejor vivir en la comidad de la masificación, ser otro ladrillo en la pared? Puede que sí, la vida debe ser teóricamente mejor en esa nube de risas, vacío y música cuadrada, amistades forzadas, besos que no son nada y constante competencia con el par. Pero existe un esfuerzo sobrehumano por pertenecer a esa realidad paralela que se crea a medida que ellos la van llenando de mentiras. Tan real, o no, qué importa, ellos ya están ahí, y puede que estén bien.

Ubicándonos ahora en la otra parte: la minoría. Vemos desde afuera, tan cercano, a ese mundo ya planteado. Los odiamos, nos burlamos, los criticamos e intentamos no parecernos ni un poco a ellos. Podemos basar nuestra existencia en ese esfuerzo de la originalidad, nadar contra la corriente, crear una realidad nueva basada en escuchar música de categoría, leer libros, tomar café y mantener largas charlas filosóficas. ¿Pero no estamos constantemente pensando (naturalmente, porque convivimos) en ese mundo al parecer tan ajeno, intentando la creación de una nueva raza anti-moda? Sí, y la creamos. Pocos, perdidos también, muchos indefinidos. No encontramos un lugar en el mundo, pero sabemos que estamos ubicados lejos, infinitamente lejos de la ignorancia, las masas, la ropa ajustada y la música electrónica. Tal vez sea nuestra única certeza, y de ella nos aferramos. Nos sentimos seguros, aparentemente, con esa personalidad distinta al resto y estamos parcialmente identificados, nos basamos en el pasado como criterio (época de oro de los adolescentes) y nos esforzamos para no ser jóvenes de hoy, no ser iguales.
El planteo está hecho y evidentemente nosotros sabemos que lo hacemos porque queremos (y puedo asegurarlo sin lugar a dudas), con orgullo con ganas. Pero estamos fuertemente integrados a un mundo vacío de nosotros, de inteligencia, de dudas y puede que vivamos en él también, pero somos felices. ¿Somos felices?


Nota 1: Se las dejo picando.
Nota 2: Abro debate, cualquier opinión, sugerencia, oposición, será bienvenida. Bueno, oposición no.
NOTA GENERAL: yo sé que por más que intente poca gente va a leer este texto sin dejarlo por la mitad, al igual que seguramente muchos textos anteriores con más de diez renglones. Lo sé, quería decirlo como para que sepan que tengo bastante clara la realidad, oh maldita realidad.
Pero estoy bastante bien igual, aunque sea infinitamente aburrida yo y mis cosos. Si no fueran míos, seguramente tampoco los leería. Tal vez, no sé. Sí, los leería. Pero mierda, hay un mundo ahí afuera y yo no estoy en él o sí, quién sabe.
Quién?

2.5.08

Fragmento 2.

Y percibirlo era eso tan indescriptible, saberlo ahí. Y llegaba la noche y otra vez esa sensación inefable de tenerlo enfrente, y el besar su pelo bajo la luz tenue del cuarto vacío, tan vacío... Porque no iba a volver, estaba tan claro que aún podía llorar en silencio, avergonzada porque lo había visto, sí, y estaba ahí, y cómo podía ser, si en realidad tan lejos estaba que ni una sombra había dejado en ese rincón, en ese cuarto donde las noches eran suyas...
Y en cada trozo de aire estaba su aroma asesino, llamándola, tan seductor que no podía resistir la tentación de dejarlo todo y buscarlo hasta perder la conciencia, dejar esa vida para comenzar otra de infinito descontrol, sólo porque permanecía en ella ahí clavado el olor del pasado, como un puñal que tampoco intentaba sacarse, si era tan feliz sabiéndolo ahí. Si era tan feliz tocando el aire con la yema de sus dedos, sonriéndole.
Y qué iba a hacer, si la noche no terminaba y podía hacer y deshacer a su antojo, el tiempo no funcionaba y su boca reseca pedía a gritos un pasado que no iba a volver, y cómo asumir que era hora de vivir, que no valía la esperanza a la hora de saber que había un mundo, uno sólo y era ese, y él ya no estaba allí.