11.3.11

etapas

todo nos parecía enorme. sanguinario, trágico hasta el pescuezo, extremo, colorido, proveniente de un lugar que parecía desconocido, el inconciente, los sentidos agudizados en un sonido imperceptible (todos los sentidos).

llorábamos sin quererlo al tener sexo porque sentíamos que las manos del otro eran cuchillos sacándonos la piel de a trozos grandes y cuadrados, y reíamos cuando un hombre moría en plena calle, porque pensábamos que era un show de payasos. con narices rojas y pies grandes como aletas, saltando entusiasmados para ganar plata en un semáforo. las manzanas parecían cocodrilos y las comíamos con culpa pensando que faltábamos a las leyes de la naturaleza, pero eran nuestras preferidas, después de los elefantes que nos parecían chocolates amargos y calientes.

los escalofríos venían con el calor del mediodía porque los icebergs siempre se asomaban de noche, cuando el mar ondeaba en olas gigantes y nos bajaba la presión bruscamente. las flores que nos brotaban cuando nos golpeábamos las usábamos después para decorar las fiestas de fiebre, en las que el afectado bailaba liviano y seco, y parecía un enano sobre todo si era viejo.

teníamos cierto fanatismo por lo imaginario. luego despertamos, y nuestras madres ya tenían preparada la cena, que tenía forma de un recuerdo lejano con el que jugábamos en los atardeceres de verano.

cuanto menos de verano, mejor.

1.3.11

la imagen

de un pasado a esta parte el tiempo ha cambiado. creo que mis manos están llenas de espinas, pero no te asustes porque aún puedo tocarte, o creer que te toco en el aire y sentir una mezcla de sosiego, placer y turbia culpa. cuando una imagen se sienta a mi lado mientras leo poesías que no puedo descifrar pero que se me cuelan en los huesos como el frío o el delantal blanco a las enfermeras esqueléticas que siempre caminan por el hospital, entonces tengo que rozarla porque sino los edificios de enfrente se caen sobre mi cara y me hacen agujeros enormes como cráteres de planetas remotos que a nadie le importa reparar. es una protección, el caliz que me salva, el otoño asomado entre el calor de la tarde. y las imágenes que son preciosas y suaves como un bebé que no hay que cuidar, entonces de entre las barras del banco aparecen y nunca se van hasta que mis espinas las hacen sangrar todas. les brota del cuerpo un montón de recuerdos, y en mi cabeza florecen imágenes exactas y contundentes, un beso que siente mi lengua, un abrazo que hace que mis brazos hagan fuerza para retenerlo, y el amor en cada percepción como un condimento indispensable. creo que tu imagen no se te parece en nada, ni siquiera tiene tus ojos (ni siquiera tiene ojos) pero la toco y son los tuyos, mojados y débiles, cerrados ante el esplendor de una palabra. ya no tengo las manos fuertes y sólidas, ya no tenés el cuerpo entregado a mi lado, ya no hay un espacio insignificante entre nosotros, la imagen y vos parecen traídos de sueños diferentes, vos de una realidad más bien incomprobable y ella es la verdad de mi carne hecha contorno, con todos mis deseos perpetrados, mis angustias concretadas en los gestos más mundanos. no te estoy pidiendo que te vayas porque me alcanza con lo que tengo (un sueño, casi nada), pero es que ya el tiempo ha pasado sobre los bancos de la plaza, ya polvos de tormenta, gotas gruesas de lluvia de verano, culos transpirados sucios grandes pequeños muchos, se han posado en el banco que antes ocupábamos nosotros, y no está mal mi amor, porque en mis ojos sólo hay imágenes y con eso me basta. que cada vez que leo poemas y un temblor estrepitoso me sube hasta el pescuezo, sé que mis manos van a buscarte en el aire y si sos vos o no, si es tu imagen el sueño de un futuro que nunca podré regalarle a mi andrajosa vigilia, qué importa.