21.3.09

Inmortalidad.

Si fuéramos inmortales nos importaría un carajo el tiempo, la belleza de las cosas, los sentidos, los sentires, las caricias. Si fuéramos inmortales no habría esperanza ni desesperanza, no habría motivos ni tampoco faltarían. Si fuéramos inmortales no seríamos nada y nuestro corazón no serviría ni para un transplante, no extrañaríamos, nada tendría intensidad ni valor. No valdría la pena la alegría ni la tristeza, y estaríamos realmente muertos.

19.3.09

Utilidades.

Dónde metemos lo que nos pasa,
entre tanta inútil tristeza,
entre tantos que nos dicen que no,
que no tengamos profundidad
ni siquiera superficie,
que no tengamos nada,
que no seamos nada,
que no querramos nada,
no, nunca tengamos proyectos
ni sembremos ilusiones
ni miremos paisajes,
sólo sirvamos,
para no servir para nada,
para no estorbar,
para que todo siga andando
casi, digamos,
normalmente.

11.3.09

La muerte.

Y al borde y al final está la muerte, parada en el límite que nunca llegaremos a conocer. Saluda a veces cuando a alguien se le escapa a su nombre. Con el tiempo ya es más que una palabra y la oímos respirar. Cuidado, no es más que un final. Un único e inservible final. Casi tan inservible como el comienzo. O podría decir que tal vez menos, al menos servirá para que dejemos de ser tan inservibles. Y habrá tal vez un dolor casi instantáneo, y no tendremos ni tiempo para sentirlo, como todos los momentos que creímos eternos. Es mentira que se reirá de nosotros; a ella le dará lo mismo. Estemos o no, le dará lo mismo. A lo sumo le importará al mundo, pero eso no durará mucho.

5.3.09

Sueños.

Probablemente, quizás
el mejor recuerdo de mi inútil vida
fue aquel momento en que tus ojos,
tus límpidos y relucientes
y renovados
y solitarios ojos
me tradujeron
tus sueños.




Cada uno de tus inocentes
y tímidos sueños,
y entonces supe que yo era el único camino
más o menos seguro
para que pudieras, aunque sea,
besarlos con la mirada,
llevarte una imagen,
quitarles el alma,
yo o mis labios,
o mi tiempo malgastado,
o mis palabras rotas,
como las de este poema que sin quererlo
se me cae a pedazos.
Pero nunca en tus sueños y tú,
siempre en mis brazos.

3.3.09

El otro lado.

¿Y a vos qué te importa que yo llore? Si siempre vas a estar del otro lado de la ventana, donde chocan las gotitas de lluvia pero nunca se sienten, donde tenés una imagen perfecta de todo lo que pasa. Qué te importa que esté yo acá y vos allá si es como si hubiera un abismo, y sólo te hace falta dar el paso, arriesgarte a perder la seguridad del cuarto, lastimarte los nudillos con el vidrio, llenarme la casa de sangre. Y fijate cómo te tiemblan las piernas porque hace ya mucho tiempo que estás sentado en el mismo lugar mientras todo pasa como inadvertido, no transpirás ni un poquito por nadie, ni siquiera sabés mentir porque tus ojos me dicen todo, o el reflejo de tus ojos, que están del otro lado de la ventana, y es inevitable ver que lloran.