26.4.11

la visita

primero tus manos en la puerta, titubeando

sé tu presencia desde el aliento mismo

como si respiraras mi aire sin impedimentos,

te espero sabiendo todo, te reciben mis manos

abiertas a este sol primaveral que no saluda,

no se habla cuando el mundo tiembla estrepitosamente

y los pájaros se posan en tu espalda.


te veo andar y estoy andando,

una luz te ataca la cara y me enceguece

quiero que me pegues, despertarme, saber el silencio eterno

de encarnarte, el calor te ataca y yo te busco

no es tu cuerpo, no viniste

ni dejaste tu abrigo en mi mesa, ni te desnudás

ni sabés la debilidad de mi sonrisa.

segundo el intento vano de tocarte

el ansia de llenarte de mí hasta deshacerme

y colmarte de mi vida sin cuentagotas

de a chorros convencidos y relucientes,

dejame ser tu cuerpo y olvidar el propio, es siempre

más fácil estar muerto.


suena tu voz en un compás regulado

estoy contando el tiempo con las manos, y no te fuiste

por fin el amor tiene forma de dedos

que me rozan sin siquiera saberlo

mientras un sueño de placeres me enceguece toda

y caigo en miles de vigilias inexistentes,

por fin tu vida volvió a servirme: ahora bebo de vos

como de vos, soy vos yo toda,

estoy entrando a mí sin tocar la puerta

se me debilita el pulso con el sol que cae.

22.4.11

el niño vuela

un pájaro voló sobre mi cara. y tras darse un golpe seco en el asfalto, estampándose la cabeza contra una baldosa floja y mojada, se sacudió las alas, respiró profundo y murió.

cerró los ojos lenta y profundamente, como si viera de repente todas sus posibilidades de ser hombre escabulléndose a través de un largo pasillo negro. los cerró y relajó su cara sin culpa, posando la cabeza cerca del cordón. un niño que jugaba a la pelota lo vio y se quedó mirando su cuerpo ya inmóvil ante sus pies pequeños. como si estuviera observando una imagen inolvidable, quiso registrarla en su memoria entre las cosas más sutiles. y el pájaro se movió súbitamente, en un espasmo corto y definitivo. el niño no dejaba de mirarlo, consternado, casi tan tieso como el animal moribundo, y parecía sol de mediodía que no se muere nunca. tenía la pelota entre sus brazos, y la soltó perdiendo toda conciencia de la fuerza de su cuerpo. por fin pudo quitar los ojos de aquel cadáver insignificante en el ciclo natural del mundo, para buscar su pelota que comenzó a rodar hacia la calle. ya era tarde, un auto la atropelló sin dar señal de resistencia, y el juguete quedó aplastado contra la acera como una insignia imborrable a través de los siglos. pero no la miró, porque toda su vida se había ido con el pájaro. y comenzó a caminar hacia ninguna parte, ya de noche, tan solitario como nunca lo estaría jamás, ni siquiera luego de un gran colapso nervioso, ni siquiera cuando fuera un hombre tan triste como la noche. vio sus pies moviéndose y recordó las alas de un pájaro batiéndose al sol, y se creyó volando también en dirección a las nubes, con grandes alas de plumas marrones y manchas de sangre en el cuello, como las de ese pájaro que murió justo al lado de sus pies pequeños. y pensó en sobrevolar montañas nevadas, y grandes ciudades con personas encorvadas cargando carros con verduras. en intentar saludarlos y que algún viejo alzara la cabeza sorprendido y con una sonrisa de bebé en los ojos.

su casa sombría tenía grandes columnas blancas en la puerta, y al entrar las golpeó con desgano, en una especie de impulso inconciente. su espalda se dibujaba en la sombra de ese atardecer de mayo, y yo desde mi auto observaba sus pies por fin atravesar la puerta, como el pájaro se cruzó ante mis ojos para luego morir estampado en la vereda.

12.4.11

capturas

y todos posaron para esa foto sin nombre, sus caras como posters postrados en una pared de adolescente. sonrieron falsos y exorbitantes, auténticos como una pantalla, pero nadie figuraba en la cámara.

el fotógrafo exaltado miró su foto sin planos, sólo un fondo verde y uniforme y una leve luz de sol colándose por la derecha, que iluminaba cuerpos que no estaban, con sonrisas que sólo existieron en su aire durante algunos segundos de un día de primavera nada despreciable. los miró a ellos, volvió a ver su cámara mientras le temblaban las manos. nadie estaba, ni de cerca ni de lejos, ni desenfocados, ni solos. una muchedumbre de personas continuaba posando, mientras él no daba crédito a lo que veía y lo desafiaba con una mirada cada vez más atenta.

no están.

nadie contestó, y volvieron a posar para otra foto, esta vez apretándose los hombros con más fuerza, la chica de la derecha tenía un gesto repulsivo pero intentaba sonreir, y el chico que la tocaba lo hacía como a la musa de sus sueños. los demás no existían, sólo eran cuerpos en un espacio. hecho cotidiano en la cotidianeidad de la vida. pero nadie pudo registrarlo, y el aire no tiene memoria. por eso permanecían en sus posiciones, esperando ser capturados en algún momento.

no están en la foto.

y ellos no corrían a verla, y posaron de un modo agresivo, mostrando sus puños con rudas miradas y piernas inclinadas hacia adelante, algunos lanzados en el suelo como francotiradores, y todo era un sueño inútil de tocar lo inalcanzable. a nadie capturaba el flash, ninguna imagen resultaba de sus cuerpos. eran seres inmundos en un campo verde.

el fotógrafo nunca dejó de buscarlos, aunque era evidente que allí no estaban. y encontró sus bocas entre las nervaduras de las hojas, sus brazos en los grandes troncos de los árboles, y el amor que desprendía la chica de la izquierda en una rama seca que casi se caía, pero no, en aquella tarde de primavera nada despreciable.

5.4.11

la espera

y no sé qué brota de la savia turbia del desencuentro, la espera apacible con los ojos cerrados, un azul e irritable cielo sobre la cabeza inclinada a un hombro vacío, tu voz mi voz todas las voces en gritos disonantes, y el viento que se recorta en mis oídos, los oídos que fueron tus ojos, los ojos que fueron tus labios, los labios que hoy cantan que no hay ausencia cuando se sabe que tu vida está enterrada bajo mis pies dormidos

en una sobria y fría soledad, que recorre siempre los lugares más oscuros, en un laberinto directo a las entrañas, para comerse lo más duro del dolor humano, el hueso irrompible de la esperanza, la muralla de acero de la negación al espejo, al llanto eterno de no saberse vivo cuando otra vida se comió el sabor de la aparente alegría, a pasar las manos sin saberlo sobre texturas placenteras, a saber que existe otro cuerpo entre el propio y la inmensidad del mundo. que todo se quiebre en un solo instante, como ver caer una hoja de un árbol corto, y que muera aplastada por los pies distraídos

calmar la sed y acostumbrarse a sorberse el seso en pensamientos de tu cara, y vivir la realidad como un eterno espejismo, y querer siempre asesinar a quien insiste en los sueños, corriendo en enredaderas de tus manos hacia un sinfin de sensaciones que la piel olvida, como no recordar cómo es quemarse, o que se difumine en el aire el goce del tacto acercándose, aquel presagio previo al placer, tensar los músculos con los pies cerrados

y una mirada vacía desde el fondo de uno mismo