31.5.11

estereotípicamente

La economía de las palabras debería, durante una lectura asidua o una escritura compulsiva, sorberlas de una sola corrida: los que, los de, los pero, como, para que, desde ya, porque, para qué, así, entonces, pues; los vos, yo, tanto, tan, al parecer. En un campo intensamente florecido el mundo más tangible es el menos parecido a las palabras. Quedarse con lo propio: un reflejo tan retorcido de una idea que si fuera el reflejo del rostro propio pasaría usted de largo porque estaría apreciando una belleza inconcebible


No sirve entonces escribir si no es para que el contacto humano exceda los límites del cuerpo, y en un descubrimiento invernal desentrañar el plano exacto donde todo se encuentra - donde usted no estará nunca, así como los reyes no están en el pueblo, como los comunicadores no están, de ninguna manera, en la información, son agentes al margen de los hechos, críticos, profesores y secretarios también, por qué no, acaso nunca se preguntó en qué posición con respecto a los hechos está usted, de qué modo se involucra con lo que vende, con lo que compra, con lo que dice, con los besos tan abiertos que ha dado, y el amor que ha proferido a una persona estereotípicamente bonita -. Y si usted entonces se plantea el salirse del puesto, las palabras no le servirán de nada, y las lanzará en un pequeño agujero que reservará en su cuarto, o en el lugar donde usted duerma. Soñará con ellas seguramente, en forma de leves y molestas torturas en el cuello, en las piernas, lo despertarán con un repentino sobresalto, volverá a dormirse y a la mañana siguiente se quejará por no haber soñado nada, el psicólogo sonreirá cómplice de algo que usted desconoce y tomará nota con una birome roja. todo el mundo se conjurará, desde que haya guardado allí las palabras, total y absolutamente contra usted, contra sus actos más miserables - esos en los que antes se refugiaba - como seguir un ritmo siempre regular en los pasos, tomar un jugo de naranja demasiado ácido o besarse en secreto la punta de los dedos pensando en una persona que se le escabulle disimuladamente. Las palabras tienen su venganza en todo lo que existe, y la tendrán sobre usted de modos tan crueles y despiadados - la piedad para ellas es otra cosa, quizás una flor celeste, quizás y más probablemente un conjunto de letras apiladas de manera arbitraria - que se retorcerá sobre sí mismo, hasta sí mismo, de modo tal que se combine de una manera perfecta con el mundo - y usted adoptará la forma que le falta al mundo


Las palabras no volverán a usted porque usted quiso apropiarse de ellas - no use el lo, el que, el para qué, no hace falta, sólo son designaciones de las ideas de las ideas que usted tiene de las designaciones, designaciones de la realidad que a usted le parece que podría ser la realidad, desde sus ojos hasta los ojos de otro, y si hay entre ustedes un abismo tan eterno y negro que no se anima a mirarlo, entonces tire su papel y sus palabras y haga cuentas en calculadoras con pantallas azules, o comuníquese por no quedar callado, porque si usted se detuviera a mirar por un momento, sabría que no hay nada más unánime que los ojos, en el sentido no de ver las mismas cosas, ni de verse a sí mismos, sino que ningún ojo puede ver nada, ni siquiera su propia interioridad, aunque podría si se volviera en sí, si no doliera - y se le ha vuelto un mundo (imagínese, un mundo peor que este) en contra ya del cuerpo, no desde el punto inocente de las abstracciones - quítele ese para qué, ese por qué, ¿por qué aclarar que es un yo, que es un él, por qué ponerle un nombre a lo innombrable, por qué no lo nombra de otra forma, como utilizando, por ejemplo, una palabra que sólo le haga olvidar lo que quiere nombrar? - sino desde su mayor y peor ferocidad, que surge de una inocencia tardia, como volver a descubrir los orígenes de las cosas, y en una renovación de aprendizaje, sustraerles como se sustrae la cáscara de una herida, toda la esencia más directa al pensamiento, ese que en usted está hundido en el rincón más misterioso del jardín siniestro de las ideas, ese que no tiene dirección, ni salida, ni lleva a ningún lado, ni ha nacido

15.5.11

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Las líneas de mi vida están trazadas como se trazan las líneas de un rectángulo. Las que determinan el ancho son grandes columnas de cemento, con manchas de polvo entre la pintura descascarada, y se desmoronan en cada viento, aunque sea una leve brisa sobre el mar que las enfrenta. Aquellas que limitan el largo, parecen colosales caminos frondosos y atraviesan todos los paisajes posibles: desde las inmensas llanuras sin respiro de relieve, hasta las montañas sempiternas sin siquiera diminutos agujeros desde los que tomar el aire. Y yo, en el medio, soy el cuerpo fútil al vacío: me estrangulo por salir de mi jaula, pero al tiempo que sobrepaso, en una tercera, las dos dimensiones que me enlazan y sostienen en el mundo, un gran temblor me sacude, por decirlo, desde la punta de los pies a la cabeza, y todo mi cuerpo parece un fantasma, y si me vieran intentarían atravesarme sin sospechar de mi presencia ni la angustia que develo en mis ojos. Por eso simplemente duermo en mi sueño tan forzado, y quisiera llorar si sólo pudiera: no tener los medios físicos para hacerlo, pero sí todas las ideas del método es, para mis palabras intrascendentes, el mayor mal que ha sacudido al mundo. Al mío, al de los otros, y al de las líneas que me encierran más allá del mar que las enfrenta.

Cuando alguien me posee e intenta hacerme – hacer de mí una cosa que fuera a significar más que esa misma cosa, un objeto con nombre y mayúsculas, cuando quiere rebelarse, tal vez sin saberlo, a la existencia de todo lo palpable y hasta lo etéreo – yo me extraigo en millones de formas. La libertad que tengo para hacerlo, que es sin dudas, más que poca, me presionaría los pulmones y me haría estallar en grandes trozos hacia las distraídas cabezas, si tan solo tuviera un cuerpo que encarnara todas las acciones de descarga. Y sin embargo al posarse sobre mí ese dibujo imbécil, que sólo funciona físicamente, estrujándome los miembros a punto de tortura, clavándoseme como se clavan todas las agujas en las venas, sólo siento una penetración constante, un ir y venir de un flujo de materialidades, que a simple vista no se parecen ni por asomo a lo que el escribiente quiso decir en ellas. Las formas que resultan de un movimiento, aunque intencionado, no pueden ser más que eso. Y yo soy un maniquí, el que las ve caer y las recoge, soy un gran depósito de intentos frustrados, un reflejo tosco de las mayores profundidades, todas las ilusiones representadas, el canal de la efusión más allá de lo que existe, donde caen estrepitosamente desdichas desordenadas, que luego se unifican donde yo aparezco, en el único portal más infiel que uno mismo.