13.11.11

el pedido 1

Hace años que intento escribir una novela, a pesar de que su elaboración me parezca, de por sí, un trabajo vano, demasiado realizado a lo largo de la historia y que, por otro lado, me sería imposible concretar en mis circunstancias actuales - convivencia con personas ruidosas, bloqueo mental para la creatividad y exceso de trabajo diario, está bien que son excusas, razones buscadas en el exterior, pero razones al fin, puedo decirte - y como esta falta de posibilidad para hacerla me encierra en una depresión especialmente a altas horas de la madrugada, es decir ahora, cuando mi pulso conserva un cigarrillo entre mis manos y la noche me regala una soledad desacostumbrada y evidentemente casual, y los autos pasan en su pulsión acelerada para recordarme mi inmovilidad, te escribo con el sencillo y banal objetivo de que me cantes, sin ningún tipo de prejuicio ni elaboración previa, un argumento posible. Entiendo que elaborarlo no es sólo cuestión de imaginación infantil - cosa que, por otro lado, he perdido - sino de una noción de las necesidades narrativas y estilísticas, que requiere trabajos y estudios de cátedra, amplios conocimientos sobre las elaboraciones novelísticas anteriores y una originalidad inusual en estos tiempos en que todo parece ya hecho por manos que placen enterradas bajo nuestros pies hambrientos de nuevas ideas.

No voy a plantearte condiciones para que una tarde, con los ojos desorbitados y los dedos temblándote de ansiedad, te sientes en tu silla de algarrobo, frente a tus papeles viejos, frente a tu pantalla blanca, a escupirme una sinopsis perfecta de lo que será, dentro de unos años, la novela del siglo, aunque sea olvidada en el siglo siguiente, o juzgada con desgano como la mejor novela de la primera mitad del siglo veinte, cosa que, todos sabemos, no significa nada más que el hecho de que seré mejor que mis contemporáneos, y eso no me estimula gran cosa. Sino que te exijo una capacidad de la que carezco, como se le exige a un amor todas las virtudes de las que uno prescinde. Escapate de los lugares habituales, no necesariamente de una manera física, y contraé tu musculatura hasta no tener noción de ella. Lo mismo con los sentidos y con las articulaciones. Sentite, en sentido figurativo, como una estatua observando superior el mundo cubierto de musgos y débiles gusanos, apreciando con ojo preciso todos sus bericuetos, sus interrelaciones, las luces celestes que brotan en los cortocircuitos, las conexiones perfectas entre las especies animales, y extraé como una bruja extrae de entre una mezcla de cabellos y sangre, una metáfora deliciosa de la existencia en la tierra. No es este un trabajo que nadie haya realizado antes: probablemente todos los escritores de grandes novelas lo han hecho. Y por eso confío en que no será para vos más que un trabajo que, sabiendo que ha tenido buenos resultados, realices con gran relajación en tu mente, a pesar de todas las tensiones que te solicité, y que sé que sabrás perpetrar con detallada perfección.

Espero que comprendas la gravedad de mi momento, que por otro lado, a simple vista, no demuestra grandes dificultades - mi calidad de vida es, naturalmente, casi absoluta, en términos de lo que se determina en las estadísticas - pero que, paralelamente, encierra un trasfondo torturador y monstruoso. Mi vacío creativo es una bestia negra que surge desde el fondo

de un pozo, en las mañanas soleadas, en las tardes roncas, para recordarme la tragedia de mi vida sola, de mi muerte inevitable, de mi falta de capacidad para llevar a cabo cualquier acción que pretenda mi inmortalidad. Te veo leyendo mis palabras con tu paciencia exhuberante, con tu aire altanero y soñador entre el humo de tu tabaco oscuro, y casi lloro al imaginar tu pensamiento trabajando en la historia al mismo compás que mis palabras. Somos dos creadores innatos cuya capacidad de creación ha nacido incompleta: basta esta carta para demostrarlo. Solicito la imagen de tu mano surgiendo desde las olas torrentosas de un río cuya corriente rápida vuelve a la catarata un destino inminente, el beso de tus labios secos sobre las mías, en casi completa proporción, torcidas entre las hojas en blanco.

Esperaré tu argumento, mis rodillas temblarán delante de la puerta, y alzaré los ojos cuando oiga el sonido de tu carta cayendo en la puerta de mi casa. Ya que los medios de comunicación actuales no te son cómodos, aceptaré la tardanza intentando mientras tanto crear mi propio argumento, sólo para demostrar que siempre vas a terminar siendo vos el maestro de la creación, y yo una simple empleada de tus pretensiones de éxito, a pesar de que en este momento, mientras me lloran los ojos antes de las últimas palabras, sienta que serás el esclavo más correctamente persuadido y eficaz que algún burgués haya pretendido en la tierra.