30.11.08

A José.

Por ahí fue porque era domingo y no teníamos nada mejor que hacer, además era de esos domingos en los que pareciera que el clima se pone de acuerdo con el día de la semana, y es todo tan triste que uno siente que asomar la nariz por la ventana sería morir desintegrado de melancolía.
Así que no nos asomamos a ningún lado, y tratando de engañar un poco la tristeza, comprobamos que los gatos eran alérgicos al vapor. Tanto me había molestado José con eso, con que vas a ver que si lo ponés al gatito un ratito al lado de una ducha empieza a estornudar de una manera muy simpática, y después la naricita se le humedece toda. Y no tarda mucho para que se le debiliten las patitas y vos lo veas tan débil que te de lástima tocarlo. Ojo con eso de que es contagioso, me decía serio mientras yo trataba de distraerme un poco con el paisaje gris, no vaya a ser que se te contagie a vos también, pero no perdemos nada con intentarlo.
Y entonces yo un poco resignada agarré al gatito, era muy lindo y chiquito, hasta me dio un poco de lástima encerrarlo, pero tuve que hacerlo porque a las cosas no hay que apegárseles demasiado, y abría la ducha mientras él se lamía la pata izquierda y me miraba de vez en cuando con cara de nada. Cuando estuvo por fin cayendo el agua caliente y ya estaba empañado el vidrio del espejo, me escapé sigilosa, y su mirada me seguía, nada peor que esas pupilas de gato dilatadas, que te dan ganas de abrazarlo fuerte y no dejarlo nunca más solo.
Esperamos inquietos en la puerta con un cronómetro viejo que de vez en cuando se paraba, no nos importaba porque era muy entretenida e incómoda la espera. Los maullidos del gato eran los que hacía siempre, sólo para molestar. Pero con los minutos se hacían cada vez más agudos, y hasta parecían de sufrimiento, pero no podíamos parar el cronómetro porque sí, el experimento tenía que tener un final. Media hora. Hacía ya rato que se había callado el bichito, pero no lo habíamos advertido demasiado. Abrí la puerta con un poco de miedo, y fue tan sorprendente aquella imagen que hasta me dieron ganas de reir, estaba ahí el animal todo mojadito, con los pelitos parados y los ojos caídos, mirándome con una expresión increíble y haciendo un ruidito muy tierno con la nariz, como si estuviera resfriado. Lo toqué muy suave, y me respondió con un ronroneo de satisfacción. Lo llamé a José con las manos, le señalé al gatito, le sonreí y lo abracé de la emoción, y nos quedamos mirándolo los dos, sin importarnos el calor que hacía ahí adentro, ni que el vapor era impresionante, ni que por primera vez, el animalito nos estaba saludando.

26.11.08

Orden y progreso.

Progresar, a veces, no es más que un comienzo de etapa. No es prolongación, ni cambio, ni restauración. Es un punto final y brusco que se le pone forzosamente a algo, por desgaste o por impaciencia, para abrir otro párrafo sin importar lo que su apertura implica. Lo que vale en la mente, en el progreso propio y puro, es la cosa nueva, ese sinónimo de avance irrefenable, de valentía y renovación, que no siempre mantiene una relación con el afuera, o con el pasado que al fin y al cabo, mal que le pese al hermoso futuro, es el que lo creó, le dio nombre y forma y lo va llevando, tranquilamente y al compás de su mentira arutinada, al brusco final. En cuanto todo progresa, con una perfección increíble, cabe creer que el orden va de su mano, como si fueran hermanitos, a todos lados. Y en cuanto este, traicionero y orgulloso, le va soltando los dedos tan suavemente que casi es imposible darse cuenta, ahí queda tan solo que apenas puede seguir progresando. Y eso pasa siempre, siempre que se cree tanto en las cosas.

23.11.08

La parte.

El problema está
cuando se deja ver una parte,
un pedacito de la parte sagrada
que en todos crece
y se agranda
y se muere,
cuando entra un ojo y se asoma
por la ventana,
y ve lo que no tiene que ver
ni el ojo, ni el dueño,
ni la nada,
porque la nada es parte,
de la parte que es el sueño,
delicado, frágil, brillante
y triste
que tras la coraza de los días,
poco a poco va creciendo,
y está oscuro,
y está solo
y nadie tiene que verlo.

19.11.08

Corre, Forest.

Es parte del instinto intentar dar un paso más que los propios acontecimientos, imponerse de tal forma al futuro que se cree una confusión entre los tiempos, y no se sepa dónde se ha dejado el pie. La mezcla que se crea es casi intangible, irreconocible entre las horas, que se cruzan unas a otras, y es mágico observar cómo el concepto de período, la división imaginaria de los instantes, se difunde en la misma acción de querer, más allá de las condiciones que impone el orden, adelantarse a trote rápido a la vuelta de la muerte, a la otra vida dentro de una, dentro de otra que aún no se ha vivido y que se empieza a sentir, dulcemente, día tras día, correr en las venas.

Lo más lindo es cuando comienza a dar sus primeros pasos, ella también se antecede a todo, abre poco a poco la ventanita de la novedad, y da un poco de culpa tocar la pureza de lo que está por venir. No se tarda mucho, sin embargo, en entregarse de lleno a las imágenes hermosas que nos traza la incertidumbre de no saber del futuro y, al mismo tiempo, tenerlo tan cerca que casi es posible oírlo respirar.

6.11.08

Mientras espero.

Sabrá el viento llevarme hasta vos,
cuando sea de noche,
y no haya ya ni sombra
ni luz ni sol,
cuando seas en lo más hondo del recuerdo,
cuando se haga carne la voz,
se cierren mis párpados,
y te recuerde y diga no,
no mil veces y una contra
la cama y el sueño,
No, ya no hay
de eso que fue,
de lo que fue y no es,
quién se lo ha tragado,
el tiempo, el desamor,
la guerra,
Las lluvias, los recuerdos,
la impaciencia.
Quién te ha llevado,
de la mano o de los brazos,
quién se ha robado el aliento,
las horas perdidas
sin tiempo.
Quién te traerá esta noche,
como todas las demás,
arrastrándote forzoso
a mí y será otra vez
creerte en un delicioso engaño
que se esfumará
cuando el viento acabe
y sea el día.