31.8.08

Cansarse.

Cansarse
no de los kilómetros
que corren
los pies,
no de los relojes
ni de
las avenidas.
Cansarse de los amores,
de los abrazos,
de las mentiras,
de los sueños
que cada noche
sueña el sueño y nunca
concreta la vida.
Tener las zuelas gastadas
de cargar un cuerpo
colmado
de besos insípidos,
de pasados felices,
de ojos que
desde lejos lo ven
caerse bajo las miles de lunas
que lo supieron abrazar.
Y así morir los párpados
y caer sobre las comisuras
y llorar sobre
el cuello
llantos cansados
de no ser llorados,
amores que aman
sólo
por ser amados.

29.8.08

Presiones.

Desde que tengo el blog, cada vez escribo menos. O al menos no con la espontaneidad con la que escribía antes. Obviamente existen los momentos en los que no puedo parar, y no puedo, y no puedo. Pero de alguna forma este espacio ejerce una presión sobre mí que no puedo controlar. Es decir, la idea que está grabada en el inconciente, que aparece cuando estoy en plena actividad, y que me dice que pronto eso va a estar ahí publicado y lo van a leer varias personas y tiene que gustar. Un poco escondidita está esa idea, siempre. Y aparece cada vez más seguido. No me gusta no poder controlarlo, es estúpido e inútil pensar en algo así.
Pero así como me es inevitable, en ciertos momentos, ponerme a escribir, también lo es pensar en eso. Y me maldigo y me siento limitada y me frustro, pero qué voy a hacer. Tenía que decirlo.
Aunque pocas personas lean el blog, aunque en realidad no signifique nada. Aunque internet realmente nos esté haciendo mierda. Y es tanto lo que nos está haciendo que notarlo en una actividad que me hace tanto bien como esta, me hace sentir una esclava de ella. Y en realidad, todos lo somos.

24.8.08

Versus.

A veces no funcionamos. Ayer encontré un cassette por ahí con una grabación en la que un hombre X hablaba sobre el pensamiento dogmático y el pensamiento crítico. De la violencia. Citó a Fernando Pessoa, que era un loco portugués que en sus escritos creaba en sí mismo muchos autores, cada uno con una característica distinta. En el caso de este fragmento, dos de esos autores mantienen un breve diálogo que ejemplifica claramente la diferencia y la relación entre estos dos pensamientos.


- Caeiro, usted diría que una cosa puede tener un límite pero después de esa cosa puede decir que se extienden las cosas de modo infinito porque hay infinitas cosas.
- No, no le entiendo... ¿Cómo que hay infinitas cosas?
- Claro, lo real es, digámoslo así, un escenario incesantemente multiplicado donde lo infinito prepondera sobre lo infinito. Todo es interminable.
- No... no le entiendo bien.
- Mire - contesta ya un tanto nervioso - supóngase usted los números: después del 23 viene el 24 y el 25, el 26, el 27, el 28 y así hasta el infinito.
- Pero dígame, Campos... ¿qué es el 24?

18.8.08

Amar.

Ayer te compré flores, te escribí una carta y temblé un poco. Fui a visitarte y te di mis regalos y te hablé. De vez en cuando lloraba, después sollozando me recuperaba y te hablaba otra vez. Vos no respondías. Me mirabas, pero parecía perdida tu mirada en algo. Estabas linda, tranquila, sonriente y poco asustada. Por momentos creía que no eras vos. Que alguien me estaba mintiendo. Pero era tu boca seca, eran tus dedos finos. Eras. Me quedé, hablándote cada vez menos y mirándote cada vez más, atónito y feliz, pero esperando algo. Vos no me mirabas. Te ibas. Te habías ido. Y sin embargo, estabas. Sola, sonriente, fría. Amarga y seca, muda, linda, toda. Pero no. Vacía. No tenías nada dentro, nada en ninguna parte. Te habías escapado. Llorando, sola, muerta, andante. Amándote, yo como siempre creía verte y eras vos, muñeca de los cuentos en los que nunca te morís, por más frágil y débil que seas y por más veces que te hayas muerto. Porque tu cuerpo cansado aún resistía a la salida hastía, devolviéndome a vos, a tu boca seca, a tus dedos finos. A vos, sola, fría, vos. Toda, entera, rota, ida. Vos que por amarte estabas y por estar te amaba, intocable y no, marchita y empapada, vulnerable al aliento de la incansable muerte.

15.8.08

Continuidad de los parques - Julio Cortázar.

Había empezado a leer la novela unos días antes. La abandonó por negocios urgentes, volvió a abrirla cuando regresaba en tren a la finca; se dejaba interesar lentamente por la trama, por el dibujo de los personajes. Esa tarde, después de escribir una carta a su apoderado y discutir con el mayordomo una cuestión de aparcerías, volvió al libro en la tranquilidad del estudio que miraba hacia el parque de los robles. Arrellanado en su sillón favorito, de espaldas a la puerta que lo hubiera molestado como una irritante posibilidad de intrusiones, dejó que su mano izquierda acariciara una y otra vez el terciopelo verde y se puso a leer los últimos capítulos. Su memoria retenía sin esfuerzo los nombres y las imágenes de los protagonistas; la ilusión novelesca lo ganó casi en seguida. Gozaba del placer casi perverso de irse desgajando línea a línea de lo que lo rodeaba, y sentir a la vez que su cabeza descansaba cómodamente en el terciopelo del alto respaldo, que los cigarrillos seguían al alcance de la mano, que más allá de los ventanales danzaba el aire del atardecer bajo los robles. Palabra a palabra, absorbido por la sórdida disyuntiva de los héroes, dejándose ir hacia las imágenes que se concertaban y adquirían color y movimiento, fue testigo del último encuentro en la cabaña del monte. Primero entraba la mujer, recelosa; ahora llegaba el amante, lastimada la cara por el chicotazo de una rama. Admirablemente restañaba ella la sangre con sus besos, pero él rechazaba las caricias, no había venido para repetir las ceremonias de una pasión secreta, protegida por un mundo de hojas secas y senderos furtivos. El puñal se entibiaba contra su pecho, y debajo latía la libertad agazapada. Un diálogo anhelante corría por las páginas como un arroyo de serpientes, y se sentía que todo estaba decidido desde siempre. Hasta esas caricias que enredaban el cuerpo del amante como queriendo retenerlo y disuadirlo, dibujaban abominablemente la figura de otro cuerpo que era necesario destruir. Nada había sido olvidado: coartadas, azares, posibles errores. A partir de esa hora cada instante tenía su empleo minuciosamente atribuido. El doble repaso despiadado se interrumpía apenas para que una mano acariciara una mejilla. Empezaba a anochecer.

Sin mirarse ya, atados rígidamente a la tarea que los esperaba, se separaron en la puerta de la cabaña. Ella debía seguir por la senda que iba al norte. Desde la senda opuesta él se volvió un instante para verla correr con el pelo suelto. Corrió a su vez, parapetándose en los árboles y los setos, hasta distinguir en la bruma malva del crepúsculo la alameda que llevaba a la casa. Los perros no debían ladrar, y no ladraron. El mayordomo no estaría a esa hora, y no estaba. Subió los tres peldaños del porche y entró. Desde la sangre galopando en sus oídos le llegaban las palabras de la mujer: primero una sala azul, después una galería, una escalera alfombrada. En lo alto, dos puertas. Nadie en la primera habitación, nadie en la segunda. La puerta del salón, y entonces el puñal en la mano, la luz de los ventanales, el alto respaldo de un sillón de terciopelo verde, la cabeza del hombre en el sillón leyendo una novela.



A partir de hoy de vez en cuando aparecerá en el blog algún que otro texto ajeno que me guste, o que no, lo mismo. Lo importante es escaparle a la peligrosa monotonía. Inauguramos con una delicia de Julio. Relato atrapante, nervioso, perfectamente encausado y que juega con las pasividades que a veces no son tan pasivas.

14.8.08

Sobre mentes y otras cuestiones.

Mira cómo nace en tus ojos,
de intocables cielos y salvajes bravuras,
una ola que arrasa mi cordura
y hace que sea en mí el antojo.
Y así descontrolada la razón,
atada por el implacable deseo,
vuelve serena del paseo
para arrancarme de pieles la pasión.
Aquella que, solitaria,
va renaciendo poco a poco,
y se escapa de la ciencia,
del deber y la paciencia,
para insaltarse ya sin foco,
entre mi alma impulsiva,
y aquella que, irremediable,
piensa.

12.8.08

Instrucciones para ganar un concurso.

- Decorar los discursos con palabras extrañas.
- Alargar oraciones con adjetivos hasta provocar la asfixia del lector.
- Interponer acciones concretas, realizadas preferentemente por partes del cuerpo humano u objetos ordinarios.
- Utilizar un punto y aparte de vez en cuando, como para evitar el aburrimiento o la sensación de longitud extrema.
- Las descripciones no deben ser demasiado extensas, a lo sumo algunos rasgos físicos o cualidades de la personalidad. Nada de doble sentido, ambigüedad o connotación.
- Puntualidad.
- Claridad.
- Escructura ordenada.
- Uno, dos, tres.
- Final. Partida, muerte, encuentro, aclaración del misterio. Cerrado.
- Una única interpretación y si es posible ausencia de metáfora o mensaje.
- Posición neutral. Ni de izquierda, ni de derecha. Ni proletario ni burgués.
- Debe estar basado en la intención de informar un hecho. A lo sumo dos.
- Pocos personajes, para evitar confusiones.
- Seco, inexpresivo.

10.8.08

El lunes.

Mañana es lunes y no venís todavía, mi amor. Llamame, decime que estás porque no te siento más, no existís en mí, solo estoy yo con mi reloj que me deja roja la muñeca. Y escucho esos discos que escuchábamos juntos, ¿te acordás? Las melodías te traen y me hacen llorar, me siento una tonta llorando sabiendo que igual vas a volver, tal vez cuando esté empezando el octavo tema. Siempre lagrimeabas cuando empezaba porque te encantaba la melodía. Ojalá llegués cuando comience a sonar, y llores mientras te abrace, emocionados los dos. Los dos llorando como unos estúpidos, cuando vuelvas, hoy que es domingo y que hace frío y necesito tanto tus abrazos grandes y tus ojos tristes. Por favor mi amor, volvé que ya empieza el tema. Y te lo estás perdiendo.

2.8.08

Los rezos.

La palabra de Dios
es como la del que mira
desde arriba, desde las montañas
o las nubes o los cielos infinitos
y majestuosos,
caer el hambre y la ignorancia que son una ola
también así de infinita
y de majestuosa,
sobre bajas cabezas y rostros
bañados en un llanto incesante
que exige, reza y pide
con el grito de quien no puede hacer
más que gritar,
que al menos aparezca
la mano del tan nombrado,
que dé señales y que los tome
así de la nuca y de los brazos,
y los lleve a lo tan soñado,
a donde hablan los libros,
a donde dice estar lo hermoso,
a lo que sólo se llega
amándolo,
pero no encuentran manera ellos
de amar lo que no da,
lo que sigue igual de arriba,
mientras ellos están igual
de abajo.