30.12.10

contemplación

en el otro extremo de mi vida está el horizonte. me separa de él la línea de la tierra. no hay mar en el medio, sólo un agujero negro donde me esperan telarañas. aquí no sé si hace calor, porque aunque lo hiciera, el viento lo superaría enormemente, al punto de espantar a los reptiles y llevarse despiadado las flores más hermosas. se me impone a los ojos, me los llena de restos. tengo que cerrarlos, no puedo ver. quizás se haya acercado el final del mundo en ese mismo instante, porque el tiempo sabe extraño en este punto del planeta. se burla de él, y el sol sale cuando en el mundo es aún de noche. y se va a dormir para recibir a la noche a pleno mediodía. yo, mientras tanto, permanezco. no parece que pasara nada por mi cuerpo. está inmóvil, pero no lo estoy por dentro, quizás se mueven mis jugos gástricos, mi saliva, mi sangre acelerada. se mueve todo y es como una licuadora incansable que no se queda quieta. me exige que me vaya. pero otra vez el sol, el cielo, la tentación pecadora de permanecer a donde dios no quiere. me pregunto si me estará mirando desde alguna nube, aunque más bien creo que allí hay otra cosa. viejos ancestros que dejaron las vasijas que decoran los museos, y que esperan que haga algo entre tanta polución. quizás con mirarlos les baste, quizás no. más no puedo hacer, porque el viento se ha potenciado en estos años que parece que pasaron. aunque hayan sido, tal vez, minutos miserables que no valen nada para los hombres. no sé si soy persona ahora, también lo estoy dudando, porque no me rodean más que plantas y aire pesado por las grandes ráfagas. y me pregunto en qué cosa me habré convertido, un lagarto, una amapola, un alerce, y si iré a reconocerme cuando me mire al espejo.

1.12.10

mi identidad

primero me miraste. había algo idiota en tus ojos, un resto de miel podrida y amor eterno, la inocencia incondicional de un niño, te arrodillaste ante mí después con una entrega de vasallo, no supe qué hacer ante tanto cuerpo. mil metros de distancia quizás nos separaban, y ahora me observabas con los ojos abiertos, como un sapo exaltado o un cadáver recién muerto, me penetraste sin quererlo con tu desesperación malherida, y tuve que decirte algo. mañana será, lo sé, lo siento en todo lo que soy, como si ya me estuviera convirtiendo en el futuro, primero mis manos que no se aferran a nada, luego mi cuerpo que no se mantiene en la tierra, así toda yo estoy siendo el porvenir, te veo claro a vos, a tu boca húmeda decorando las imágenes, llevás el pelo en la cara pero detrás siempre tus ojos, y me acompañás hasta en la enfermedad más contagiosa, y me tomás la mano fuerte para asegurarte de que existo. soy como el tiempo, sé todo y no me importan las penas que voy dejando en el camino, estás inclinado ante mí como pidiéndome algo que no puedo descifrar y que vos no sabés decir. decime qué pasa, por qué estamos tan tristes, y no podemos seguir viviendo en nuestros estados naturales, por qué no puedo asegurarle a nadie que esto no es en verdad un sueño. lo sabés y balbuceás idiota como un mudo, se me estalla el alma de tanta duda, yo no sé nada, no pretendo saber nada quizás, pero me incitás a la incertidumbre, a la pregunta rondando como un fantasma, mostrándome que nada está acomodado, que estamos distribuidos en retazos desordenados. y ni siquiera sé si mi vida es esta, o esto de tenerte enfrente es un resto que ha quedado de otros restos inmundos, y el paradero de mi todo es eso que me querés decir, y no te puedo escuchar, y quizás no me importe, al final todo pasa por mis manos, soy el tiempo. y quizás no te importe.

24.11.10

las vidas

las cosas que suceden suelen ser maravillosas, y cuando no, son simplemente reales. el descubrir sin predecirlo el aroma precioso de la humedad cuando empiezan a asomarse los primeros calores, la sabiduría inmensa que me da entender una fórmula lógica, el beso cautivante de un amor nuevo, el fantástico correr de las horas mientras son divertidas, todas estas cosas que no tienen porqué, que nadie ha sabido definir jamás en esta tierra de inventos, investigaciones y teoremas, son la maravilla pura e intensa de una vida extraña, que excede los límites comunes de los quehaceres, primero aquí, después allá, luego siempre al mismo lugar, con el mismo aspecto y el mismo cansancio arrastrado. y aquella que no lo ha sabido todavía, que ve pasar la vida como cree que es y no como lo que no imagina en sus momentos corrientes, entonces no tiene la capacidad suficiente de saber nada, y vivir aquí, o estar muerto, aunque no lo sepa, aunque le espante la idea, le daría lo mismo.

21.11.10

música

tu voz tiene otro tono de noche
parecés un viejo roncando
que se queja de una pesadilla,
sos la pesadilla que tengo
de volverme vieja,
esta noche tiene otro nombre
no es una noche, es una manía
el vicio de fumar
o de llorar
o de morirse siempre igual
con la misma mediocridad de siempre
a la misma hora
en honor al mismo nombre,





mi voz tiene otro tono de noche.

12.11.10

descubrimiento

al todo esto que soy, dicen que le falta algo que nunca voy a tener, no por tener que buscarlo, sino porque ya lo perdí. no es la permanencia prolongada de la inocencia, no la niñez, no la incertidumbre, no el miedo al futuro, no el goce indiferente sin preguntar razones. no el intento por un logro, no el inútil ansia de progresar. es otra cosa, y yo que tanto he vivido como tanto he muerto y casi tanto como me falta vivir para morir definitivamente, no dudo ni cabeceo insinuando una alternativa cuando pienso que el agujero que tengo, como el que deja uno en la carne cuando la corta en diagonal, o el que tiene el precioso cuerpo de una manzana consumida, no es una insinuación, no es una ilusión producto de una congoja pasajera, sino que es el fatal resultado de un improvisado golpe fruto de mi distracción enamorada, y que no podré llenar ni con pastillas ni con tiempo ni con amores inútiles que pueblen de flores tristemente marchitas mi biografía final.

2.11.10

ausencia

pero no te estoy extrañando
como si te hubieras muerto
extrañarte es un presagio
es una profecía
es un invento, una elección
te extraño
no hay un agujero en el tiempo
ni en el espacio
o al menos no hay nuevos agujeros
pero me faltás para que esto tenga nombre
te necesito para suspirar con un motivo
para creer que tiene cara
la razón de que todo esté tan mal



sos ese sueño que soñé
en el que aparecía la razón de mi desidia
y que no logro recordar.

29.10.10

estos días

si sucede que la muerte
despierta fervores públicos y congojas insospechadas,
y amor y odio demasiado extremos,
y llantos demasiado efusivos,
seguidos de un homenaje correcto
con palabras justas y alguna puteada
para expresar el enojo de algún modo
es que su aparición sorpresiva
nos llena de miedo
y se nos cala en los huesos
como si fuéramos los próximos.

26.10.10

andar

al galope del mundo
me uno y voy como una saeta
esquivando los cadáveres que les sobran
a las guerras y a la historia
y absorbo el agua que nadie absorbe
y me arrastro si quiero
por arenas hirviendo,
y te sonrío aunque no sepa quién sos,
y quién sabe


quizás te unas,
dejes tu vaca o tu mujer o tu empresa
y quién sabe,
primero te caigas pero después
andes también al galope
salteando a las amenazas
y comiéndotelas
como a una sopa de verduras.

21.10.10

Visita

Se abrió la puerta, no lo vi pero lo escuché, la madera está vieja, el picaporte se inclinó para que todo se arrastrara más fácilmente, estoy de espaldas a ella pero sé que alguien puede ver mi nuca, que alguien oye el grito instantáneo de las teclas, que alguien me escucha respirar, aunque silenciosamente, que ve el principio del marco de mis anteojos. No sé dónde, a qué distancia, pero sí hace cuánto tiempo, sé que ve el brillo de mi anillo de la mano izquierda, y no puede faltar mucho para que pueda ver sus manos también, y sepa si tiene anillos como yo, si tiene sed como yo, si le está gustando este disco de King Crimson o si preferiría algo más tranquilo, si tiene sueño o si recién se levanta, para verme acá sentada, con mi ridícula imagen de soledad nocturna. O quizás sólo permanece allí, en una posición firme y atenta a mis acciones, como un enamorado enfermizo o una vieja adicta a las desgracias ajenas, y pronto se cansará y se irá por la misma puerta, suspirando por lo bajo, resentido por haberse aburrido. Será mujer, hombre, estará leyendo estas palabras, tendrá ganas de estornudar como ahora tengo, o los labios secos, o las uñas demasiado cortas, tendrá que levantarse temprano o no tendrá que levantarse, se estará ofendiendo con lo que ahora digo, creerá que lo agredo, que su búsqueda se le está poniendo en contra porque creyó que no notaría su llegada y que podría matarme o secuestrarme o mirarme fácilmente, pero ahora yo le hablo como si no estuviera leyendo, porque no sé si en verdad lo hace, sólo sé que ha hecho chirriar mi puerta repentinamente, justo en pleno goce de un solo de guitarra, o de un compás extraño, y que su sola presencia ha atormentado mi existencia normal en este cuarto, que ahora tiene un aire extraño como de polución o de casa vieja. Estoy esperando que se vaya quizás, es solo eso, como cuando le tengo miedo a alguien en la calle y respiro aliviada cuando noto que no me hará nada, así me siento con su aliento ahora en el cuello, sin embargo, gritándome su presencia como si fuera la muerte, burlándose de mi impotencia, solo, ridículo porque nadie se ríe de su chiste. Vuelvo a ofenderlo, contiene el aliento, se lo traga, tose torpemente, pero vuelve al ataque sin vacilar, definitivamente la acción se ha hecho carne porque no ha vuelto a sonar la puerta, ni siquiera ahora, que creí engañarlo, y no sé si soy realmente yo quien escribe estas palabras, o si tendré anillos, si tendré sed, si me gusta el disco que estoy escuchando.

16.10.10

Esto y aquello

No hay que olvidar que, preferentemente, todo tipo de obligación externa (es decir no interna, no hacer pis, no abrazar, no masturbarse) tiene un dejo misterioso que nos atrae de una atroz manera. Por eso nos adaptamos a la rutina como si fuera nuestro verdadero molde: aquí la limitación de páginas, la limitación de horarios, el orden estricto de entrega de sueldos, de entrega de tiempos, la cerradura de las puertas prohibidas, las manijas gastadas de las puertas abiertas. Todo está determinado y nos gusta, nos gusta que venga un chorro y nos saque el celular, nos gusta contarlo, que un jefe nos diga imbéciles, nos gusta quejarnos, sentirnos ahogados por un quehacer cotidiano que no nos deja tiempo para tirarnos a escuchar música o a leer nuestra novela preferida (y porqué habríamos de leer siempre nuestra novela preferida). Por eso no estamos ahora en la selva, sucios de tierra, lanzándonos colgados de lianas, cazando animales, porque hemos encontrado el lugar perfecto para sentirnos víctimas, aquí y en todos lados será igual a lo largo de la vida, excepto cuando una necesidad interna nos agobia, eso sí que es otra cosa, surge de la nada, de ese encuentro con nosotros mismos del que hablaba Demian pero no mucho más que eso, nadie tiene la culpa: ni el gobierno, ni los vecinos, ni la madre, ni la muerte. Eso somos, y es muy distinto a esto, a las personas que siempre se levantan a la misma hora, y tienen miedo de mirarse al espejo cuando se lavan los dientes.

11.10.10

El despertador suena ladrando, con su chillido espástico y viejo, hace vibrar la mesa y la habitación acurrucada se despierta. Pero el cuerpo no. El cuerpo quizás sueña. Se mantiene en su posición anterior, como si volara terriblemente alto en su pesadilla, o si estuviera abrazando con pasión a esa persona que en su vigilia no quiere recordar. Estático entre las sábanas desprolijas y las tareas que no saben llamarlo, porque no despierta para ellas, no se incorpora, no obedece al mandato que le da el sonido, el temblor maldito de las seis de la mañana, ahora un poco más tarde. El tiempo en el sueño es otra cosa, como si se quedara allí dentro, y lo otro fuera extraño, un mundo al que cuesta incorporarse porque nunca se vivió en verdad en él. Y sin embargo nunca se despierta quizás porque no quiere, porque ahora en su sueño la abraza cada vez más fuerte, y la besa tal vez pero no sabe si es en verdad una pesadilla, si el recuerdo ha vuelto para vengarlo, se confunde, ahora vuela sin ella y solo, otra vez el vértigo de las cumbres, vuelve al suelo, ella no está y hay un sonido melancólico e infantil que decora la escena. Permanece estático él en su cama, quizás se acomoda un poco el cuello, se acomoda la boca, aprieta los ojos para no despertarse porque ahora ella está volviendo, envuelta en sábanas blancas y se cae a sus pies, vencida, él con su cuerpo grande y alto la levanta y la lleva a su propia pesadilla, vuelan en ese mar extraño y gris. No se despiert y siempre el fondo romántico los acompaña como si fuera un extraño cuidador.

Él no entiende porqué sueña que vuela. Si en su cama está despierto. Y todo retumba tanto en su cuarto oscuro, que prende la luz como si así pudiera salvarse un poco del ruidoso ladrido del reloj. Pero ahora es peor, porque sabe que no ha vuelto. Y que lo que ahora vuela en ese fondo tupido y triste, también es él, y es esa su gran pesadilla, que está llegando tarde, que quizás no llegue, y está solo.

29.9.10

La esperanza

Me han encerrado acá, y toda mi esperanza está tan apagada que me asusta como un muerto que en cualquier momento puede asomarse por la ventana. Todo huele a podrido, a un estático encierro que parece eterno, y vos estás tan lejos que ni me animo a tocarte en el aire, a inventarte no me animo siquiera, como para entretenerme o desearte un poco menos. Los de afuera están sordos y me miran extasiados, y yo me asomo tímida por entre mis rodillas y alzo la vista curiosa para saber si me están observando y así no tener miedo de escribir. Te agradezco porque si no hubieras existido en mi vida, quizás de improvisto o porque así algo lo quiso, no tendría a quién escribirle, y mirar el techo sería demasiado aburrido. O menos riesgoso, podrías decirme. Que vean mi hoja, esa misma que escondo apretándola con la espalda contra la pared, que hago un bollito a veces y meto en el bolsillo, esta hoja que está sucia y rota y en la que te escribo, sería mi muerte inmediata, o mi tortura, la última cosa que vería en la vida. No quiero que te enojes, pero puede que te escriba con la ilusión inocente de que me vas a leer, y vas a venir a buscarme más allá de toda esta cosa rara que ahora nos separa, el tiempo, la distancia constante, el contacto ya lejano de nuestros cuerpos, te vas a olvidar y vas a recordar, te vas a volver loco quizás, por venir a rescatarme como en un estúpido cuento, no te ofendas por favor, pero tal vez sólo quiero salir, y que después me dejes libre, me dejes besar a otro y abandonarte insensiblemente en una esquina sin que me importe tu llanto. Me miran tanto que a veces me asusto, pero nunca hicieron nada sabés, ni siquiera un leve acercamiento, un gesto sospechoso de la boca, quizás lo hacen porque para ellos todo debe ser también demasiado aburrido, y me estoy jugando la vida sin embargo, sabés, al posar así mi lapiz sobre esta hoja maltrecha, por vos o por mí, por escaparme por fin de esta tragedia que ni yo conozco porque todo está muy oscuro y ni siquiera sé cuán grande es este cuarto ni cuánto falta para mi cumpleaños, que por el leve calor que entra por la ventana cerrada sospecho que se está acercando. Creo que cuando leas esto, vas a venir a buscarme justo ese día, y vamos a ir juntos a tirarnos a ese sol molesto de verano, pero por ahora todo parece tan lejano que ni llego a alcanzarlo con la imaginación, y mirá que para estas alturas tengo tanta...

Parece que hay algo que me mantiene ahora, mirándolos a ellos mirándome, con las piernas ya acalambradas de tanto intentar ocultar el papel, y el pelo sucio, un fervor que me sale de adentro, que está esperando el momento justo para salir, unas ganas de saltar por todos lados, pero me estoy guardando todo para cuando vengas, no por quererte, sino porque nadie lo haría sino, nadie disfrutaría verme en esa locura terrible que será la libertad, y nadie llorará cuando lo abandone, y nadie volvería a rescatarme (porque claro que me van a volver a traer cuando se den cuenta de su error) a pesar de mi indiferencia a las miradas, a los gestos amorosos que exigen tristes algo a cambio. Ya me molesta un poco, pero resisto porque todo lo haría por tus manos abrazándome, por ver tu cuerpo caminando, por ver un cuerpo caminando, por verme, sí, porque acá todo es tan oscuro que hasta dudo de mi propia existencia, dudo de si alguna vez estuve, y vos estuviste ahí para hablarme, y gritarme después con un enojo humillante, y si realmente lo hice, si es verdad que sos ese muerto que en cualquier momento puede asomarse por la ventana.

26.9.10

Historia de las sillas

Cuando alguien lo rescate, el gusanito saldrá a la tierra. Andará contorneándose inquieto y transparente por la humedad del suelo, se arriesgará a las pisadas y se deslumbrará con el cielo tibio de la última tarde. Pero hoy, una honda oscuridad lo mantiene debajo. No importa si cierra los ojos, si los abre, si intenta moverse o si sueña con un amor rubio. Su cuerpito sabe dónde estar para no morir, sabe que lo aplasta insensiblemente una gran piedra. Y que por su poco peso, su poca fuerza y su poca importancia dentro del reino animal, no podrá salir jamás de las limitaciones de su vida. Porque si saliera, ni siquiera podría alimentar a nadie, no serviría. Simplemente lo aplastaría un pie extraño e inmenso e inmediatamente entraría en la lista de las cosas descartadas que le sobran a este mundo y que sólo puede agregarlas a una lista para no ser tiradas en agujero negro, una bolsa de basura o un olvido atento de alguna cabeza.

Su inmovilidad suele desesesperarlo. Es fantásticamente obediente, a pesar de la limitación de sus posibilidades. Apenas intenta salir, vuelve a su cabeza como un martirio la realidad amenazante de su vida, y permanece apesadumbrado durante el resto del tiempo (no del día, no de la noche, eso nunca se sabe).

Pero hay una cosa que, invariablemente, lo impulsa a abrir los ojos, a dibujar una tierna sonrisa a pesar de no hacer fuerza o de estar muy dormido. Y es pensar que allá afuera, a alguien le molestará la piedra que lo aplasta. Y que por eso, a pesar de no pensar en su terrible desgracia o en el necesario salvataje de su especie, la correrá y su vida comenzará de nuevo. No sabe qué habrá debajo. Tampoco lo sospecha. ¿Más tierra, más nada, otro mundo igual al de arriba, pero al revés? ¿Con piedras que se alzan sobre las cabezas, y personas que las rozan mientras están paradas? Algún día vio algo parecido. Y el recuerdo lo enaltece y se siente superado. Por eso puede imaginar, con un gesto soberbio, cuántas cosas podrá haber además de las que ya conoce.

La inversión del mundo por debajo suyo es la idea más acertada, para su cabeza pequeña y su cuerpo zigzagueante (antes zigzagueante) al menos. Si se intentara hundir un poco más, si hiciera fuerza contra todo eso que está debajo suyo y que siente que lo espera, su objetivo en la vida estaría cumplido, y, lo más importante, no dependería de nadie que alzara la piedra que lo hunde cada vez más en la tristeza. Así que se dispone a cavar hondo, profundo, constante y fervientemente, esperando la luz, otra piedra, un pie, la existencia paralela de otro mundo que nadie más que él es capaz de conocer. El tiempo pasa agazapado a él, recordándole su existencia a cada paso, haciéndole saber que quizás quedarse hubiera sido la mejor opción, esperar que un piadoso, necesitado o distraído caminante lo dejara respirar para volver al antiguo mundo que ya conocía, y que era su mayor comodidad. Pero no responde a sus tentaciones, poderoso el gusano impulsa con toda su pobre potencia la tierra que va encontrando, hasta que se topa con algo. Pero no es duro como una piedra, ni gomoso como la suela de una zapatilla. Es suave y sedoso y se posa tímidamente sobre él. La suavidad de ese objeto, su comodidad terrible lo satisface de tal manera, le devuelve tanto su antigua felicidad, que se queda dulcemente dormido, como si fuera ese el lugar que lo estuvo esperando toda su vida, como si fuera esa nube la cama en la que algún día debía dormir.

22.9.10

Venganza

Detrás de los puestos que ocupan las cosas en el mundo, hay uno adormecido y débil que todo lo deja caer. Ahí estamos nosotros: rotos por todos lados y resignados a cada quebranto como a una condena de dios. Importa poco la estación, la compañía y el intento. El tiempo, el cuerpo, la desidia cotidiana de la vida. Algo atraviesa toda condición normal del mundo para anudarnos a este lugar donde nacimos y donde vamos a morir irremediablemente. Contar, reanudar la cuenta, olvidar el resultado, volver a formularla, encontrar el número exacto para dudar automáticamente de él. Quizás pensando diferente, obtendríamos otra resolución. Pero esa diferencia no importa, porque no volveremos a intentarlo, como abandonamos cada uno de los intentos de nuestra vida. Es fácil entregarse, nos susurra la moral mirándonos desafiante, vivir en la resignación de la incertidumbre. Pero nadie sabe lo que es la falta. Nadie ocupa el lugar que no existe, que excede los límites del mundo como si en verdad fuera plano y nosotros estuviéramos al borde, justo por caernos a cada paso. Cuánto resistimos entonces, cuánto más que otros que sólo sienten el vértigo de antes de dormirse, que roncan y se quejan y aman con forma de plástico. Acá no cabe la idea, porque si alguien intentara encajarla en nuestro puesto, nosotros moriríamos. Y eso sería arriesgarnos demasiado a lo que estaríamos dejando acá, quizás (y seguramente) sólo más mugre amontonada que algún extraño juntará. Por eso no podemos entregarnos a eso, por eso vivir cada día llorando es la mejor manera de pertenecer a donde hemos nacido, más allá de nuestro amor malacostumbrado y nuestro existencialismo intrascendental. Pero cuidado, no tardaremos mucho en acercarnos, en romper con todos los puestos anteriormente determinados, y serán ustedes entonces los que caerán al abismo, y serán ferozmente devorados por tortugas mientras nosotros los reemplazamos en sus camas sin que nadie se de cuenta.

12.9.10

Antes de que me vaya

¿Se fueron? Fijate si se fueron. Bien. Subí la música, al mango. Más alto. Al tope, hasta que no puedas seguir moviendo la ruedita... Uy a ver, dejame a mí. Ahí está. Ya sé, aturde un poco, pero al rato te acostumbrás. Hay un sillón allá, tirate. Primero abrí bien grandes los ojos, después cerralos con fuerza. Lo que es ese bajo, no se puede creer. Prestale atención, jugá con eso: primero el bajo, después la batería, después cuando llegue el solo el piano. Ahora fusionalos, cuando se pongan todos de acuerdo. Movete como si fueras vos la música. Las drogas no vendrían mal, sentir que uno es parte de todo, eso pasa, que uno es parte de todo. Parate y bailá conmigo. Somos tantos en esta tarde mágica. ¡Vuelan los pájaros allá! ¿Los ves? Para mí que también nos están escuchando. Se ponen de acuerdo para cantar, qué cosa tan hermosa. Te extraño un poco sabés, y eso es raro porque estamos bailando. Pegate más a mí, nunca dejes de escuchar el bajo porque ahora viene la mejor parte. Un solo fantástico, si uno supiera realmente describirlo sin tener que sufrir esta rara incertidumbre. Afuera no está pasando nada, acá somos nosotros y está todo. Dejanos solos, realidad. No le cuesta nada, con todas las cosas que tiene que hacer. Esa señora hace resonar sus tacos, y menos mal que no llegó el marido porque se pondrían a pelear, como siempre. ¿Nunca pensaste lo inútil que es pelearse, empezar a las puteadas para luego terminar en la cama porque sería demasiado costoso separarse? Ah, menos mal que nunca nos casamos. Cuando seamos grandes, lo sé, nos vamos a equivocar. Qué feo nos vamos a equivocar. Escuchá la batería, hace un contratiempo. No te estoy dejando escuchar, lo sé, pero te resignás porque sabés que soy así y no podés cambiarme, además yo te traje acá, no me reproches nada.

No te canses nunca, la música no va a terminar por vos. El mundo nos queda demasiado grande, y quizás por eso somos felices, hay tantas porquerías afuera que mejor no pensarlas, dame la mano así y revoleate, que nadie te detenga, que no vengan. ¡La vida tiene cosas tan fantásticas! Pero al final siempre concluyo que son una ilusión, que la realidad es mala y todo lo que no nos parece malo es en realidad una mentira. ¿No podría ser al revés, también? ¡Yo qué se! No parecen tan irreales las notitas agudas del piano. Fracasaremos en todo, yo lo sé. En cada paso nos caeremos como estúpidos, pero no importa demasiado, estoy escribiendo tan mal últimamente... y eso me da miedo, la única esperanza de supervivencia. Claro, después de que esta tarde muera, porque no sé si voy a sobrevivir. Vení y bailá conmigo, la música no va a terminar por vos.

10.9.10

De más

A todo le sobra tanto. Como en la imagen tosca de un sueño, te veo yéndote y me escondo, te oigo el paso, estoy sorda, no te encuentro entre todo esto. Lo innecesario se me acumula como si fuera indispensable, lo tengo guardado por si alguna vez sirve. Porque lo importante está gastado. ¿Cuánto nos habrá quedado a nosotros? El mundo huele demasiado mal, anda demasiado mal, mira demasiado mal. Y nos contagiamos, con esa resaca que nunca nos saca del pozo. Te admiro mientras asomás la nariz a la puerta, no es amor esto que pasa, una admiración sucia, casi cercana al odio, a la vergüenza. Me das vergüenza porque aunque me mate mil veces, nunca dejo de buscarte, nunca dejás de parecerte al mundo.

5.9.10

La vuelta

Si te mataron, que no vuelvas.

¿A dónde se trazan las líneas de tu cara,

en qué vieja imagen se refleja tu imagen?

Estás borroso, desgarbado,

te cuelgan los brazos en un gesto tosco.

Qué succión la del tiempo,

mañana será tarde para que arrastres tu sangre

a mis pies descalzos,

te besaré la frente y desearé tu desaparición

rotunda, drástica, como una lección al final de día.

No llores, mañana serás un niño solo.

Y estaré mirando el cielo, satisfecha,

sintiendo el aire intoxicado

de un cigarrillo.

24.8.10

Nos

¿A qué se parecerá este dejarnos? Esto de no hablar por años, la constante necesidad del cuerpo de encerrarse, de encontrar un lugar en un mundo que se abra paso ante los pasos que damos, y abajo hay lava y estúpidos que sonríen, y muertas flores que no nos animamos a tirar, las horas que pesan como una manzana que cae accidentalmente. A nosotros no nos molesta en realidad, pasar de la compañía a la soledad y buscar como un perro callejero que tiene hambre, la compañía luego de haber intentado convertirnos en autómatas autoabastecidos, no es criticable, ni siquiera absurdo, sólo parte de una rutina que por suerte es nueva cada día, no nos asusta la repentina ansiedad, la relajación inefable de una trompeta disonante. No sabemos muy quiénes somos, ni que somos siquiera, ni cuántos, saberlo explotaría esta burbuja de una atroz manera, nos mataría, y creeme que no es en broma, nos mataría en serio.

Por eso aguantamos. Vomitamos las flores de los campos, nos damos la mano y luego nos golpeamos. Pero el resentimiento es mala palabra. ¿Qué clase de estúpida cosa estamos escribiendo? No sabemos, no les buscamos explicaciones a las cosas que son lindas (cuánta belleza les quitaríamos si les encontráramos alguna), un día tomamos el papel y el lápiz y entonces nunca más lo dejamos. Probablemente nunca nos encontramos, o estamos con la gente equivocada, y nos perdemos de miles de cigarrillos compartidos y de madrugadas borrachas y fascinantes, pero no nos impacientamos, no buscamos lástima pidiendo créditos, esperamos ese magistral encuentro mientras pasamos la vida, entre más momentos de mierda que medianamente bonitos, muertos de frío, vivos de frío, llorando mientras leemos poemas, negándonos a salir durante días. Pero quizás ahí es donde, sin saberlo, encontramos un punto de contacto, nos rozamos suavemente la punta de los dedos, estamos acompañados por alguien que también está llorando, sintiendo exactamente lo mismo, algo que no sabe cómo carajo explicar y que tampoco le importa, porque sabe que se le pasará, y lo disfruta como a un orgasmo en plena noche. Nos sentimos leyendo los mismos versos, en la misma situación quizás terrible de un sábado a la noche en que el frío nos obligó a renunciar a la lujuria, o el miedo quizás, más probablemente el miedo, y de algún modo sabemos que llegó el momento. Por eso nos amamos, nos separa una medianera o tres mil kilómetros, o nada, quizás nada porque no existimos, no existe esta conexión ilusoria de madrugada congelada, este amor que de pronto es eterno e inmuntable, que se nos entromete en los huesos y la carne y aspira como al humo toda nuestra tristeza que es como estalactitas en el pecho y en el cuello. Pero nada puede importarnos menos que su aparente existencia, que de eso se encarguen los filósofos o los investigadores de la puta que los parió. Nosotros seguimos con los ojos cerrados, no los abriremos hasta que la luz del día nos obligue a desperezarnos tiernamente y tener que salir a otro mundo con otra gente, de cuya existencia no dudamos, no, claro que no, pero estamos seguros de que nosotros no existimos en ella.

7.8.10

Canon

En música, un canon es una contrapuntual composición que emplea la melodía con unas o más imitaciones de la melodía jugada después de una duración dada (e.g. resto cuarto, una medida, etc.). La melodía inicial se llama el líder, mientras que la melodía imitativa se llama el seguidor que se juega en una diversa voz. El seguidor se debe crear del líder siendo cualquiera a la réplica exacta de ritmos e intervalos.



Lo extrañamos cuando se había ido. Ahora no nos importa demasiado. Dejó una camisa negra, un pipa que parece valer bastante dinero y una carta seca y sonsa que indica su partida. Primero fue un vacío horrible, la silla vacía en la cabecera de la mesa, el silencio ante la espera del sonido de las llaves a las ocho de la noche, el hueco que se iba formando poco a poco en su lugar de la cama, la limpieza excesiva que conservaban sus sábanas, el nudo en la garganta cada vez que algo nos recordaba a él, un tango de fondo en una película, el chocolate con almendras, el café quemado, la sonrisa de dientes blancos, el brillo de los ojos de un hombre emocionado. Todo nos atrapaba de tal manera, nos hundía de tal forma en una tristeza improvisada, desprovista de solución inmediata, de consuelo alguno, que ya cansados estábamos. Porque creíamos olvidarlo, en verdad lo pensábamos, cuando había sol y salíamos a comprar facturas o nos reíamos mirando televisión, o hacíamos bromas telefónicas a las vecinas, o tomábamos helado en invierno. Cuando bailábamos una canción bonita, y cantábamos a los gritos, desgarrados de alegría, una alegría inmensa que pudo haber durado años si hubiéramos tenido la voluntad necesaria para sostenerla y no caer como siempre en el pozo.

No nos consolaba pensar que estaba muerto. Porque no lo estaba. Fue una desaparición turbia, como la de un intruso que parece haberse instalado y de repente ya no está, como la de las estaciones que apenas se ponen lindas se van, como los versos de un poema que en el goce esconden una levedad infernal. Se fue como se va todo, siempre, de las manos se nos fue de repente, no lo vimos ir, ni siquiera la espalda, los ojos en duro rechazo, la cabeza hundida hasta el pecho, arrepentida, no vimos nada suyo que nos dijera que estaba, que estuvo alguna vez ocupando un lugar en nuestras vidas. Pero lo dejamos ir, como si así hubiera tenido que ser. No le reprochamos nada. Debía hacerlo, simplemente, no estar, uno después de todo también se iba a tener que ir algún día, y si no lo hacía de cualquier manera moriría y esa es otra manera de abandonar. Digamos que lo suyo al menos fue más valiente.

Nadie nunca me creyó, pero una vez creí verlo. Leía en mi cuarto, era verano, y él me saludó desde la calle, tan contento que no parecía ser él, por eso olvidé automáticamente ese sueño turbio, aunque siempre se me aparece como en una ilusión, y lo toco y es mío. Se fue, lo vimos todos. Dio varios pasos, cerró la puerta, caminó por la calle, hacía frío y tenía un saco, daba pasos y avanzaba, fue real su despedida, todos asumimos eso como cierto, pero eso no implica no estar tristes de vez en cuando. Nunca me pregunté dónde estará. Porque no puedo imaginármelo. No tiene una casa en otro lado, ni un amigo cercano que fuera a hospedarlo, ni dinero para ir a otro país, ni siquiera a otra ciudad. Tampoco intento pensarlo demasiado. Las cosas están donde deben estar, allí la familia bailando de vez en cuando, aquí yo siempre leyendo cerca de la ventana, todo en su justo orden, como debe ser. Él en otro lado, fuera de nosotros. Así es como tienen que ser las cosas, cuando uno ya agotó todas las formas de cambiarlas.
Ya no hay un lugar vacío en la mesa, ya mis sábanas no están siempre limpias. Hoy alguien se le parece, llegó a ocupar su espacio en esta casa casi vacía. Yo lo miro y se me hace un nudo en la garganta, porque estoy enamorada. Como se han ido las cosas vienen otras, antes nos importaba su ausencia, tan fantásticamente atroz, traba incipiente para la continuación de nuestras vidas, fantasma rondando en cada intento de recuperación, pero ahora hay un hombre hermoso que me mira desde el otro lado, me acaricia de noche y me deja leer hasta tarde, hay un hombre que me necesita y aparece siempre, nunca lo contrario. Hay cosas que simplemente desaparecen, yo pienso, él se fue y había alguien en la esquina, es lo más probable, a veces lo toco y no es otro, es él aunque nadie me crea, y se lo cuento al nuevo hombre y cree que es él, pero no. Vuelve a veces, porque si lo ausente lo fuera para siempre, sería muy aburrida esta vida.

4.8.10

Cuando te encuentro, te vas

Anduvo sola el resto del camino. Seguía a su paso con los ojos atentos, balanceaba las manos al compás de sus piernas. Tenía el pelo recogido, ensortijado, ahogaba una lágrima de vez en cuando y volvía al ruedo con la cabeza en alto. Faltaba un largo trecho que se vislumbraba recto y monótono, como una larga llanura en la que ni siquiera pastan las vacas, en la que no hay hombres ni mares ni poesías importantes. Encontró una piedra con la punta del pie, casi tropieza. Sonrió avergonzada, como si estuviera de sorpresa enamorada, la pateó y la piedrita avanzó medio metro rebotando y se resignó a frenar justo cuando ella dio el siguiente paso. Encontró en esa tarea, la de esperar unos instantes la inmovilidad del pequeño objeto solitario, la de empujarla con sutileza como si no quisiera romperla, un confort inesperado, como la de una mano que de prepo tomara la suya y decidiera acompañarla el resto del camino, como la de un sol cálido que nunca se alejase de su nuca. Y no era precisamente un sol lo que aparecía en su camino, más bien una sombra lenta, como si siempre estuviera a punto de llover o de atardecer o de terminar el mundo en un brusco colapso. No le prestaba demasiada atención al cielo, de cualquier forma, su vista fija en el suelo era un radar preciso del movimiento de la piedra, tanto que pasaban coches que le rozaban la falda, y vientos extraños le azotaban el pecho, y ella nunca detenía su movimiento, la piedrita obedecía a su fuerza como si entendiera hasta dónde quería hacerla llegar, no la hacía correr ni retroceder, siempre mansa a lo que su cabeza ordenaba.
Ya la noche, quizás la sensación de crepúsculo no había estado tan equivocada. Sintió ella el frío inevitable del pasaje del sol a otro plano, a otra ruta desconocida. Disfrutó de repente el vacío intenso que la esperaba al alzar la vista. Cuántos kilómetros hasta encontrar una luz, una casa solitaria, el aullido de un perro perdido o la ayuda ingenua de un conductor de camiones. La piedra permanecía y estaba, también, disfrutando de la libertad de la anulación total de imágenes, ella podía ser cualquier cosa, no ya una simple piedra que es pateada y agredida por enormes zapatos que la manejan como les da la gana, quizás un lindo sapo o una casa de muñecas, o un hombre parado en la proa de un barco. Cualquier cosa podían ser, andando solitarias en una ruta desértica. Recordó ella, en ese terrible instante de vacío en que cualquier horrible cosa puede entrar en la mente, la caída estrepitosa de su hombre en el barranco. Cesó su paso de repente. La piedra la esperó desconcertada, pero sin exigirle que siguiera caminando. Todas las rocas rasgándole las prendas, sus manos y sus piernas y sus pies desparramados como si fueran parte del mismo paisaje agrietado. Su desaparición final. La imagen dejó de pasar, como si nada más valiera la pena ser recordado. Y, como si hubiera estado loca o borracha o demente, sintió que aquel evento inesperado nunca había ocurrido. Que si bajaba por entre las rocas, no iba a encontrar más que otras, o algún animalito que huiría despavorido al verla. Nada, semejante esfuerzo no hubiera valido la pena, porque nada había pasado. Y aunque creyó haber visto rebotar aquellas piedras sobre el cuerpo de su hombre, aunque lo hubiera jurado hacía un instante, sólo estaba segura de su propia piedra pequeña. De que esta la guiaría hacia recuerdos lúcidos, concretos, no invenciones de una mente absurda y consternada. Sonrió otra vez, satisfecha. Siguió su camino sin pena ni gloria, como resignada a su condición de caminante, hasta que la piedra, sin que ella pudiera advertirlo, se desbarrancó y comenzó a rodar rápidamente por la ladera.

31.7.10

Iara

Iara llora. Está envejeciendo terriblemente, y no debería ser así. Los tiempos de la alegría en su nombre, de belleza descubierta han pasado como si nunca hubieran existido. No entiende, no sabe, no piensa. Llora encorvada en la punta de la cama, tiene arrugas en las manos y un libro sobre las piernas. Cree que perdió su capacidad de concentración, y por eso no puede leer. O quizás es sólo porque está muy triste.
La casa es demasiado grande, demasiado húmeda, tiene demasiadas puertas y pocas ventanas. Está vieja, la casa, tiene muertos flotando en las paredes, está sola pero acostumbrada, contiene un grito desgarrador como si le hubieran metido una media en la boca. Así, como está, la recorre Iara intentando contener ese ridículo y espantoso llanto surgido de la desconcentración. Peor que las lágrimas es la razón que las impulsa, que es nada en realidad, y menos mal que aún no se dio cuenta de que está envejeciendo, menos mal que no se topó con ningún espejo, que no tuvo tiempo para mirarse las manos.
Toma café y fuma en la cocina, ni se le pasó por la cabeza cuidarse de los perjuicios de los placeres, cree más bien que moriría si no pudiera contar con ellos. El vidrio por el que mira es horrible porque está sucio, empañado y viejo. Y a través de él no se ve nada interesante, salvo una maleza descuidada que puebla el patio. Piensa en lo triste que es que las cosas se mueran allá afuera, pero no tiene voluntad para mantenerlas con vida, porque sobre ella recae el tiempo de manera inevitable y en cambio sobre ellas, qué importa, si no hablan. No son capaces de pedirle nada.
Iara mete la colilla del cigarrillo en la taza del café porque nunca sabe dónde ponerla. Y considera ese el lugar más oportuno, accesible y adecuado que puede encontrarle. Es probable que no lo haya pensado tanto en realidad, y sólo la haya introducido ahí por pura distracción. Sobre la mesada, que está espantosamente limpia, ve el reflejo tosco de su boca en vertical. Le parece que es bonita, sonríe, le parece más bonita. Pero su alegría al verse es superficial, no dura más que unos pocos segundos y se disipa como un sueño absurdo que nada tiene que ver con la realidad.
Se sienta en una silla que cruje. Algún día habría que cambiar las sillas, piensa fugazmente, lo olvida rápidamente. Llama a su nuevo gato, el viejo se le murió hace poco. No lloró por él, porque ya había registrado a este que era más bonito y más tranquilo antes de que el otro acabara con su vida en una pelea callejera. El gato obedece como si fuera un perro, es naranja y brilla como si lo hubieran lustrado, ronronea alrededor de Iara. Se aburre de esa visita que prometía ser más entretenida y se interna en la maleza atravesando un pequeño agujero en la pared que la mujer nunca llenará, y tampoco llamará a nadie para que se ocupe del asunto.
Se queda sentada y aparece en ella un recuerdo, como si hubiera estado esperándolo. Está así, en esa misma posición, mirando el hueco que el gato había dejado atrás, y un hombre le acaricia suavemente el pelo sentado en la silla de al lado. La que todavía no cruje. Casi puede sentir su mano, el placer vergonzoso que siente, las ganas de cerrar los ojos y entregarse de lleno al goce de esa caricia. Lo siente, pero despierta de su recuerdo. Se sobresalta. Llora como si estuviera en una película, inmóvil, lenta, nunca despega la vista del agujero. Parece que hubiera buscado la tristeza, ahora puede permanecer un buen rato soltando lágrimas sin que nada la perturbe o la moleste. Llorar por llorar, hundida perfectamente en esa hermosa nostalgia inevitable. La busca para sentirse viva. Fue joven, qué asesino tan terrible es el tiempo.

29.7.10

Revuelta

Dios mío, qué vida inútil, esta permanencia ya me asusta.
Si digo siempre no exagero,
no le doy otro nombre a una cosa,
es realmente siempre que me muero
porque si estoy viva es fantasía, mi amor,
si no es en vos qué vida
puede haber acá, qué débil mi cuerpo
ante el fracaso,
me ves caer y lloro
se me salen las muelas, las escupo,
me muerdo las uñas, te muerdo los pies,
sonrío en una locura que no tiene precio,
y no te imagino, me estanco
en el abismo dulce del desenfreno,
te rodeo, muerta, y hoy qué sos,
qué recuerdo te devuelve a mí
porqué no muerto, porqué
vivo tan vivo y lindo en mi soledad
tan muerta
desopilante
que arranca pétalos con los tendones blandos
y los esparce en tu lecho
como en una ceremonia.

18.7.10

Al otro lado

El amor lo tenía desechado, había hecho una ardua y detallada selección, o quizás azarosa y arbitraria, y él no estaban entre sus elegidos, no sufría siquiera, por tenerlo, o por ver su figura yéndose, simplemente era un marginado del amor, pobre entre los ricos. Ni mal, siquiera, ni peor que los demás, una nada ínfima disipada entre la gente, deambulando en una soledad profunda y consternada, solo infinitamente por todos los tiempos concebidos, sin amor, desatinado, no amando tiernamente, ni con el corazón desgarrado, desterrado del país de las delicias sufrientes y maravillosas, móvil en un aire hueco, de gente regada absurdamente en llanto o en caricias endiosadas. Rondaba como un ente imperceptible detrás de los cuerpos, sus manos tomadas o partiéndose en golpes, y la suya bailando ridícula en su mundo intenso de destiempos y absurdos, maléfico, infernal, trasladado a otra dimensión de seres que no sienten, consternados ante las manifestaciones amorosas del mundo, sin poder llorar.
Y un día andaba, como todos los días de su existencia en la tierra, con una mano en el bolsillo y otra sosteniendo violentamente un cigarrillo como cualquier hombre puede andar. Los diareros, los estudiantes universitarios, las ancianas que sólo salen para hacer las compras, todos andando estrepitosos, amándose quizás fugazmente, en una mirada al pasar que detenía el tiempo de sus pasos, y él los observaba por sobre sus lentes oscuros, percibía la carencia cuando se le cruzaba y le rozaba la nariz como un rayo. Creía, callado, mirando el repetir monótono de las formas de las baldosas, que si hubiera estado en aquel momento amando a alguien, la diferencia no hubiese sido abismal. Porque al final, todos los hombres eran como él. También andaban por esa calle, y miraban al suelo siguiendo las baldosas, y observaban disimuladamente a la gente, y se lamentaban, como él, de las desgracias de su vida. ¿Qué diferencia podía existir, entonces, entre ellos y él?
Pensó, de repente, en una casa. Una casa que no fuera la suya. Por ejemplo, un matrimonio. Imaginó una mujer muy arrugada, caída toda, las ojeras negras y la raíz del pelo canosa, las caderas ensanchadas y pensó en un hombre, como ella pero en versión masculina, la piel gruesa de fumador, dedos gruesos como salchichas, una panza dura asomada por sobre el pantalón, dos personas completamente amedrentadas, muertas lentamente, como las veía siempre, cuando doblaba una esquina o andaba, como ahora, mirando a la gente. Eso es lo que suelen llamar, algunos, amor, la personificación exacta del amor, todo hecho para ellos, encarnado por ellos, manifestado diaramente en todos los gestos cotidianos. Y sin embargo, esa gente no existía. Vivía en casas que imaginaba lúgubres y oscuras, no tenía proyectos ni ilusiones, no tenía sexo, ni siquiera besaba. Sonrió el hombre, por la desgracia de los otros hombres y mujeres en el mundo, engañados por un dogma que asumían como real. Y por eso se casaban, creía, porque al final es para lo que se vive, para casarse cuando no se tiene otro objetivo en la vida, y se cree que así, al menos, tienen la felicidad asegurada, o quizás un buen papel como ciudadano y miembro de una familia o grupo social. ¿De qué valía, al final, esa reflexión callejera y superficial, que le inspiraban las ancianas que sólo salían para hacer las compras, los universitarios, futuros desgraciados, las mujeres, los hombres, desgraciados presentes? Si el mundo seguía igual, fuera de su cabeza y de su pelo remendado. Soplaba el viento dispersando las hojas, la gente amaba. La gente joven amaba. Creyó que quizás sí. Que si los matrimonios no lo hacían, entonces los jóvenes sí, pero... ¡qué fugaz era esa gente! Como hoy uno los ve radiantes, los muchachos elegantes con sus barbas y sus cuerpos fornidos, las mucachas erguidas y curvilíneas, así los verá luego, corroídos inevitablemente por lo que siempre esperaron. Hoy se aman, entusiasmados, en noches desenfrenadas, y luego acaban casándose pero con otro entusiasmo, como si el mismo tiempo les hubiera absorbido la necesidad de divertirse y debieran, por obligación social o padres estúpidamente sonrientes, contraer un matrimonio que, saben, los conducirán al estado de sus progenitores inevitablemente.
Reflexionaba al ver sus zapatos marrones andando en la acera, uno primero, luego otro, el ritmo de las caminatas le parecía algo fantástico, el movimiento perfectamente coordinado de las piernas, una pierna se adelanta cuando la otra se queda en su lugar para luego hacer al cuerpo avanzar, pero la otra no quiere quedarse atrás y también da el paso. Ellas no se pelean, piensa, no se miran con odio y sin embargo están tan juntas, como él con ellas en esa vereda de invierno, en la que los tres andan, en una soledad terrible, y mientras unas andan el otro piensa. Ahí estaba la clave, se dio cuenta el hombre, frenando su paso inconcientemente, yo pienso. Yo solo. Aunque los tres estuvieran caminando. Por eso andaban tan preciosamente coordinadas, una con la otra se han aliado para hacerlo andar, y si no frenaban él frenaba, y si no avanzaban él lo hacía.
Se topó con un semáforo. Los pensamientos, las reflexiones recurrentes, idas y distraídas, frenaron como él en ese instante de mirar la luz verde, ver los autos pasar frente a sus ojos fugazmente, oír el ensordecedor sonido de la calle, todo estaba coordinado perfectamente, pensó, al distraerse de la vagancia inútil de sus pensamientos. Alzó la vista, por un momento. Alguien esperaba, como él, que el semáforo cambiara, y en lo posible rápidamente, de color. Y pensó que qué lastima que el amor no lo había elegido a él, porque no sabía de lo que se perdía.

9.7.10

Órbita

Ese momento sublime
en que nadie contesta,
y el mundo gira fuera de uno,
y uno lo está orbitando,
idiota,
buscando una cara conocida,
alguien
que lo salude
cordialmente.
Pero todo sigue
y hay televisores
y avisos
y partidos de fútbol
y mujeres imposibles
todo pasa vuelta tras vuelta
mientras uno permanece
siempre merodeando
como una rata que busca la carne
engañándose
de vez en cuando
pero siempre ahí
en un cuerpo extraño
sobre un espacio extraño
hacia una nada extraña
y solo.

4.7.10

Páez.

No quiero empezar a pensar quién puso la yerba en el viejo cajón. No puedo levantarme siquiera, calzarme mis viejas pantuflas, fumar un cigarrillo que encuentre casualmente tirado y ver las primeras gentes paseando en la mañana gris. ¿Dónde estoy, en qué lugar alejado, separado de todo estímulo y noticia? ¿Quién me ha robado las cosas, las vidas? Algo vuela y atraviesa el cielo y se disuelve en las nubes, no llueve. Ni siquiera hace frío, no existe este día, ni yo que aspiro el humo, que entrecierro los ojos al tragarme el humo, ni yo, que puedo ver a través de mi ventana empañada, en este día inmundo de invierno y vejez. No quiero empezar a pensar de nuevo, como una máquina inservible que repite autómata las mismos pensamientos, de dónde ha salido esa yerba y porqué estaba allí, no en otro lado, quién fue el imbécil que entró en mi casa y desestructuró mi orden.
Pero hoy pienso, no importa. La vida ya me ha dado bastantes disgustos, si no son grandes son pequeños, si no intrascedentes importantes, siempre algo que me asegura la verdad de la tristeza. Y pensar, qué cosa inútil, para qué sirve cuando uno ya ha pensado tanto y no ha encontrado nada. Si siempre se llega lo mismo: el cuerpo atravesado sagazmente por el tiempo, el recuerdo olvidado de un amor divino, los achaques, el viento intenso de la noche, el miedo a caerse de la cama y morir, alguna vez, como si nada. Como ahora estoy yo, solo de nuevo, cual si fuera necesario volver al mismo lugar, algo en la vida hace que vuelva a quererte en un desenfreno antiguo. Y sin embargo hoy cuando te pienso tengo veinte años, hoy, yo, tan viejo, cuando te recuerdo soy otro, tengo el rostro bello, mucho pelo, las manos tersas, los ojos iluminados, tu cuerpo, mi vida, toda la ilusión encarnada. Nada me falta cuando de a poco te invento. Está tu figura en el humo que aspiro, en las hojas que no existen en invierno y el florecer sombrío de la primer primavera, cuando camino, borracho, bajo un farol titubeante, cuando no está, y está otra, tu figura se recrea como si fuera el mismo tiempo, acechando en mis caminos para entorpecerlos. No me deja vivir, siquiera, cuando intento no pensar, y puedo levantarme luego de la duda para demostarme que puedo vivir, aún, aunque más cerca de la muerte. Está, sin embargo, para golpearme de lleno en el rostro, en un golpe sorpresivo como un trueno.
Quisiera no pensar, en esta mañana lúgubre que ya clarea, aunque cueste quisiera. Pero has existido, y es el pasado ahora lo que está presente, sobrevolando las nubes fugazmente, si todas las cosas pudieran ser acaso, tendrían tu nombre sin dudas, pienso. Vuelvo al pensamiento mi vida, porque de vos está hecho y hacia vos voy, siempre, aunque lo olvide las piernas me llevan solas, son tus manos que las empujan, dulcemente, hacia tu vida siempre. Si suspiro es para que responda tu voz de repente, para que traces vos sola el camino.
Así que tras dar vueltas en mi cuarto, inquieto, incómodo y despeinado, me pregunto inocente porqué la yerba está ahí, en ese cajón y no donde yo la había dejado, quizás, alguna vez. Y sonrío, torpe, fijando mi vista en un cuadro de una insípida flor.

25.6.10

El condenado


La maté. Lo sé señor, no es bueno. No es moralmente correcto, ni lo permite la constitución, ni usted, el abogado, ni el juez, aquel señor, ni la espantada testigo que no deja de llorar. No digo que sea bueno, no me corrija porque no puede corregir a nadie, alguien que se deja decir cómo son las cosas, y acepta que no sean de otra forma, no, usted no puede decirme nada.
Le diré que fue un acto de cobardía, pero del mismo modo que puedo decir que fue heroico. Quitar una vida de este mundo, arrancársela (no a la persona, al mundo, porque usted sabe, cuando uno muere, qué va a sentir que le quitan algo, más vale morirse que sentir) sin piedad ni arrepentimiento, ¿quién se atrevería a hacerlo? ¿Usted lo haría, señor abogado, licenciado, doctor? Y sin embargo fíjese que no es tan complicado, una de las cosas más sencillas que he hecho, usted le tiene tanto miedo porque no lo conoce, porque nada valora más que a su propia vida entonces imagínese, sería un escándalo quitársela a alguien. Pero acá la clave, lo que haría que el mundo cambie como nunca lo hizo (y no, no me hable de revoluciones o reformas, eso no ha sido nada, usted lo sabe que ha estudiado tanto) sería que la vida nos importara realmente un pito, que este o aquel fueran lo mismo vivos o muertos y que nosotros, al mismo tiempo, le diéramos un valor igual a cero a la existencia. Un vuelco radical, sustancial, trascendente sería eso. Todo hasta ahora se ha regido por esta supremacía inservible de la vida, y nadie ha logrado nada con eso. Si en el noticiero a usted le dijeran que ha muerto alguien, o dos, o cien personas, usted lo ignoraría como a cualquier otra noticia, en cambio ahora qué hace, se escandaliza, se preocupa, les dice a sus hijos que se cuiden, llama a su madre y le corta sólo para saber si está viva. En cambio si no fuera así ¡Qué fantástica vida tendría usted! Esto es lo que yo he comenzado. El insalvable principio de una era en que ese freno del miedo, de la cobardía que nos va encerrando, se disipe y nos deje libres ante la total certidumbre de que moriremos, o de que estamos vivos, que estamos muertos. De cualquier manera sentiremos el aire, no, nunca pensar en que dejaremos de hacerlo, quizás será sólo una alucinación, quién sabe, ¿usted lo sabe? Imagínese, alucinar que estamos respirando cuando en verdad estamos muertos, qué cosa tan fantástica.
Debería agradecerme, en lugar de mirarme con ese gesto de desaprobación (que en realidad tiene siempre), porque yo le estoy concediendo a usted una vida que nunca habría imaginado. Quiere irse a vivir a un barrio privado seguramente, una casa con pileta quizás, ¿ya la ha comenzado a pagar? Mire que ahora todos tienen un sueño parecido al suyo, no es por menospreciarlo pero pronto ocuparán su casa si no la compra. Pero lo mío es diferente. Dirá usted y todos los demás, y por ser muchos se dará por aludido que tienen razón, que existe cierto problema mental en mí, como quieran llamarlo. A mí no me importa, porque si fuera así, porqué habrían de dejarme hablar. Hay quizás algunos inconvenientes en su procedimiento, no es por criticarlo, sé que es lo que le han enseñado, pero fíjese que uno debe valerse por uno mismo también. Quiero decir, puede que ahora lo esté haciendo. ¡Tantas sorpresas me llevo de este mundo! Porqué digo me llevo, porque desde que la maté hay otra esperanza en mí, una esperanza de mi propia muerte (que será, usted sabe, lo mismo que la vida, para mí y para usted también, que no podrá castigarme a mí ni a nadie) siempre floreciendo y haciéndome sentir de maravillas. A usted le pasará lo mismo, cuando gana un juicio. Porque cuando lo gana, está matando a alguien. Encerrar… Podríamos también equiparar todas esas cosas malévolas que hacen ustedes con la muerte, sería más emocionante y tendría más adeptos mi plan, porque persuadir a la gente sabe que es fácil.
Máteme, señor. Yo he venido a que me maten, habiendo suspirado tantas palabras, qué sería mejor que morir en este lugar y ahora, cuando menos me importa la vida, ahora que sé que no es tan grave, tan importante, algo que pasa y se va, vea usted qué locura, darle tanta importancia algo que se parece a todo los demás: que pasa y se va.

12.6.10

La huída.

- ¡Revienten! De acá nadie sale sin haber explotado como un sapo, como un grano inmundo en la frente, como una iglesia en llamas. Que sus entrañas se retuerzan y sus nervios chillen. Porque hoy, día en que por fin nos sacarán de esta pocilga con más muertos que vivos, debemos desatar esta furia incontrolable y no asesinar a mansalva y porque sí, sino explotar ante los ojos de los enemigos y bañarlos con nuestra sangre.
Se abrió el silencio. Un montón de ojos absortos lo miraban, procesando el discurso lentamente. No podían moverse: las manos atadas, el cuello inclinado sobre los hombros, las piernas casi muertas, los cadáveres al lado. Y el encierro de un sótano vacío de luces o señales, solitario. Ellos lo miraban perplejos. El silencio quebrado era un milagro.
- Terminaremos muertos - susurró una voz tímida.
- Sí. Y si no es hoy, será mañana.
Una verdad incorruptible era la soberana, el único dogma aceptable. Los que estaban perdidos habían encontrado un camino. Y no lo abandonaban.
Un chillido ajeno se oyó en la lejanía, en un rincón desconocido del cuarto. No era ninguno de ellos. Era una rata. Sus pasos ágiles, uno tras otro como los instantes, atravesaron el sótano. Los ojos del roedor brillaron como dos bichos de luz en la noche entrada: buscaron algo. Eran hombres. Se acercó a un muerto, lo olió, lo rodeó y se fue. Buscó a otro que también rechazó.
Todos permanecieron en silencio como si estuvieran muertos. El espanto los dejó inmóviles, tiesos.
El animal volvió a su misterioso lugar de origen mucho más rápido que a la ida.
Otro repiqueteo. Este andar era diferente. Eran dos. Dos ratas pasearon por sus pies, los olfatearon, los miraron con sus ojos brillantes. Se quedaron. Porque tenían que esperar a las demás. Diez ratas se precipitaron rápidamente a la escena. Ahora todo era una iluminación mágica de ojos que se movían nerviosamente buscando una presa. No la encontraron. Veinte más, cincuenta. Nadie llevaba la cuenta. El mundo racional de los humanos no existía ahora que la selva florecía a sus pies ennegrecidos por el polvo.
Un hombre entró al sótano, como sucedía habitualmente. Caminó firmemente entre las ratas, alzó de los brazos a un prisionero y se lo llevó, casi arrastrándolo. Una de los roedores le mordió el tobillo. El hombre chilló. Otra lo hizo, luego otra. Seis ratitas estaban colgadas de él, y hacían tanta fuerza que quien había entrado no podía llevárselo. Y lo dejó tirado para que terminaran de devorarlo.
El prisionero era una perfecta masa de ratas movedizas que se escabullían unas entre otras y no podían escaparse de ese sueño. Quedaron los huesos.
Uno de los más moribundos se acercó y tomó el cráneo muy rápidamente. Se lo lanzó a otro en la cabeza, y las ratas se los comieron a ambos.
- ... y sin tras la libertad sólo encontramos otro encierro, que sea más bien muertos que vivos y esclavos.
Se paró el orador y caminó hacia la puerta. Los animales habían huído y él pudo salir. No se había dado cuenta de que nadie contestó.
Porque no había vivos. Y él caminaba hacia la luz eléctrica, para volarse la cabeza ante los ojos del oficial, o traicionar sus palabras tentado por su brillo.

29.5.10

El pacto

Estoy escribiendo para otros:
me estoy traicionando a mí misma.
Mi rostro me escupe en el espejo,
mi mirada se burla de mi mirada.
Voy en un camino incierto
dónde otros me indican la llegada,
y yo corro con piernas torpes
porque de otros son
(seres de la nada).
Me gritan las voces
las palabras maltratadas
que terminan siendo mías,
viejas, sucias, usadas.

23.5.10

Veinte años.

Siempre fue tan imposible la marcha cuando aparecías, de improviso y violentamente en una frase o en un gesto, yo borracho siempre, vos hermosa, radiante y ausente como esos pasados de infancia o las escuelas de barrio. Yo tan joven y sin embargo tan triste, tan corroído por la nostalgia como un viejo quejoso, fijate qué vergüenza me daba verte apenas, pensar que alguna vez fuiste capaz de entregarme una milésima de tu ternura y yo me lancé a la felicidad que me prometías sin decirme una palabra.
Muñeca, sabés lo que cuesta todo esto, no te das una idea, siempre me costaste como un viaje por el mundo, como una vida entera de lujos y derroches millonarios, me costaste como tener el aliento de la muerte siempre en la nuca. Veinte años, te juro que no más, no, y ya era una tristeza que daba ganas de escribir un millón de poemas, una pesadumbre que nadie entendía porqué pesaba, y era porque no habían visto nunca tus ojos, no como yo los vi, desnudos y soñolientos en la madrugada más profunda y contorneada.
Nunca me voy a cansar de escribirte mientras sea capaz de hacerlo porque esto es como tenerte un poco más de mi lado, sos cuando te creo en palabras el amor por fin concretado, ya no un sueño difuso entre los sueños sino la realidad palpable, mirame, me mirás, sos mía por fin y para siempre, no, no dejo de escribir para que no te vayas. No dejo de escribir para que no te vayas.
Una pequeña pausa, y ya te disipaste. Me dejaste otra vez, como siempre, dejo que me dejes porque así es el mundo, las cosas se van y uno aprende a aguantársela solo, después siempre se sabe lo que pasa, primero perpetrar poemas como un enfermo que sabe que va a morir pronto (no muy bien cuándo exactamente), después nada de eso alcanza y hay que estar con mil mujeres y el vermout otra vez es compañía pero esta vez irremplazable, como los cigarrillos de interminable continuidad, uno atrás del otro como pequeñas balas que golpean la piel avisando que pronto matarán a sangre fría.
¿Para qué todo esto? ¿Por qué seguir dándote vueltas cuando el tiempo debió haberte llevado hace décadas, y yo debería estar casado con otra que, aunque se te parezca, casi no me recuerde a vos? Porque nadie quiere que se vaya a quien amó. Si te amo, no lo sé, probablemente no, ya estoy viejo para amar, para amar hay que creer en algo y en qué voy a creer yo, en qué decime, sino es en lo que veo, que es nada. Pero eso no importa, porque el pasado es mío y hoy lo llevo como a mi carga más hermosa, cuando quiero reír saco tu sonrisa, cuando quiero rozar beso tus labios, cuando quiero llorar tus mejillas, y cuando quiero morir, mi amor, mi para siempre fugaz amor, no tengo que sacar nada. Ya te tengo a vos, acá, para matarme poco a poco, hasta que me hunda por fin en el abismo profundo de tu silueta.

18.5.10

Revoluciones

Se han podrido todos los manzanos
y de ellos el asco y la savia chorrean como muertos
colgados en palos descascarados.
Roncó otra vez la noche ensordecida,
y se posó en los labios de vencidos
con un mensaje de odio entre las manos,
con una vieja sonrisa en la nuca.
A las multitudes no les gustaron las verdades
y asesinaron al mundo, se comieron sus hijos
crudos o enfermos en un impulso divino,
tras el aluvión de vino
que bañó las playas, las costas
y el cielo desolado.

Algunos, sin embargo, se arrinconaron en la sombra
del día que sobraba en horas ignoradas,
y perpretaron palabras con viejas ideas
y revivieron amores de sexo e instantes,
mascando la manzana y a su delicia anticipada.
Tomaron así, las armas cargadas
de futuros tan inciertos como irremediables
y aniquilaron de vida al pueblo entregado,
y plantaron semillas en el camino
justo antes de morir delante del miedo
con el odio en sus manos

10.5.10

Arenas avanzan.

Donde invento mis palabras
y les doy forma de música estridente,
hay alguien esperando por otras
que yo gastaré, quizás, después.
Las mías, mientras tanto, son alondras salvajes
que vuelan en un mar sin fondo;
una boca en una distancia
con bordes azules y celestes
y cielos flameantes con colmenas arrasadas
por un viento ignífugo;
son mentiras y sueños
de laberintos contorneados, son espejos,
deliciosos jugos de la muerte,
paradojas de cuerpo hermoso,
malolientes sobras de los pulcros.
Son suaves caricias de huracanes
y maleables corazones de los muertos
con dibujos de caras en el centro,
con versos indecisos en la mente.
Mis palabras tienen ruedas que giran
en una arena estancada,
maldiciones que nadie nombra
en la sobriedad del mundo.
Tienen intenciones definidas,
resultados predecibles,
invenciones sorprendentes.
Tus palabras, sin embargo,
simplemente son alondras salvajes
que vuelan en un mar sin fondo...

7.5.10

Ocupas

Te dejo atrás del espejo,
donde está mi nariz y mi herrumbre.
Te invito a pasar a mi casa nueva,
en que sos un estante más
en el que no hay libros.
Ojalá te olvides de mis ojos
si es que no querés verlos para siempre,
y te quedes donde te digo,
porque donde estás
ya no me sirve pensarte.

3.5.10

Recordará el lector atento

Se repetía en las hojas el susurro, dos veces las mismas palabras, que me hayas escrito una carta en el siglo veintiuno no podés negarme que es un poco extraño, aunque no sé si estoy peor yo, que te escribo sin que vayas a leerme.
La confusión de tu discurso me pareció vana, como una filosofía barata mezcla de palabras extraídas al azar de un diccionario. Como si te olvidaras de que lo que escribías además de sonar bien tenía que tener un significado, tenía que decirme algo. Hubieras usado más sustantivos concretos, adjetivos mundanos, verbos que se refirieran a una acción que pudiera imaginarme, no más bien ese dibujo de un mundo paralelo en que tu imaginación regía y dictaba las leyes posibles. Entiendo que hayas querido demostrarme la complejidad de tu mente y su superioridad con respecto a mis capacidades de comprensión, pero el objetivo de comunicar no se cumplió, y quizás es por eso que ahora te estoy odiando. Si no hubieras hecho la carta no hubiera sido necesario todo este circo, vos te hubieras quedado aunque sea a la fuerza hasta que por fin te acostumbraras y yo nunca me hubiera enterado de tus molestias y ese paso que estabas dando hacia el odio y que no tenía probabilidad de retroceder. Entiendo que es un poco egoísta mi postura, pero quién no ha sido egoísta, y quién no lo es todo el tiempo en realidad. Si vos te ocupaste de falsear tus actitudes para luego escupirme en la cara con palabras necias, no podés reclamarme absolutamente, y entiendo que no es cuestión de echar culpas, pero después de todo, vos nunca vas a leer esto.
Si hoy te enteraras de cómo terminé, quizás por efecto de tu carta, quizás porque estoy loco, yo sé que vendrías a rescatarme. Hay cosas que a uno lo marcan de por vida. No te voy a decir que fuiste vos la que lo hizo, sino más bien fijate qué te cuentan mis ojos cuando son las tres de la mañana y siento que es demasiado tarde.

19.4.10

Desde el miedo hacia el miedo

Cuando recobren el vuelo las voces calladas, montarán los navíos y circundarán otras tierras. Yo buscaré entre los árboles las versiones nuevas vacilando entre el viento y su calma y sonreiré en la timidez del miedo. Nadie gritará porque no hará falta, nadie correrá porque no habrá meta. El mismo paso nos trazará el camino, no me angustiaré por la ignorancia ni temeré por la mía, porque ese silencio que guardo como a un secreto que podría sucumbir al mundo, primero será un pudoroso atrevimiento, luego tomará la fuerza de las pocas manos que lo empujen y por fin morirá traducido en la propia verdad, la mayor verdad.
Si responde la humanidad con violencia desenfrenada, si me matan a tiros en un impulso animal, que mi sangre siga mojando sus pies plantados a la tierra: yo emprenderé por fin mi viaje hacia todos los oídos del mundo, que elegirán cuándo escucharme, si entre el bullicio de los hombres enojados, desde la punta misma del cerro, o en la invasión extraña de un sueño que dajarán pasar, como si fuera un delirio del inconciente.

4.4.10

El impulso

Cuando me interné en el bar, yo no sabía lo que hacía. Supongo que fue un poco ella, también las arrugas asomadas, el monótono pesar de la muerte. Me descubrí solo: había algo en mis manos que no cargaba con la voluntad de la risa, con la palmeada en la espalda... Qué increíble su cuerpo, qué cosa ahora el mío. El golpe del tiempo, la morbosa realidad del hombre, uno tras otro los vasos de whisky, todo en un instante sagrado, como si Dios me hubiera dicho hacelo, ya no valen las procesiones ni los rezos, hoy por fin sos persona libre y mediocre, es tuyo el mundo. Creo que estaba la cama desarmada, esa neblina pesada de humo de cigarrillo, su foto tirada en el piso por una reacción que no recordaba, y todo así pasó y de repente estaba acá, como siempre, la luz nunca deja ver nada salvo el brillo inútil de la barra, o su imagen mentirosa a mi lado.

1.4.10

La decisión, la enseñanza y la vida

Otra noche hoy me encuentra en ese sinfin de vespertinas salidas, que es quedarse en el mismo lugar pero en otra silla. Me pregunto si serás la misma mina de la otra vez... puede que seas un hombre, como de esos que se visten de mujer, o se maquillan, yo no sé muy bien, parece que me hubiera quedado en el pasado, en la vieja costumbre de la borrachera silenciosa y el camino a la muerte con los pulmones podridos y los amores siempre frustrados, ni una buena había viste, pero eso sí, siempre los amigos, ah nada valía más en el mundo y ahora nadie sabe bien cómo se llama el otro, yo te digo porque veo todo el tiempo, más bien observo, el desprecio con que se abrazan, el asco con que se besan, cómo les entretetiene más la franela que pasa el viejito por la barra que el funeral de la madre de su compañero, su fiel hermano, sabés lo que es eso. Hace poco decidí viste, dejar un poco de tomar porque me interesan esas cosas y me di cuenta de que emborracharme es quedarme en mí y a veces vienen recuerdos muy feos, no te voy a andar cargando con eso pero qué hay en este lugar sino pasado, toda gente que parece que estuviera muerta, que se dio cuenta por fin, después de la felicidad inventada, de que se va a morir y poco puede hacer más que apoyar la cabeza... mirá cómo está ese tipo, no más de treinta años y miralo, dormido o en coma o quién sabe, toda una vida para qué. Toda una vida para nada, mi amiga... Cómo tengo que llamarte para que no te ofendas, poco entiendo de los códigos, lo que sé es que por hoy una cerveza no más, si me pongo a pensar la decisión no tiene mucho sentido pero al menos existe, yo me pongo contento porque se me ocurrió, viste cómo uno llega al punto de conformarse con un jueguito mental que no tendrá ningún resultado... y uno lo sabe muy bien. Estoy un poco ansioso porque amanezca, yo ya te dije eso de que amo todas las cosas, pero ahora que lo pienso es una pavada enorme, mirá que uno puede ser capaz de amar esto, cosas que ni siquiera se ven y si uno las ve lo único que puede hacer es espantarse y lamentarse porque ya no tiene fuerzas para salir corriendo. ¿Que no te conté? Alguna noche de estas probalo... bueno, disponete. Si no les encontrás un real sentido a las cosas, amalas, al final si no te queda otra no es tan difícil. Y la pasás mucho mejor de lo que pensabas, y no lo pensás dos veces antes de ponerte a hablar con alguien que seguramente sea con quien hablaste algunas cuantas pocas noches atrás, pero si no te aclara nada, entonces cómo carajo querés que sepa, qué cosa cómo se pone la gente ahora, que se piensa que uno entiende todo.

27.3.10

El batir del alcohol

Lo que pasa es que mirá, es tanto el vacío de que sea oscuro el futuro. Probablemente no te conozco y puede que esté bastante borracho, pero son esas cosas que uno no dice si no tomó lo suficiente (y uno a veces lo busca, tomar para largar, porque es tonto y cobarde, y no puede de otra forma), yo estoy enamorado de todas las cosas. Si te digo que estoy enamorado de vos, no te sientas halagada ni mucho menos bonita: para mí todas las cosas son dignas de mi amor. Bueno, no necesariamente... digamos que yo suelo sentirme digno de poder amarlas. Un poco soberbio el hombre, imbécil y perdido, tonto feo inútil, insolente atrevido y egoísta. Sé leer los pensamientos de las cosas que adoro, o al menos sé leer sus miradas (si es que tengo la suerte de que la tengan, si es que tengo la suerte de que me digan algo), oír sus suspiros más leves y cuidado, no dejo de amar con desenfreno ni un sólo segundo. No es que no me de cuenta de que estás bastante vieja y probablemente estés divorciada, ni de que tenés un horrible grano en la nariz (que a propósito te queda mal), no, no es que no me de cuenta de la cosa horrible que sos, yo sé más de lo que todos los hombres enamorados, y es que yo no puedo evitar amarte. No estoy envuelto en la idiota ceguera de lo ideal ni lo eterno, es probable que todo este adorarte y desearte ya se haya ido para siempre, nunca más volverá el estado en el que estuve cuando dije la palabra estuve. Yo no entiendo por qué no me hablás, tengo miedo de que te hayas enamorado de mí, porque amar y que a uno lo amen es el mayor de todos los problemas. Sobre todo cuando me pasa a mí, porque viste, no hay nada más problemático que amarme. Yo no tengo drama, amar las mesas los gatos los vagabundos los libros viejos, poco me importa porque confío en lo efímero de mi vida y mis sentires, pero vos, si vos te enamorás de mí querida (y más vale que solo te detengas a pensar por un momento) ahí vas a tener que llorar todo lo que no has llorado en tu vida porque yo no soy real, esta imagen de humo de cigarrillo y el batir del alcohol será para vos como esos sueños que no tienen sentido. Lo noto en tu mirada, te olvidaste de que yo sé verla, he perdido en esta como en todas las noches, abandonaré esta silla como si nunca hubiera estado, y más vale que tomes el doble, porque si fuera de otro modo viviré en vos para siempre.

24.3.10

El nuevo roto corazón

Nadie puede hablar
desde el roto corazón ajeno
ni siquiera yo, roto corazón andante.
Nadie podrá llorar las lágrimas
que lloran la vida que no vieron
si no es acaso dueño de esa vida lejana.
Sólo podré en el reflejo en carne viva
de esta pena sola,
posar mis dedos así en tus lágrimas
y ver tu llanto en silencio
mientras nuestros dos rotos corazones
ven florecer tras la ventana
el roto, pero vivo, nuevo sol que nace.

22.3.10

Diálogos

La poesía hablará cuando dejes de escribirla:
será por sí misma una suave brisa que congele
o encienda en llamas los corazones moribundos.
La lógica que intentes darle, morirá
como mueren las cosas que nunca han servido
en realidad...
déjala que sea un tonto gatito en el medio de la noche
intentando adaptarse a su condición
de salvaje conquistador de sensaciones.

18.3.10

La sorpresa en el espejo

¿Qué es este poema
que se me cuela primero en los huesos
y después se vuelve sangre
y carne y piel rota?
¿Quiere decirme algo?
¿Quiere decirte algo?
¿Cuándo lo busqué?
¿Se ha inventado solo
entre los recovecos de mi alma
que creo que no existen,
o es sólo un soplo de aire
entre el viento que sopla siempre?
Acaso la noche es y yo no sé
su oscuridad,
acaso me escupe todo lo que no pude ser,
existencia de la misma palabra
que no me pertenece,
como ya no lo hace nada en el mundo,
ahora que sólo sé esperar que viva en mí
un poema que no invento.
Sabés, te hemos perdido:
mi razón y yo, te hemos perdido.
Todos mis miedos, mis asombros,
mis tiempos desperdiciados.
Un día te buscamos,
y no estabas más.
Al comienzo fue extraño:
no verte entre lo cotidiano.
Pero como a todas las cosas,
uno se va acostumbrando.

12.3.10

Donde siempre vamos


Voy a dejar que todo suceda aunque sea una vez,
vamos a morir de todos modos,
y no me quiero perder en la espera,
y no me quiero perder la espera.

24.2.10

Mi cumpleaños

Hoy quiero nacer otra vez
transformarme en un capullo
que aún no sabe lo que será...
ser una oruga que aún no ha visto al mundo,
ser mis ojos sin imágenes, mi boca sin palabras,
quiero renovarme como se renueva
el mismo tiempo,
todo el tiempo.
Por qué si pasa no paso yo también,
por qué no me reinvento como el aire,
por qué no muero ya, ahora,
sabiendo en el fondo que no servirá el miedo
si pronto seré de nuevo,
y así eternamente.

21.2.10

Anticipo

Si hay nostalgia la hay de lo que
un día será el pasado:
tu risa alegre y las tardes terminando,
el viento como un celador de sueños,
siempre alerta para arrastrarlos.

19.2.10

De ilusiones está hecho


Si no creyera en la magia de la palabra,
no escribiría.
Me basta con creer que en cada verso
cicatrizo una pequeña herida
que probablemente no conozco.

18.2.10

En lo trágico de la vida...


En lo trágico de la vida
vi algo hermoso...
el instante precioso
que jamás termina.
Mi cuerpo es mi pasado
y mi vida es lo que ha sido,
quizás lo más bello se ha ido
y lo peor ya me ha matado.
Pero al sentir mi pulso
y al oír mis quejas
veo que sólo soy lo que se asemeja
a la vida que se me impuso.
Dejaré un día de esperar el porvenir
y al mirar atrás veré mis huellas
y me aferraré a todas ellas
para creer que nunca he de morir.
Mas cuando ya de tierra sea
enterrada en un rincón ennegrecido
veré sin ojos cómo mi alma
pasea entre todo lo que he vencido.
Y así, tras el final maldito
de todos los instantes
estaré riéndome delante
de aquellos segundos finitos.

11.2.10

Círculo


No hay que explicar nada,
al tiempo que se habla,
la razón se ha ido.
Si quiero saber por qué existe ese árbol,
entonces el árbol se va;
si me pregunto, camino a tu boca,
el motivo que me impulsa a besarla,
entonces suavemente se disipa
como en el aire el suspiro.
¿Qué hay detrás del tiempo?
¿Por qué morir?
No hace falta saber: nada impulsa lo que pasa,
es todo una gran red fantástica
de sucesos que se suceden
cuyo único motivo es esa nada en la que existen,
y que nunca tiene fin.

3.2.10

El combate

Yo sé que esta noche va a ocurrir,
no importan los planes: esta noche va a ocurrir,
y será hija de otras noches iguales.
Así se arrastrará el tiempo a la misma vida,
jugará con la ilusión del porvenir
y nos dejará por fin solos
mordiendo desesperados
el resto de aquellas noches
que ya ocurrieron,
con el cuerpo tan ennegrecido
que no querremos que ninguna otra noche,
quizás sin saberlo nosotros,
nos siga robando el alma.

26.1.10

Sistema sensorial

Esto no pasa todo el tiempo,
pero a veces hay tormentas de flores
y en aromas y colores
se convierten las almas.

No, no pasa digamos casi nunca,
pero algunos se abrazan y el mundo a su alrededor
es un pequeño camino
de luces que despiertan a los ojos dormidos.

Hay que estar atentos, muchas veces,
para ver cómo de vez en cuando
la luna se vuelve de un color extraño,
y en el mar su reflejo es una cuna de plata,
que irrumpe a la oscuridad
como el amor al miedo.

23.1.10

El cuerpo del aire

Besar la sangre ajena, enjugar heridas hasta llegar de nuevo al llanto. Cuando el cuerpo se hace aire en un suspiro como en una canción triste, todo es una imagen confusa y nadie sabe si tormarlo de los brazos o de las piernas, si escupirle o apretarlo. Nunca se detiene esa catarata de agua dulce que parte de sus ojos y alguien aprecia su belleza: no importa. Si se detiene por un instante la queja al viento (que quizás atraviese mares y otras almas ignorantes de su propia muerte) entonces cesan las caricias y por suerte las incertidumbres: no importa si nadie sabe qué hacer, porque no hay que hacer nada. Dejar que el cuerpo siga pudriéndose frente a sus cuadros y sus libros y su humo de cigarrillo, porque no llama a nadie aún. No necesita que lo tomen de los brazos o de las piernas o que le besen, si no tiene teléfono y su voz es tan débil ya (quizás por el cigarrillo, o porque no quiere gritar) que es apenas un soplido más del viento que se cruza en todas las direcciones y lo convierte luego en una hoja que resulta llamativa a los ojos de los niños.
Si los que habían estado alguna vez sosteniéndolo porque estaba a punto de caer al abismo (y ser abismo, otra cosa negra) se van porque descubren que ellos también están muy cerca de convertirse en el temido espectro de la tristeza, entonces todo cumple su ciclo natural: nadie interrumpe el orden natural de las cosas. A veces algunas distracciones como el alcohol, el sexo o una caminata por un parque que no existe y después un llanto de cuya explicación nadie puede estar completamente seguro, luego otra vez el día y una sensación momentánea de perfección (eso que llaman felicidad, algunos que se ocuparon de inventarla). Siempre es mejor que sucedan las cosas así, todos en sus casas o en sus frazadas en la estación o en la habitación ajena saben que no pueden llamar a los que no sabían qué hacer con sus brazos, y por eso mantienen ese equilibrio correspondiente a lo que está ya determinado: algunos altibajos, eso es todo. Quizás la adolescencia (o algunos años más), las hormonas y el amor, palabra que resulta extraña al oído cuando es dicha muchas veces, y también cuando no es dicha nunca. O mejor dicho, cuando el alma muerta ha dejado de intentar escribirla en la piel como un corte ensangrentado, para así nunca jamás irse y no necesitar un teléfono ni el sexo en las noches ocasionales.