23.4.13

Un telegrama

" el régimen capitalista tiene una forma característica de  avasallar el trabajo intelectual: el tecnicismo."

Ilia B. Novik







Yo no quería vivir limitado a una posición
y mucho menos ser con la esencia fabricada
con pedacitos de goma y fósforos,

ser en el sentido estricto
un frankenstein de sus pretensiones
el silbido que no llega a perpetrarse hasta que alguien
ejecuta el disparo.





Algo de hablar me suena a algarabía:
el delirio bien aceptado de un sueño en que
no hay estrados del estado en peligro.
Bien podría yo no existir para nadie
elijo, como se elije todo, sin saber de dónde
ser una bala que sola dispara
sola penetra en los órganos
y está bien: sola se queda.
Perdóneme dios por no ser solidario
acepto el juego y a él me entrego con los miembros blandos
y en la partida está todo tan oscuro
y la música está tan fuerte que podría pero no
no me pregunto nada.

17.4.13

rehabilit-arte




  1. "cuando, en su estilo más precario
    la verdad no predica en el desierto"
    Osvaldo Lamborghini


    no sé si te hablé o te di una patada
    en el plano de mi conciencia vos estuviste siempre pero
    casi siempre en el plano anterior
     una telaraña muy finita
    que yo destejía sin querer y se recomponía sola
    cuando me despertaba de pronto

    un cuello ortopédico
    con vos no 
    tenía contracturas
    sólo me parecía a la versión mal traducida
    de una chica que salta en películas de rohmer
    y se cree tan linda como es o un poco menos
    no importa
    la belleza era de la telaraña detrás de mi cuello
    y con eso puesto yo podía bailar sin que me aprobaran
    el mundo era de hielo
    una ciudad sitiada
    un paraíso de cuya tierra salían ojos
    con mis piesitos los aplastaba,
    blancos
    los de una judía tonta


    después de entre todas las cosas que entiendo
    entiendo muy poco y al revés, quiero decir
    mi ansiedad me pone en un nivel tan acelerado de percepción
    que no confío en ninguna impresión
    y excepto vos
    las cosas tienen un aspecto lánguido de impacto suave
    la gente daría lo mismo que fuera arcángel
    el pasto lo mismo que serpientes



    le diste stop. no sé si hablé o te di una patada
    es más probable de entre todo lo demás
    que te hayas ido, pero no sé si porque te dije
    algo del pelo
    canté desafinado
    se abrió la ventana
    qué mierda tan grave
    pudo ser que ahora estoy lisiada
    nadie me alcanza la sopa
    el cuello parece dormido: si lo tocaras tendrías descargas eléctricas
    sentirías cómo miles de hormigas antes apretadas
    viajan disparadas hasta tu cabeza
    oh, mártir, no
    después no sé qué pasa

2.4.13

Doctora




Doctor, no puedo fumar. Al principio pensé que era una cuestión climática: la densidad inusual en el aire, el agua impregnada a los átomos de oxígeno. Pasaron las lluvias, vino el sol pleno, el calor justo para disfrutar de unas buenas pitadas y sin embargo míreme, yo sin poder fumar, he venido a verlo. Doy una pitada y el humo se me estanca en la garganta. Recuerdo algunos momentos gloriosos en que me sentía una chimenea en que la circulación del gas era casi poética, un conducto perfecto para que todo ingrese y sea expulsado como es debido. Entonces me sentía en equilibrio, el acto me demostraba que podía desarrollar una acción con buenos resultados, y luego iba y hacía lo que se dice cosas productivas, por eso me ascendieron en el trabajo y hasta estuve cerca de conseguir una pareja estable. Equilibré mis afectos, comía de modo moderado y suficiente y caminaba cuadras y cuadras, pensando que la recompensa de un cigarrillo era otra garantía de felicidad y que al final, entonces, nada era tan grave, nunca. Eso, discúlpeme que se lo diga así, es mi ideal de placer y salud, y milito la idea de que cada uno tiene el suyo y que ustedes no puede aportar mucho con sus principios, simplemente porque son principios individuales.



Ahora he venido, y le he pedido este sobreturno de urgencia, porque paso media hora de mis días intentando en vano que el humo entre y salga sin disturbios. Probé con respiraciones profundas, pensar en campos verdes con conejos saltando entre los cardos, pensé en un hombre bello sentado a mi lado que fuma conmigo y con el que hablamos del concepto de ficción o la relatividad de la noción de justicia. Nada. Las consecuencias no tardaron en notarse. Se me trastornó el sueño y no digiero los alimentos. Me convertí en lo que ustedes llaman “una sedentaria”. Mire, mis manos están hinchadas y se me cae el pelo. Ustedes, imagino, en estos tiempos, medican más para el estrés que para la fiebre, dan más consejos amorosos que recetas, aprendieron un discurso casi automático para las víctimas de esta enfermedad del nuevo milenio. No esté tan serio, sonría: conmigo se ahorrará ese trabajo. Sólo debe darme, con paciencia y consideración, las instrucciones para fumar de nuevo. Debe ser algo parecido a los métodos de meditación zen, o al modo en que uno tiene que respirar para que no duela tanto que nos quiten sangre. Sabido esto, me retiraré y si usted acepta, le pagaré el doble. Y si al salir, mientras camine hacia mi casa y ya tenga abrochado el abrigo, fumo un cigarrillo y en cada pitada siento el mismo placer, y el acto no se convierte en una repetida frustración, si siento entrar y salir el humo como si mi cuerpo fuera una chimenea sin agujeros ni averíos, volveré para regalarle un kilo de manzanas (me compraré dos: uno será para mí) y si quiere puedo darle un beso o hasta retribuirlo con favores sexuales. No se preocupe, no me molestaría, es usted un hombre atractivo y, sobre todo, es un hombre atractivo con título.



No le robo más su tiempo: sé que otros pacientes lo necesitan igual que yo. Esperaré aquí, entonces, a que comience con el discurso. Y prometo no hablar más y no contradecirlo, porque sé que eso a ustedes, aunque no lo digan porque para eso se les paga, les molesta mucho. Hasta, se me ocurre, además de las manzanas, puedo darle un cigarrillo: tiene usted esa doble capa de piel en el rostro, esa secuela heroica de los hombres fumadores.