17.10.11

Un libro sobre todas ellas


Pronto estaré sorda… Qué es semejante asunto? Una persona cualquiera que queda sorda en un lugar cualquiera. Un cangrejo cualquiera bebe un agua cualquiera y de pronto se intoxica. ¿Alguien lo ha visto vivir alguna vez? ¿Sufrir con otras aguas menos turbias, sobrevivir como los hombres que alguien recuerda que sobrevivieron? Hay un sol eterno sobre las nubes, y los sonidos míos enmudecen. La palabra es, para mí, un susurro que las voces apenas pueden contener, pero ya no voluntario, ya no expulsor, ya las palabras son puntos en el aire. Pestes flotantes a mi alrededor sombrío. Y todo lo que escuché, ¿en qué cueva alguien lo guardará? ¿Escribiré un libro sobre todas ellas, afirmando que es sobre otras, y por esa afirmación detendré el progresivo desarrollo de mi sordera? Premiénme con trofeos aún no oxidados; bésenme las manos tibias, con otros labios tibios en la noche. Búsquenme sobre los escombros de una construcción. Tengo los deseos débiles, las lluvias sobre mis ojos, el futuro pedaleando a favor del viento y cayendo en cascada antes del fin de la tempestad. Tengo el rostro de un gusano que escarba sobre la tierra de los muertos, que los vivos pisan ignorantes. Llevo a mis espaldas los secretos de la tierra – son este dolor sobre las sienes, que siempre curo con drogas de buena recomendación -. El progreso de mi enfermedad no es prolongado: todos ya sufrimos hoy la enfermedad de la que moriremos. Mi sordera sabe a escarcha sobre el cuerpo que amé y ya no. A verdad cantada a todos los vientos del oído multitudinario – ellos la oyen como a una devastadora noticia sobre muertos y maldiciones – bailando entre los vestidos de las mujeres solas. Los hombres las acompanan con un sarandeo de primera clase, muy bien visto, felicitado con flores rojas entre su pelo negro. Qué bien se posan todos para mi última foto. Ya recuerdo sus posiciones para la eternidad, ya sé de su imposible compañía, de las palabras que quisieron articular delante de mis ojos. No leo los labios, no reconozco las variaciones, todo movimiento es movimiento, no mensaje, aún oír es una aventura de otra dimensión, un goce que disfruto con la mirada posada en un poste, todos los sentidos apagados, todas las incertidumbres archivadas dentro de otras incertidumbres de grueso calibre.





Olvidé el zumbido del viento entre las hojas, ¿importa acaso recordar lo que se percibe en un segundo? Alguien me amó y yo escuché su palabra como a la de un enviado desde mí misma para develarme todos los secretos de la inmortalidad. Ya es silencio esta sala blanca. No sé si algo está cantando, si chillan las sirenas de incendio. No muevan los labios en señal de desamparo: yo soy toda desamparo y acá me tengo. Rota, sombra, malherida, cargo un arma asesina entre mis labios secos. Soy sobre todo una tormenta mal esperada, en mí se pudre el musgo de las piedras, desde mí un mensaje que alguien oirá distinto, cuando ya a todos los ataque su propia enfermedad. Mi sordera, su soledad, su avaricia, su desconsuelo, ese rostro penetrándoles la frente sobre la almohada. Ya no rostro, ya no música puliéndome las horas, todo susurro intermitente, sábanas blancas apenas sobre el cuerpo, pestañas abiertas al silencio impostado