31.12.09

.

Nada significa nada:
todo tiene un tiempo,
que como comienza,
termina.
Los hombres son hombres a veces
y otras son materia
enterrada sin cielo.
Nadie ama lo suficiente,
no hay cantidades ni materias.
Entonces se sabe:
que todo sea menos que un infinito
es una mediocridad
digna de un llanto eterno.

29.12.09

Oportunidad (romper y volver a empezar, y así siempre)

Se rompió el esquema de las cosas,
te besé en otro tiempo.
Tus labios eran rosas marchitas
en un ocaso viejo.
No sonreías como un niño
y tus manos dibujaban
retratos siniestros:
mi cara sin fondo,
tu cara sin nada.
Eras un ser mundano
deslizándose en el viento,
no eras esa esperanza,
ese futuro nuestro.

El mar nuestro.

Y un día lloramos. Lloramos tanto y juntos que se nos inundó todo: el patio, los rosales, las ventanas. Amaneció y entonces el barro y el olor a humedad fue como una hermosa bocanada de aire fresco: por fin lo habíamos hecho. Nos miramos y nos dimos un abrazo, nos quisimos así sin nada puesto, con toda la tristeza que sobraba (que no era mucha por cierto).
Todo estaba disuelto en esos mares salados que éramos también nosotros. Nuestros pasados, nuestros amores frustrados, nuestras imposibilidades, nuestras eternas soledades. Y sin embargo sólo era agua: agua que reflejaba las hojas, a lo sumo. Tibia y hermosa, suave, titubeante ante el viento. Todo era nuestra lágrima: nuestras almas llorando.
Mirá le dije, mirá lo que hemos hecho. Nos deshicimos en un montón de nada, nos entregamos sin más a nuestra propa desgracia. Me sonrió. Que tonto hablar de las cosas: mejor verlas ahí mismo, ante mis pies mojados, sobre mis pies mojados. Las cosas eran también mis pies mojados, mi nariz, mis ojos hinchados. Eran mis brazos, mis pulmones, mi vida entera. Y las podía tocar. ¡Qué cosa tan fantástica! Y hasta supe verlas, por un momento, cuando estuve solo y no supe si eran realmente mis cosas o las mías, si las de él o las de alguien más que tal vez había aparecido durante la madrugada. Yo las sentía propias, tan propias como nunca había sentido a nada en la vida. Ni siquiera las había tocado y ya las amaba con locura, las adoraba y sabía que lo iba a seguir haciendo. Por primera vez lo pude afirmar, sin ninguna duda, sin ningún miedo: ese amor iba a ser para siempre.
Ya está. Él era también mi compañero: es la tristeza lo que más se comparte. Es el abrazo y el llanto, son las horas que fueron solas alguna vez. Ya no. Nunca más estaríamos solos, me lo dijeron sus ojos, sus penas también flotando en mis dedos, en mis pies descalzos.

16.12.09

Poderes.

Si te hablo a vos les hablo a todos,
si hablo de mí, hablo de todos,
si me dejás te dejás
si me besás me beso si te vas me voy,
sigo a tu sombra,
todos siguen a tu sombra en pasos violentos,
todos sufren lo que sufro,
todos se van conmigo,
todos se van con vos,
si te hablo y te pido no me dejes no me beses no te vayas,
entonces todos hablan,
y vos también pedís
no me dejes
no me beses
no te vayas.

28.11.09

Rojo.

Te robé un papel rojo y roto, tenía tu nombre y otra palabra. Estaba en la mesa como dormido, y yo sabía que, por cómo sos, nunca ibas a tener la más mínima intención de despertarlo, así que te hice un favor, digamos, y lo tomé. No decía nada interesante, era tu nombre. Tu nombre y otra palabra. A nosotros nos cuesta hablar y dejar notas suele ser un medio alternativo de comunicación, pero en ese papel no me estabas hablando, eras sólo vos y tu letra, una letra tosca y triste. No te habías ido, es decir, si te hubieras ido probablemente hubiera llamado a la policía, me hubiera suicidado o algún otro tipo de reacción. Pero estaba tu perfume al lado mío y eso le quitaba importancia al misterio del papel, por qué era rojo eso es algo que no importa, quizás te gusta el color, o me gusta a mí y por eso lo era. Una hora extraña, como las siete u ocho de la tarde, uno nunca sabe que es esa hora cuando llega, siempre calcula algunos minutos menos o más, son tiempos vacíos, como agujeros en el día y yo estaba ahí adentro con tu letra en mi mano, atacándola y pidiéndole algo, una palabra con tu nombre, un beso seco, a tu perfume, a tu camisa arrugada. No sé si me hablaba a mí o era algo desde vos hacia vos, tampoco tenía que meterme en tus cuestiones internas pero no es difícil suponer que me querías decir algo, aunque no pude descifrarlo. Yo creo que tenía fiebre y hacía frío y tu letra era un dibujo precioso sobre el papel. Así que pensé luego de un rato, qué hago con esto que me atormenta tanto, también con tu olor y ahora tu voz en un susurro sensual, mejor dejarlo donde estaba, suavemente dormido como un bebé chiquito. Aprendí alguna vez que es peor atormentar a las cosas que nunca acercarse a ellas, al menos se conserva la esperanza que nos ayuda a levantarnos de la cama.

24.11.09

Desencuentro.

Hay cosas terribles en el mundo,
los mosquitos, las narices grandes,
el calor, los desmayos,
pero jamás encontré nada
peor que el amor desencontrado,
esa tímida voz que dice
algo que se parece a lo que siente
el que la tiene
pero con otras palabras,
y alguna otra voz le responde
un no agresivo tremendo como una puñalada
que se clava de lleno en la garganta.
Entonces el primero baja suavemente la cabeza,
como esperando el arrepentimiento,
el abrazo final de la escena,
que nunca aparece, se va derritiendo
en los pasos de a poco la esperanza,
la va dejando como una miguita de pan
que marca el camino
hacia la vida normal
un poco menos vida
un poco más muerte.

29.10.09

Entre las rocas.

Cuando íbamos a la orilla a veces encontrábamos peces, peces de colores extraños y siempre había uno que estaba muerto. Lucía lo tocaba y tras un repentino colapso se quedaba en la arena con la aleta doblada. A ella le llamaba la atención que todos murieran igual, que ninguno sangrara o se hundiera en un charquito o se quedara atrapado, algo más simpático y que implicara un rescate, tomarse algunas horas que no habríamos utilizado para nada más importante.
La hora del encuentro era siempre el ocaso, aquel crepúsculo sombrío de los ríos del litoral, las seis, las siete, las ocho, un momento entre todos los momentos. Y sin embargo eran tales las ansias de la tarde, de dos o tres horas antes del ritual, que nos quedábamos sentados en silencio esperando un suceso sorpresivo, que se moviera alguún paralelo o que la tierra cambiara de eje y que eso trajera, por equivocación pero sin posibilidad alguna de que no lo adviertiéramos, un pecesito que por débil se habría colgado de una ola grande y tras el golpe abrupto de las corrientes llegara convalesciente a nuestros pies de arena.
Durante el auge del verano, cuando se tiende a creer que no hay otro tiempo que ese y que las deudas son un problema cuya existencia es extremadamente dudosa, la gente acudía a las orrillas por las habladurías que bailaban en los aires provincianos y porteños, mojaba con entusiasmo alguna parte de su cuerpo con poco riesgo de resultar accidentaba y, tras gastar todos los temas interesantes de conversación, se retiraba (y era muy difícil no notarlo) como seguramente se retiraría de un banco luego de haber sido estafada disimuladamente. No era fácil, en este contexto que se desarrollaba durante los días más hermosos, encontrar un especímen con escasos (o nulos) signos vitales. De hecho era una hazaña imposible para cualquiera que no supiera que, si no se busca entre las piedras más pesadas ni se duda al intentar adentrarse en los sectores más oscuros del barro, es muy difícil dar con cualquier textura gelatinosa, y si se da la casualidad de que se la encuentra, su procedencia ya no cabe en mis conocimientos.
Pero nada era más novedoso que las manos de Lucía, pinzas de precisión incalculable. Era un espectáculo su aventura en el río, esa afición que tenía con los peces muertos. Si me sentaba en una piedra, suavemente en una piedra negra, era porque allí era más fácil verla, o mejor dicho ver su cuerpo de pez entre el ambiente suyo, adentrándose más allá de mis ojos en agujeros de musgos gastados. Y siempre daba con su pez, algo hacía para revivirlo y todos la ayudábamos con una alegría inútil. Pero jamás vi a alguien a quien le ganara más la muerte, en seguida lloraba con agua dulce y sombría, como ya lo era la noche entrada. Admiraría a quien hubiera podido confirmar que al caer el sol ella no era en verdad un pez moviendo compulsivamente su aleta y hundiéndose en un miserable rincón de arena, más allá de que los peces no lloren y de que no se levanten disimuladamente cuando amanece de entre las rocas que los encierran.

23.10.09

Los ojos, los dientes, el polvo.


Foto: Lucio Marquez.

Hay niños a la vuelta de la esquina que muerden el polvo de su propia casa e irradian aún con los ojos sucios un brillo que no tiene nombre. A veces atraviesa los cristales del mundo para proyectarse en otros ojos. La mirada los capta y ya no hay vuelta, porque la tristeza no es barrera, se abre como un mar turquesa que al instante está seco y es sal, sal de las lenguas que prueban el suelo, no importa si no hay suelo, si no hay lengua, siempre hay tristeza, hay una lágrima que se desliza como un cantar lejano, cuidado, ya se acerca. Una cámara es una secuestradora de imágenes que quieren escaparse, no te escapes porque hay un mundo afuera, y algo en tus ojos quiere hablarle.

10.10.09

Dos por cuatro.

Muere el tango y entonces muere todo
en un fondo oscuro de bandoneón gastado,
el compás de la muerte nunca espera su última negra
porque sabe adelantarse antes del final,
y ya está podrido el rostro cuando quiere pronunciar
el verso, seguir la rueda en la que rodaba,
dejándose llevar suavemente por un sonar
que termina a cada instante.

4.10.09

Era estupendo quemar.

El fuego es esa llama movediza
que incendia la aurora con gritos vibrantes,
no está nunca en verdad conmigo,
es un fantasma que se pliega de noche,
y brilla aún más cuando está muerto.
Carga a su vez la pasión y el miedo,
el terror a la muerte y ese deseo
de que nunca se acabe su fulgor rosáceo,
como de flores que alumbran el cielo
y adornan paisajes que luego son llanuras,
que luego son tristezas que lloran los viajeros,
tiene un aroma a incendio nocturno,
porque el fuego es un aliado de las mil estrellas,
no las deja nunca solas aunque no se vean
cuando apenas nace entre algunas maderas
y recrea las imágenes que han sido muertas,
mientras sus colores son como un día
que va y que viene, que carga tristezas
para ser quemadas en risa suave,
en canto lento,
con su sonrisa desmembrada,
con su sutil belleza.

28.8.09

Qué sería de mí.

A veces me pregunto qué sería de mí sin la palabra, una honda fosa llena de nada, un callejón que se inunda de lágrimas, un montón de preguntas sin signos ni dudas, cuerpos sin pasiones y amores sin pasados, dónde volcaría ahora esta pena indefinida, todas y cada una de mis sensaciones extrañas, cuándo y cómo me sorprendería ante mi propia cara, no encontraría ni en el espejo un mejor reflejo de mi tristeza.
Qué haría si no pudiera ponerte un nombre con otras palabras, si no trazara con precisión aquellos paisajes internos, aquellas caras precisas, los cuerpos que fueron míos, también el que hoy es mío pero en otro cuerpo. Qué haría, lloraría sin parar todos los días, como una viuda que no tiene pluma y tiene lágrimas, no me estimularía ya con nada y la vida sería un sinfin de tiempos finitos. Ya las cosas no tendrían esa cara de misterio y desamor, esas frases secretas ocultas en la mirada, ya no intentaría descifrar todo el mundo, porque todo el mundo puede esconderse en una palabra.

13.8.09

En blanco.

Mi voz fue un milagro ya en ese momento, a mi vieja le temblaban las piernas y un poco los dientes y mi hermanito lloraba que daba miedo. No estoy muerto mamá, no estoy muerto le susurré al oído muy suavecito, bastó eso para que pegara un salto increíble y me abrazara tan fuerte que casi me muero por lo que no me había muerto antes. Manuelito todavía moqueaba un poco alegre, yo me reí lo que pude y la vieja corrió por toda la casa gritando quién sabe qué cosa, los oídos los tenía muy tapados.
No pude escuchar pero me pareció que había sonado el teléfono porque mamá dejó de correr de repente y se calló como si se hubiera quedado muda, escuché sus taquitos rápidos yendo hasta la cocina, quién es preguntó con voz excitada. Silencio. No sé si siguieron hablando pero me dio la sensación de que ella ya no estaba contenta como antes, era tan obvio cuando a ella le pasaba algo que hasta podía verlo en el aire. Mamá, quién era le grité como pude desde mi cuarto viejo, y vino caminando pesada y suelta, me miró con sus ojos caídos como de viejo y me acarició la cara. Qué pasa che, qué pasa, ya me ponía nervioso y no estaba para esas cosas. Nada hijo, no pasa nada. Me molestaba que pensara que yo era un nene pero más aún no escuchar nada, por momentos pensaba que lo que oía no tenía nada que ver con lo que ella decía, algo así como una distorsión total, al menos lo quise creer, se sentó en la silla al lado mío y Manu empezó a llorar de nuevo, por pura costumbre lo hacía, además si tenía hambre o sueño mamá enseguida hacía algo, pero se quedó mirándome como una enamorada, supuse que tenía la cara realmente muy pálida porque a veces levantaba las cejas sorprendida. No estoy muerto pensé y enseguida le sonreí como si eso valiera algo, no me devolvió la sonrisa y siguió acariciándome ya compulsivamente, me asusté un poco pero no quise decir nada, mamá cuando se enoja puede ponerse muy violenta y esos momentos tiernos se esfuman mágicamente. Tenía unos ojos verdes preciosos, y recién en ese momento me di cuenta, cuando le empezaron a brillar porque querían largar un poco de agua, qué un poco, por ahí mucha, pero era tan delicada que no puedo decir largar ni agua, esas palabras suenan a veces tan insensibles y ahora puedo decir que también estoy llorando, o un poco por dentro porque me acuerdo de su cara tan pálida, de Manu llorando cada vez más fuerte y de eso que se convertía en lágrima, una, dos, tres, las caricias eran como una plumita suave y hasta cerré los ojos porque me encantaban, para qué cerré los ojos, los abrí y era ella ahora, su cara más hermosa que nunca. Dejó por fin de tocarme y su mano posada en mi mejilla blanca, su cuerpo fue como una masa y se oyó el susurro de una leve caída en el suelo, nada más que eso, una sutil y blanca caída, como la de una hojita en el viento, clac, nada más, Manu dejá de llorar dije muy bajito, dejá de llorar porque se va a despertar. Y sabés qué pasa cuando se despierta.

15.7.09

Criaturas de la noche.

Creería que alguna vez tuvieron alas
aquellas extrañas criaturas de la noche,
que con brillo exquisito bañan las sombras
y se inundan de frío tras las paredes rotas,
con un aire viciado como de humo y calambre,
cuando la madrugada ya está en el último trance
y se escabullen en los barrios donde han muerto antes,
con más vida, quizás, con más hambre.

Pero nunca abandonan su condición nativa
de la ciudad sola, de la avenida vacía,
y aunque el tiempo les saque mil veces la sangre
seguirán siempre poblando las calles
cuando nadie los ve,
porque apenas aparecen
se hace más honda la noche
y nadie quiere oler aquel aire,
podrido y profundo
como de humo y calambre.

9.7.09

Paisaje.

Bajo el sol se dibuja una línea clara,
la del viento suave que esparce la arena,
y es un disturbio tu voz estridente,
y es una mentira el horizonte cuando empiezan
a asomarse las primeras estrellas,
porque en ellas está el deseo del cielo
de asomarse una vez entre la niebla
y reír con otra voz,
por las fortunas venideras,
y llorar muy bajito,
mientras el sol lo quema.

8.7.09

Debilidades.

Definitivamente la noche tiene algo
que hace que las dudas vayan saliendo de todas partes,
y poco a poco
nos destruyan, como si fuéramos mosquitos,
contra una ventana que nunca podremos atravesar.

8.6.09

Sin título (serie agujeros).

Las mañanas no solían ser muy motivadoras, muchas veces hacía frío o nos goteaban los mocos, y teníamos un deseo repentino y profundo de quedarnos envueltos en las sábanas calientes hasta el mismísimo fin de los tiempos, aunque poco supiéramos de esas cosas.
Fue mayo y esos días apesadumbrados, ese día apesadumbrado con la triste certeza de lo que iba a pasar. Nuestra casa no era demasiado cómoda, a mamá no le gustaba renovar los muebles y las paredes eran más que nada humedad, una mezcla de olor a muerte con el sabor de los huevos podridos que nunca probábamos.
Salimos de ahí con nuestras armas encima. Ese día estaban más pesadas que de costumbre, tal vez porque el anterior había habido inconvenientes con los robos de los intrusos, y había que reforzar el equipo. El clima parecía bastante propicio para una batalla, de hecho el viento nos favorecía porque producía el desviamiento de los lanzamientos desde el norte.
Por intuición o tácito acuerdo sabíamos que nos tocaba en la frontera, esa tierra que nadie se atrevía a pisar, porque eran pocos los sectores donde se pudiera andar sin acabar hecho pedazos, y los enemigos contaban con las armas más poderosas que pudiéramos imaginar.
Los gobernadores, que eran muchos y de todas las razas, siempre asignaban a los soldados más valientes y fornidos para luchar en la frontera. Sí, ya no hacía falta que nos hablaran, ellos había puesto en nosotros sus esperanzas de triunfo, teníamos en las manos algo parecido al último ser sobreviviente del mundo. Porque aunque los pueblitos del norte eran fácilmente dominables, nada se comparaba con saltar entre las minas y ver los ojos enfurecidos de los norteños morir, o patear sus cadáveres y ver el sol de los nuevos tierras, iluminadas por nuestros cuerpos sanos y vacíos de pecados.
Los pasos que dimos fueron muchos y firmes, el frío se colaba entre los huesos y la abracé a mamá porque tiritaba, hasta en un momento se desmayó y tuvimos que gritarle para despertarla... Nada tan peligroso cuando uno se acerca a tierras desconocidas.
Con nuestras prendas salvajes y nuestras caras sucias nos adentramos en el territorio ajeno, a la oscuridad de las nuevas posesiones, ya podíamos sentir el sabor del triunfo, la imposición de las armas nuestras por sobre las suyas, y supimos las palabras de reconocimiento de los hombres de la ciudad, todas y cada una de sus palabras.
Nos paramos en el límite de los otros, el silencio estremecía nuestros cuerpos cansadas de tanto peso. Sacamos nuestras flechas pintiagudas y las lanzamos sobre las minas. Estallaron en mil pedazos todas. Pero estalló también la tierra. Se despedazaron todas las hectáreas de la frontera, y con ella los hombres y las armas y sus ojos enfurecidos.
Nació de los escombros un agujero infinitamente negro, y desaparecieron las esperanzas y las ilusiones nuevas. Nos miró y se expandió por quién sabe qué otro terreno. Las tierras no eran nuestras, tampoco eran suyas, no eran de nada.
Volvimos al pueblo y aún era mayo, y no contamos nada, nos encerramos en casa con la decepción y la emoción adherida a los cuerpos. El vacío era nuestro, era nuestra la nueva noche y la imagen de la absorción del mundo.
No lo extrañamos porque nunca lo tuvimos, y en la mañana del otro día, estuvimos tal vez un poco más apesadumbrados. Queríamos quedarnos envueltos en las sábanas calientes hasta el fin de los tiempos, aunque sabíamos poco de esas cosas.

20.5.09

El estallido.

Se sacudió el árbol y se oyó un ruido muy incómodo. Cuando estaba en plena caída llegó ella, una de aquellas mujeres que siempre tenían frío o calor o fiebre, que si no era por las hormonas era por las tareas de la casa, pasó muy apurada por abajo, y ni que hubiera Dios, que por un instante no fue aplastada por toda esa armatoste pesada. Fue tal el susto y el desconcierto que no supo entender nada y entonces siguió caminando, casi como si todo fuera igual, sólo un poquito más lejos de la muerte sencillamente porque había estado relativamente cerca.
Entonces cayó el árbol, justo detrás de sus tacones chinos, y rompió todas las flores y quebró todas las ventanas y ensordeció los oídos de las viejas que en otoño limpiaban las veredas, llenó de hojas los balcones y los halls, ensució las cabecitas de los niños escolares y se partió en dios con una elasticidad que asustaba. Así que no se necesitó mucho tiempo para que toda la cuadra estuviera destruida, hecha pedacitos de personitas y de corteza, cuántas cosas habrá tenido adentro y nadie en el barrio se daba cuenta, ni las viejas ni las mujeres menopáusicas. Quebró también la tierra, la partió en dos casi como a él mismo, un poco menos para ser considerado, y ya hundido en el pozo que él mismo se había armado, hundió su copa desgastada en lo más hondo, si acaso existía el límite de profundidad, y habiendo dado todos los pasos firmes hacia la muerte, desprendió sus raíces de las hojas secas, cortando cabezas y brazos y respiraciones, para zambullirse como en una liberación hacia el mismísimo centro de la tierra, el lugar más oscuro y confortable que pudiera crearse. Sobre todo para quien sabe que existe, y no está mirando el reloj, o preguntándose cuán tarde pueden considerarse las cuatro de la mañana, si habrá tal vez tiempo para tomar un café, uno solito, qué elemento tan insignificante frente a la inmensidad del centro, único y difícil centro, casi como las personas, no tanto como la vieja, y tal vez los niños se acercaban un poco más... Si casi, casi pudieron caerse. Justo antes de que la viejita los llamara.

11.5.09

Siempre llega la hora...

Siempre llega la hora en la que hay que decir no puedo, no tengo alas ni hago magia, estoy probablemente cerca de la muerte y ya el nacer dista bastante, el tiempo me está arrastrando a un pozo y hoy me siento infinitamente triste, algo así como si me estuviera pudriendo y nada en mí fuera de verdad, necesito que alguien me pellizque o me mate de un abrazo, que me diga que me ama sin esperar que lo ame tal vez, que explote esta burbuja de desasosiego que ya me está rozando el cuerpo, necesito, de verdad necesito, no esta estúpida fortaleza o esta simulada independencia, necesito depender hasta lo más hondo de alguien aún con los ojos cerrados, necesito la estupidez por sobre la estúpida razón, algo que me indique que ya no tengo que estar triste, que borre de mi cabeza todos los motivos, que me diga hoy es sólo un día muy pequeño entre los otros grandes días, que tenga una sonrisa honda y eterna, y quiero ser eterno para siempre yo también, y no lo que soy ahora, un pedacito de tierra en el medio de la nada, una soledad concentrada, la angustia de no entender y no querer hacerlo, el deseo profundo e insaciable de lo que está lejos, y que a cada instante, más se aleja.

4.5.09

Propiedades.

No hace falta enredarse en dudas
ni en filosofías baratas,
nosotros somos nosotros
y lo que nos pasa,
por ahí algún amor viejo
o pasajero,
o el encuentro repentino con una cara desconocida,
somos la noche y el viento,
estamos llenos de realidades adversas
y que no son nuestras,
fijate vos,
que no son nuestras,
imaginate
cuántas cosas tendremos
y ni siquiera
nos damos cuenta.

28.4.09

Necesidad.

Pasó el tiempo y me quedó eso, la furia del desencuentro, el desajuste, la falta de cuentas, como si necesitara en realidad un resultado, alguien que me diga qué paso y porqué estoy acá y qué es este frío que se traga mis huesos, porqué pasaron los días y se llevaron tanto dejándome la sobra más miserable, y yo trato de saborearlas pero no hay remedio, sobre todo cuando sé que en realidad no soy nada, un par de recuerdos, la casa fría, el resto de los restos de los restos que ya no tienen nombre.

20.4.09

Sin titulo.

Qué nos queda más que el alma,
el amor, el pecho, las ganas
la necesidad nefasta de lo
prescindible,
nos queda así un poquito
el aroma de las pieles
y de las sábanas, el sabor eterno
del placer
y de las culpas
la diminuta finitud de tiempo
que somos,
que pasa
cuando no amamos,
y cuando realmente somos
una nada, y no hay más alma,
y no hay más ganas.

4.4.09

Traumas.

Imaginame con la cara llena de tierra, era una cosa de no creer, y eso que la gente ni se daba cuenta, yo estaba ahí y de repente nadie me miraba, las cosas cambian un poco con el tiempo, te caés y por ahí te quebrás y nadie se da cuenta, todos hacen la vista gorda, las autoridades te ignoran y es como si te maltrataran. Se supone que yo pago con lo que podría alimentar a mis hijos un poco más para que veinte ñoquis puedan tomar más café, a vos te parece, un día te tropezás y por ahí te morís de un paro o de una hemorragia interna y la gente se escandaliza un rato y pasa en eso suficiente tiempo como para que cualquier posibilidad de salvarte desaparezca. Así que yo estaba ahí, tratando de comprobar si no me había quedado ciego o no se me había salido de lugar la rodilla mientras la gente daba vueltas tratando de encontrar algo sorprendente o sobrenatural, y yo no es que me había tirado a voluntad sino que por ahí uno de ellos me había empujado, no me extraña, empujarme para que haya algo de lo que extrañarse, un pequeño cambio en su vida de mierda. Y cuidado, porque nadie elije ser la víctima, un día te toca a vos, a ella, a él, y bueno, ese día a mí pero yo soy uno más, ni siquiera les importó que yo fuera abogado o doctor o psicólogo, andá a saber, si no tuviera la sensación de estar hundiéndome en el asfalto hoy podría estar salvando su mugrosa y negra vida.

21.3.09

Inmortalidad.

Si fuéramos inmortales nos importaría un carajo el tiempo, la belleza de las cosas, los sentidos, los sentires, las caricias. Si fuéramos inmortales no habría esperanza ni desesperanza, no habría motivos ni tampoco faltarían. Si fuéramos inmortales no seríamos nada y nuestro corazón no serviría ni para un transplante, no extrañaríamos, nada tendría intensidad ni valor. No valdría la pena la alegría ni la tristeza, y estaríamos realmente muertos.

19.3.09

Utilidades.

Dónde metemos lo que nos pasa,
entre tanta inútil tristeza,
entre tantos que nos dicen que no,
que no tengamos profundidad
ni siquiera superficie,
que no tengamos nada,
que no seamos nada,
que no querramos nada,
no, nunca tengamos proyectos
ni sembremos ilusiones
ni miremos paisajes,
sólo sirvamos,
para no servir para nada,
para no estorbar,
para que todo siga andando
casi, digamos,
normalmente.

11.3.09

La muerte.

Y al borde y al final está la muerte, parada en el límite que nunca llegaremos a conocer. Saluda a veces cuando a alguien se le escapa a su nombre. Con el tiempo ya es más que una palabra y la oímos respirar. Cuidado, no es más que un final. Un único e inservible final. Casi tan inservible como el comienzo. O podría decir que tal vez menos, al menos servirá para que dejemos de ser tan inservibles. Y habrá tal vez un dolor casi instantáneo, y no tendremos ni tiempo para sentirlo, como todos los momentos que creímos eternos. Es mentira que se reirá de nosotros; a ella le dará lo mismo. Estemos o no, le dará lo mismo. A lo sumo le importará al mundo, pero eso no durará mucho.

5.3.09

Sueños.

Probablemente, quizás
el mejor recuerdo de mi inútil vida
fue aquel momento en que tus ojos,
tus límpidos y relucientes
y renovados
y solitarios ojos
me tradujeron
tus sueños.




Cada uno de tus inocentes
y tímidos sueños,
y entonces supe que yo era el único camino
más o menos seguro
para que pudieras, aunque sea,
besarlos con la mirada,
llevarte una imagen,
quitarles el alma,
yo o mis labios,
o mi tiempo malgastado,
o mis palabras rotas,
como las de este poema que sin quererlo
se me cae a pedazos.
Pero nunca en tus sueños y tú,
siempre en mis brazos.

3.3.09

El otro lado.

¿Y a vos qué te importa que yo llore? Si siempre vas a estar del otro lado de la ventana, donde chocan las gotitas de lluvia pero nunca se sienten, donde tenés una imagen perfecta de todo lo que pasa. Qué te importa que esté yo acá y vos allá si es como si hubiera un abismo, y sólo te hace falta dar el paso, arriesgarte a perder la seguridad del cuarto, lastimarte los nudillos con el vidrio, llenarme la casa de sangre. Y fijate cómo te tiemblan las piernas porque hace ya mucho tiempo que estás sentado en el mismo lugar mientras todo pasa como inadvertido, no transpirás ni un poquito por nadie, ni siquiera sabés mentir porque tus ojos me dicen todo, o el reflejo de tus ojos, que están del otro lado de la ventana, y es inevitable ver que lloran.

25.2.09

La masa negra.

Un mosquito se posó tímidamente en el vaso que alguien se había olvidado, y por torpe e irracional no tuvo opción que resbalarse y caerse en el agua haciendo un sonidito tierno y sutil. Salpicó unas gotitas de agua que se disolvieron en su cabeza e intentó nadar de acá para allá, como un loco, aunque no tardó mucho en resignarse y quedarse quieto esperando que alguna deidad lo rescatase. Y no supo si fue una deidad o una ley de la naturaleza, pero de sí mismo salió otro mosquito, con la mitad de su tamaño, y era un bebé y estaba tan indefenso que no supo qué hacer, y no tuvo mucho tiempo para pensar en eso porque no tardó en aparecer otro, y luego otro casi instantáneamente, como si su cuerpo sin huesos fuera una máquina de hacer mosquitos, pequeños e inconcientes, intentando salir de aquella enorme piscina que era el vaso. Ya eran incontables los mosquitos que salían de su cuerpito, veinte, treinta, cuarenta, ciento veintidós bichitos intentando rescatarse a sí mismos de su propio nacimiento, y ya no eran más que una enorme masa negra adentro de un vaso ordinario, y que luego se rebalsó y se convirtió en una agrupación innumerable de partículas negras que recorría sin destino una sola pieza que era como la inmensidad. Nadie controlaba sus movimientos, se dejaban llevar por el impulso de ser una masa sola y vomitiva, hasta lograr dejar todos los rincones del cuarto llenos de sus cuerpitos sedientos de sangre.

12.2.09

Los puentes.

A veces se me hiela la sangre,
se me doblan los huesos,
me recorre por el cuerpo
una sensación infame
y no gasto mi tiempo
en ponerle un nombre,
dejo que llegue a los pies
y busco al sol como desesperada,
y soy de repente
la persona más estúpida del mundo,
y trato de crear rayitos
así entre mis dedos.
Pero nunca aparecen,
porque están lejos,
como mi sangre,
como mis huesos.
Están lejos y nunca
vendrán a buscarme.
Aunque pueda escribir de vez en cuando
unas palabras aladas
y casi poder sentirlos
quemándome la piel.

10.2.09

La libertad.

La encontramos y tenía las alas rotas, su sangre era la lluvia más pura de la tierra y se despertaba cada vez que escuchaba mi susurro frío, le corría por la frente un sudor que espantaba y los ojos se le abrían como intentando salir. Besé las plumas como si estuvieran vivas, y las hice volar. Pero fue el viento, y ella sonrió. La miré, le sonreí, la lloré, la insulté, la sufrí. Otra vez cayó y otro ala se me disolvió en los dedos, y luego fue ceniza y por fin se incorporó cómoda al viento, como la primera, y una a una todas fueron escapándose de mis peligrosas manos. Ella cerró los ojos titubeantes y fríos, me besó la punta de los dedos y poco a poco me los fue congelando. Dos, tres, veinte segundos, pequeñas eternidades, esbozó un gesto indescifrable. Quiso quererme, quiso en verdad quererme, lo quiso con los huesos, con todos los músculos de su carita blanca, con todos los elementos metafísicos que alguien inventó. Pero se disolvió ella también con sus alas, y con la niebla, y con el viento. Y con ella. Y fue libertad.

27.1.09

Pero no eras vos.

Abrí la puerta y no eras vos
y no me besó tu boca,
abrí la puerta y cerré,
cerré muy fuerte
los ojos,
porque no eras,
y sentí en la piel
que no,
que no para siempre,
que no para nunca,
siguió andando el mundo
pero ya no eras vos
el que tocaba mi puerta,
ni el que besaba mi boca,
no eras vos y eso ya bastaba
para no bastarme.
Ya no funcionaba voltear la llave
como en un sueño
o en un engaño,
ya no porque aunque la volteara,
y aunque estuviera mojada,
no estarías vos ahí,
del otro lado,
más allá del límite
que traza el tiempo.

17.1.09

Hora de pretender.

Quisiera que la vida se olvidara un poco de mí, poder estar un poco sola y saber también que está todo lo demás. O reencontrarme con lo viejo de la forma más cruda para así saber cuán presente estoy, y perderme en la verdadera incertidumbre del futuro. Quisiera también no creer en nada que sea realmente cierto, no saber que existen los finales e inventar una mentira tan grandiosa que hasta las verdades se la crean. Perderme con la seguridad de que no será difícil volver a donde pertenezco, y a la vez no pertenecer a nada. Besarte lento, que no exista el tiempo cuando a mí se me ocurra, que las cosas pudieran cambiar sólo cuando fuera necesario, y saber decirte sin gastar palabras las cosas que me pasan. Quisiera al menos por un instante, y más ahora que la madrugada es más profunda, inventar entre mis manos un mundo perfecto, hacer que lo tangible se vuelva más certero, romper las cadenas que me atan a los sueños. Ser libre para decidir esclavizarme a lo que siento, encontrar siempre el equilibrio justo para no perder la calma. Aprender cuándo ser conciente y cuándo olvidarme por completo de que existo. No desesperarme nunca porque me falte tu abrazo, ni arruinar lo que hoy construímos.

15.1.09

Otra cosa.

No hubiera preferido tener otra cosa,
otras cosas,
tener habilidades extremas,
ni talentos extraordinarios, no porque eso es
como perder tiempo
en lo imposible.
Hubiera preferido, si alguien me hubiera dado
a elegir,
ser algo parecido a mí,
tal vez con menos defectos,
pero no con otros,
hubiera querido ser yo,
pero aún más yo
de lo que hoy soy.

Y si algún día
y porque sí,
tuviera que cambiar,
mejorarme,
terminarme,
renacerme,
si a alguien se le ocurriera
darme algo mejor
de lo que tengo,
con qué orgullo asqueroso diría
que no.
Un no soberbio
y horrible,
odioso,
como suelen ser los no.

9.1.09

Una noche.

A ella le pasa que no sabe qué decir
y cuando dice
aún más calla,
y cuando llora
más habla.
Porque tiene en la memoria
todas las delicias del alma,
juega rabiosa,
mata.
Ella en el fondo sabe
que cuando esa noche
le salgan alas
y tras la ventana
nunca sea el alba,
ya tendrá mucho para
decir,
pero deberá callar
porque el vuelo
le quitará palabras.

2.1.09

Pequeño mundo.

Se llenó la cara de flores celestes hasta que una se le metió en la boca, y así florecieron en ella las flores más hermosas del mundo. Por entre los dientes salían los tallitos dulces, y el paladar era su tierra más perfecta porque tantas plantitas habían salido que no le daban lugar a respirar. Y no le importaba a ella, la que se había llenado de flores con una frescura y una belleza tan natural que hasta aquellas flores celestes, venidas de los jardines más primaverales, habían creído con hermosa inocencia, que en su boca pura y solitaria estaba su universo.