21.1.11

antes del final

no te arrebates, aún queda otro cigarrillo: sé que no es suficiente y que detrás hay más que otras cenizas. se me pudre el cuerpo aunque me veas sonriendo. no te escapes porque puedo ver tus pasos desde la punta de mi cama. si me dejás no alzo los brazos, ni siquiera puedo verte. todo es nube inmensa, un abismo idiota y se me cae el cigarrillo, y hago un incendio y se encienden enseguida las cartas que me escribiste. ¿por qué, si no voy a leerlas? ¿en qué parte de la ciudad estaremos? ¿estarás llorando al volver a casa? no te extraño. me he olvidado de tu cara. en el cielo que imagino se dibuja una nube intensa y negra que trae, húmeda y maléfica, todas las lluvias que le quedan al mundo. al menos al mío, que ya se termina.

otra ceniza cae sobre mi madera quebrada. debería cambiar los pisos, las sábanas y el reloj que chilla cada tanto porque se para: debería cambiar todo, hasta mi cuerpo. volver a nacer, pero ya es tarde, he tenido tiempo y lo he gastado enamorándome, y ahora ni siquiera puedo verte.

la primer gota invita a las otras a inundarme el patio: yo pienso que aquí todo tiene algo que te pertenece. también las plantas que se alimentan del agua, tanto como las que ya se han muerto. quiero fumar porque el aire puro no tiene gracia: intoxicarme es una manera de sentir que existo. para vos también, que seguramente llegaste y me estás llamando, altanera, para saber si sigo vivo.

no, te respondo antes del segundo tono. me he muerto hace tiempo.

7.1.11

pequeña crónica reconstruida

ya te pregunté por qué seguíamos escribiendo las paredes del patio. alguna vez las pintamos y sabés, brillaban al sol de la mañana y nos levantábamos, quizás demasiado temprano, para verlas. me acuerdo de cosas que mejor no recordar, y de otras que tienen sabor a distorsión.

ya te pregunté y no quisiste contestarme

porque a esta altura ya estás mirando hacia otra parte

esa luz pequeña y débil

donde el futuro no se topa con las pequeñas cosas.

la casa tenía árboles verdes, aún en invierno. y dos millones de flores que esperaban, como nosotros, la primavera o el sol o alguna cosa parecida. como cuando en pleno tedio, buscábamos la primera sonrisa para huir de nosotros.

me esquivaste como a un obstáculo

para llegar al atajo, y cumplir el deseo prometido:

nos olvidamos de todo para seguir viviendo

y no supimos lo largo que es

el olvido, cosas que dicen los poemas que leíamos de noche.

me amabas a punto muerto. eras precioso cuando te olvidabas de las obligaciones, y las diez de la noche tenían gusto a primera mañana. el café, negro como el color pesado del atardecer en la parte más cruda del invierno. todo formaba un cuadro gigantesco. los pulóveres, las manos calientes, las ventanas. el ventilador con pelusas, la voz de tu madre exigiéndote respeto.

ya no lloramos como llorábamos antes

nos guardamos todo en el bolsillo de la amargura

nos rascamos la cabeza, desentendidos,

marchitos por el sol del mediodía.

yo me acuerdo de tu cara, sin embargo

como un ciego recuerda las palabras en braile,

tantas veces la surqué, la sentí

como una obra mía, una escultura

que tuve que continuar todos los días.

preferimos vender la casa porque así sucede siempre. y no creímos en las herencias, en las reparticiones. mejor librar al azar lo que no es nuestro. para qué quedarnos, preguntamos una vez antes del largo silencio. el último que nos hundió en la nada. ahora estamos ahí, estancados, como si el agujero se hubiera acabado de pronto. me pregunto si habrás leído todos los poemas que te fui dejando, como una gran hechicera que sabe exactamente lo que va a pasar.