3.5.10

Recordará el lector atento

Se repetía en las hojas el susurro, dos veces las mismas palabras, que me hayas escrito una carta en el siglo veintiuno no podés negarme que es un poco extraño, aunque no sé si estoy peor yo, que te escribo sin que vayas a leerme.
La confusión de tu discurso me pareció vana, como una filosofía barata mezcla de palabras extraídas al azar de un diccionario. Como si te olvidaras de que lo que escribías además de sonar bien tenía que tener un significado, tenía que decirme algo. Hubieras usado más sustantivos concretos, adjetivos mundanos, verbos que se refirieran a una acción que pudiera imaginarme, no más bien ese dibujo de un mundo paralelo en que tu imaginación regía y dictaba las leyes posibles. Entiendo que hayas querido demostrarme la complejidad de tu mente y su superioridad con respecto a mis capacidades de comprensión, pero el objetivo de comunicar no se cumplió, y quizás es por eso que ahora te estoy odiando. Si no hubieras hecho la carta no hubiera sido necesario todo este circo, vos te hubieras quedado aunque sea a la fuerza hasta que por fin te acostumbraras y yo nunca me hubiera enterado de tus molestias y ese paso que estabas dando hacia el odio y que no tenía probabilidad de retroceder. Entiendo que es un poco egoísta mi postura, pero quién no ha sido egoísta, y quién no lo es todo el tiempo en realidad. Si vos te ocupaste de falsear tus actitudes para luego escupirme en la cara con palabras necias, no podés reclamarme absolutamente, y entiendo que no es cuestión de echar culpas, pero después de todo, vos nunca vas a leer esto.
Si hoy te enteraras de cómo terminé, quizás por efecto de tu carta, quizás porque estoy loco, yo sé que vendrías a rescatarme. Hay cosas que a uno lo marcan de por vida. No te voy a decir que fuiste vos la que lo hizo, sino más bien fijate qué te cuentan mis ojos cuando son las tres de la mañana y siento que es demasiado tarde.

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