8.12.08

Algo sobre los besos.

Un beso, para una persona cuyos labios ya están resquebrajándose de secos, puede significar el más importante objetivo y una vez que alguien se lo concede, sin importar la raza, el color o la religión, el premio más grande que pudo haber soñado. Porque con el tiempo, la boca se va tornando espesa y sucia, si es que no recibe en ella la pureza de la boca ajena, si es que no se llena aunque sea una vez, o mejor aún con cierta frecuencia, de la belleza inefable de sentir en uno, quizás la parte más oculta, que no se ve ni en las palabras, ni en los gestos ni en los ojos, del otro. Y ni hablar de besar, por elección o por obligación, varias bocas en cierto período de tiempo, al punto de no saber distinguir uno, los aromas, los sabores y las sensaciones que cada una da. Por eso es tan difícil valorar el beso cuando ya se están desgastando los pobres labios, y hasta tienen arrugas o cicatrices, cuyos victimarios son indescifrables, y entra la desesperación a rondar, hasta que se decide dejar de besar.
La comodidad de sentir propia siempre la misma boca es a la vez de conformismo y satisfacción, y uno sabe que al otro día, sin tener que hacer demasiadas predicciones, contará con la misma humedad y el mismo sabor compartido, y no presenta entonces el beso demasiadas preocupaciones ni inesperadas sorpresas, simplemente un placer que, según lo que uno elija, puede hacerse diferente cada día.

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