25.2.09

La masa negra.

Un mosquito se posó tímidamente en el vaso que alguien se había olvidado, y por torpe e irracional no tuvo opción que resbalarse y caerse en el agua haciendo un sonidito tierno y sutil. Salpicó unas gotitas de agua que se disolvieron en su cabeza e intentó nadar de acá para allá, como un loco, aunque no tardó mucho en resignarse y quedarse quieto esperando que alguna deidad lo rescatase. Y no supo si fue una deidad o una ley de la naturaleza, pero de sí mismo salió otro mosquito, con la mitad de su tamaño, y era un bebé y estaba tan indefenso que no supo qué hacer, y no tuvo mucho tiempo para pensar en eso porque no tardó en aparecer otro, y luego otro casi instantáneamente, como si su cuerpo sin huesos fuera una máquina de hacer mosquitos, pequeños e inconcientes, intentando salir de aquella enorme piscina que era el vaso. Ya eran incontables los mosquitos que salían de su cuerpito, veinte, treinta, cuarenta, ciento veintidós bichitos intentando rescatarse a sí mismos de su propio nacimiento, y ya no eran más que una enorme masa negra adentro de un vaso ordinario, y que luego se rebalsó y se convirtió en una agrupación innumerable de partículas negras que recorría sin destino una sola pieza que era como la inmensidad. Nadie controlaba sus movimientos, se dejaban llevar por el impulso de ser una masa sola y vomitiva, hasta lograr dejar todos los rincones del cuarto llenos de sus cuerpitos sedientos de sangre.

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