
Pero hoy pienso, no importa. La vida ya me ha dado bastantes disgustos, si no son grandes son pequeños, si no intrascedentes importantes, siempre algo que me asegura la verdad de la tristeza. Y pensar, qué cosa inútil, para qué sirve cuando uno ya ha pensado tanto y no ha encontrado nada. Si siempre se llega lo mismo: el cuerpo atravesado sagazmente por el tiempo, el recuerdo olvidado de un amor divino, los achaques, el viento intenso de la noche, el miedo a caerse de la cama y morir, alguna vez, como si nada. Como ahora estoy yo, solo de nuevo, cual si fuera necesario volver al mismo lugar, algo en la vida hace que vuelva a quererte en un desenfreno antiguo. Y sin embargo hoy cuando te pienso tengo veinte años, hoy, yo, tan viejo, cuando te recuerdo soy otro, tengo el rostro bello, mucho pelo, las manos tersas, los ojos iluminados, tu cuerpo, mi vida, toda la ilusión encarnada. Nada me falta cuando de a poco te invento. Está tu figura en el humo que aspiro, en las hojas que no existen en invierno y el florecer sombrío de la primer primavera, cuando camino, borracho, bajo un farol titubeante, cuando no está, y está otra, tu figura se recrea como si fuera el mismo tiempo, acechando en mis caminos para entorpecerlos. No me deja vivir, siquiera, cuando intento no pensar, y puedo levantarme luego de la duda para demostarme que puedo vivir, aún, aunque más cerca de la muerte. Está, sin embargo, para golpearme de lleno en el rostro, en un golpe sorpresivo como un trueno.
Quisiera no pensar, en esta mañana lúgubre que ya clarea, aunque cueste quisiera. Pero has existido, y es el pasado ahora lo que está presente, sobrevolando las nubes fugazmente, si todas las cosas pudieran ser acaso, tendrían tu nombre sin dudas, pienso. Vuelvo al pensamiento mi vida, porque de vos está hecho y hacia vos voy, siempre, aunque lo olvide las piernas me llevan solas, son tus manos que las empujan, dulcemente, hacia tu vida siempre. Si suspiro es para que responda tu voz de repente, para que traces vos sola el camino.
Así que tras dar vueltas en mi cuarto, inquieto, incómodo y despeinado, me pregunto inocente porqué la yerba está ahí, en ese cajón y no donde yo la había dejado, quizás, alguna vez. Y sonrío, torpe, fijando mi vista en un cuadro de una insípida flor.
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