11.5.08

El final.

No se acaban las páginas por una cuestión física de exterminio de la ciencia, una fórmula irremediable asqueada de realidad y trágicos finales, de es así pero ya no más y no hay forma de cambiarlo. Se acaban porque en el fondo yo quiero que se acaben, cumplan un ciclo que me duele tanto perder pero me indica que es un esclavo de la estupidez y la ciencia que no se justifica más que probándome que existe. Y en su ausencia es en donde muero (o acaso donde vivo) más plenamente, y cómo hoy se consumen solas las páginas que siento mías, pero qué tan mías pueden ser si se escapan de las manos y el cuerpo atolondrado, de los besos que son reales o no y la necesidad que es real o no. Y al hablar de necesidad se me ocurre preguntarme también si acaso necesito algo o si ese algo es accesible, no un manojo de palabras que puedo volcar allí o allá pero no importan demasiado. Al menos no cuando me pongo falsamente racional y veo que en caso de necesitar algo nunca lo voy a conseguir si es que no está a mi alcance, y bebo resignada el té frío y miro la hora como esperando el momento de la fuga.
Lo peor es cuando aparecés vos sin avisarme y volvés mi mente tan maleable y me hacés dudar como una tonta, será acaso porque no te quiero en realidad, quiero que me hagas sonreir entre el viento frío y las lágrimas de cansancio, que me toques apenas con dilacadas manos y un aire de placer. Y cuando estás lejos y te encuentro y me entero de que estás ahí tan vulnerable a que te tome de la espalda o de los hombros y con un beso en la mejilla intente llevarte a mi mundo que cómo se cae a pedazos cuando me doy cuenta de tu ausencia real, lo poco que te quiero y la confusión. No por no saber exactamente si es que te necesito o no, sino por perderme en vos tanto y tan poco a la vez, porque me doy vuelta y el mundo está ahí y no hay manera de escaparnos, es tan fuerte la impotencia que siento cuando te veo a mi lado pero al mismo tiempo tanta gente y tanto aire viciado. Y es necesario cerrar los ojos en el beso infinito para saber y sonreir entre tus labios, saber que no existe esa confusión sino la ambigüedad que me carcome pero qué importa si tan envuelta está mi cintura por tus manos aunque sean las únicas manos y la única cintura y el único mundo en el que creemos, por eso no quiero que me sueltes y sí, porque acaso no sé dónde estoy parada y tus ojos me llevan, y no quiero.

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