
"cada uno en su lengua puede exponer recuerdos, inventar cuentos, emitir opiniones; a veces incluso adquiere un estilo hermoso, que le proporciona los medios adecuados y le convierte en un escritor valorado. pero cuando se trata de urgar por debajo de los cuentos, de hacer mella en las opiniones y de alcanzar las regiones sin memorias, cuando hay que destruir el yo, no basta con ser un "gran escritor", y los medios deben resultar siempre inadecuados, el estilo devenir en no estilo, la lengua libera una extranjera desconocida, para que uno alcance los límites del lenguaje y devenga otra cosa que escritor" Gilles Deleuze
26.9.08
Sí llores.

22.9.08
El rico.
No, no gastes fortunas en un pasaje al Caribe, no robes un banco ni salgas en televisión, no tengas muchos amantes ni les reces a los santos. Porque eso, eso es como la arena que agarrabas de chico y poco a poco se te escurría entre los deditos, un grano y luego otro y otro y así hasta quedarte vacías las manos, solamente con un poquito de calor del sol. Así vas llenando de fugacidades tu vida y es tan triste, tan triste que no sepas que es inútil, que es estúpido que te creas esas mentiras que los carteles luminosos te venden. Y vos estás tan lleno de billetes gastados que nada te importa, como si en ellos estuviera todo lo que necesitás. Como si en realidad te bastara eso para ser feliz mientras llora el niño y grita de dolor su madre, y no estuvieras en verdad vos también llorando con él, porque no sabés nada, porque la platita no llena el vacío que te está matando, día a día, sin saberlo, mientras en tus manos sólo queda un poquito de calor del sol.
13.9.08
Plegaria para un niño dormido.
Se ponían un poco frías las cosas en esa época del año, sobre todo cuando las dejaban cerca de las ventanas o lejos de las hornallas, que siempre estaba prendidas. Por eso él se enojaba tanto cuando llegaba a casa y estaba su cama helada, y apenas se sentaba le ardían los huesos de una forma brutal y súbita, y gritaba tanto que despertaba a la niña. Pobre niña, que dormía plácidamente y soñaba con jardines y flores de verano, en un invierno tan mortal, y tenía que interrumpir el sueño porque papá era infeliz y no tenía tiempo para no serlo. Así que frunciendo el ceño se levantaba y caminaba pesada a la cocina, que cuando era madrugada estaba más negra que nunca y olía a viejo y encerrado. No debían pasar más que algunos instantes hasta que aparecía el padre con su cara espectral a besarla y a pedirle perdón una y mil veces. Cumplido el acto se entregaba al frío de su cama, y la niña lloraba silenciosa, y ponía esa carita que ponen los niños cuando aguantan el llanto, inflando los cachetes y enrojeciéndose mientras de sus ojos brotan algunas lagrimitas, escapándose de la fuerza que hacen los párpados débiles.
Pero esa noche la niña no lloró, y no por disimular su tristeza, sino porque se sentía bien, realmente bien. Y estaba sola en la cocina minetras miraba la espalda de su padre que poco a poco se alejaba, se internaba en la inmensa oscuridad que tenían las noches allá y desaparecía mientras la dejaba solita, aún más oscura que él. Y soñaba todavía como si no hubiera despertado en realidad, como si estuviera internada en los bosquecitos o en las selvas que su cabecita creaba cuando nadie gritaba ni le decía que debía ser una buena niña y bañarse de vez en cuando y decir adiós al irse. Por eso se reía aunque las hornallas estaban apagadas y el frío se le iba trepando desde la yema de los dedos y la cabecita hasta todos los rincones de su cuerpo que eran arbolitos donde dormían las ardillas y los teros, y donde ella se colgaba como el frío de sus huesos, y luego se caía torpe y feliz mientras la helada le besaba los pies y la inmovilizaba de a poco, dejándole correr por entre el pasto crecido y la lluvia, muriéndose sin parar de reirse, respirando la brisa y el verano que estaba cerca, tanto que ya podía sentirlo.
Pero esa noche la niña no lloró, y no por disimular su tristeza, sino porque se sentía bien, realmente bien. Y estaba sola en la cocina minetras miraba la espalda de su padre que poco a poco se alejaba, se internaba en la inmensa oscuridad que tenían las noches allá y desaparecía mientras la dejaba solita, aún más oscura que él. Y soñaba todavía como si no hubiera despertado en realidad, como si estuviera internada en los bosquecitos o en las selvas que su cabecita creaba cuando nadie gritaba ni le decía que debía ser una buena niña y bañarse de vez en cuando y decir adiós al irse. Por eso se reía aunque las hornallas estaban apagadas y el frío se le iba trepando desde la yema de los dedos y la cabecita hasta todos los rincones de su cuerpo que eran arbolitos donde dormían las ardillas y los teros, y donde ella se colgaba como el frío de sus huesos, y luego se caía torpe y feliz mientras la helada le besaba los pies y la inmovilizaba de a poco, dejándole correr por entre el pasto crecido y la lluvia, muriéndose sin parar de reirse, respirando la brisa y el verano que estaba cerca, tanto que ya podía sentirlo.
5.9.08
No es para dar consejos y que luego los citen los oficinistas en las charlas de café, no por inventar verdades ni hacer de una existente algo novedoso, no por adornar con pinceles gruesos las palabras que han usado bien los sabios, ni por hacer de los léxicos vulgares una obra de arte sin las herramientas que precisa un artista.
No es por eso que escribo y mucho menos que hablo si es que hablo alguna vez, no escribo para llenar de aire las mentes y que se crean un poco menos invencibles, y menos para ilustrar realidades catastróficas ni para besar los pies del que nos condena, haciendo del defecto una virtud, como se han mal acostumbrado los que discursean a los gritos, cuyas palabras reciben los que no saben oír.
Escribo porque, como bien han dicho, no puedo dejar de escribir.
No es por eso que escribo y mucho menos que hablo si es que hablo alguna vez, no escribo para llenar de aire las mentes y que se crean un poco menos invencibles, y menos para ilustrar realidades catastróficas ni para besar los pies del que nos condena, haciendo del defecto una virtud, como se han mal acostumbrado los que discursean a los gritos, cuyas palabras reciben los que no saben oír.
Escribo porque, como bien han dicho, no puedo dejar de escribir.
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