26.9.10

Historia de las sillas

Cuando alguien lo rescate, el gusanito saldrá a la tierra. Andará contorneándose inquieto y transparente por la humedad del suelo, se arriesgará a las pisadas y se deslumbrará con el cielo tibio de la última tarde. Pero hoy, una honda oscuridad lo mantiene debajo. No importa si cierra los ojos, si los abre, si intenta moverse o si sueña con un amor rubio. Su cuerpito sabe dónde estar para no morir, sabe que lo aplasta insensiblemente una gran piedra. Y que por su poco peso, su poca fuerza y su poca importancia dentro del reino animal, no podrá salir jamás de las limitaciones de su vida. Porque si saliera, ni siquiera podría alimentar a nadie, no serviría. Simplemente lo aplastaría un pie extraño e inmenso e inmediatamente entraría en la lista de las cosas descartadas que le sobran a este mundo y que sólo puede agregarlas a una lista para no ser tiradas en agujero negro, una bolsa de basura o un olvido atento de alguna cabeza.

Su inmovilidad suele desesesperarlo. Es fantásticamente obediente, a pesar de la limitación de sus posibilidades. Apenas intenta salir, vuelve a su cabeza como un martirio la realidad amenazante de su vida, y permanece apesadumbrado durante el resto del tiempo (no del día, no de la noche, eso nunca se sabe).

Pero hay una cosa que, invariablemente, lo impulsa a abrir los ojos, a dibujar una tierna sonrisa a pesar de no hacer fuerza o de estar muy dormido. Y es pensar que allá afuera, a alguien le molestará la piedra que lo aplasta. Y que por eso, a pesar de no pensar en su terrible desgracia o en el necesario salvataje de su especie, la correrá y su vida comenzará de nuevo. No sabe qué habrá debajo. Tampoco lo sospecha. ¿Más tierra, más nada, otro mundo igual al de arriba, pero al revés? ¿Con piedras que se alzan sobre las cabezas, y personas que las rozan mientras están paradas? Algún día vio algo parecido. Y el recuerdo lo enaltece y se siente superado. Por eso puede imaginar, con un gesto soberbio, cuántas cosas podrá haber además de las que ya conoce.

La inversión del mundo por debajo suyo es la idea más acertada, para su cabeza pequeña y su cuerpo zigzagueante (antes zigzagueante) al menos. Si se intentara hundir un poco más, si hiciera fuerza contra todo eso que está debajo suyo y que siente que lo espera, su objetivo en la vida estaría cumplido, y, lo más importante, no dependería de nadie que alzara la piedra que lo hunde cada vez más en la tristeza. Así que se dispone a cavar hondo, profundo, constante y fervientemente, esperando la luz, otra piedra, un pie, la existencia paralela de otro mundo que nadie más que él es capaz de conocer. El tiempo pasa agazapado a él, recordándole su existencia a cada paso, haciéndole saber que quizás quedarse hubiera sido la mejor opción, esperar que un piadoso, necesitado o distraído caminante lo dejara respirar para volver al antiguo mundo que ya conocía, y que era su mayor comodidad. Pero no responde a sus tentaciones, poderoso el gusano impulsa con toda su pobre potencia la tierra que va encontrando, hasta que se topa con algo. Pero no es duro como una piedra, ni gomoso como la suela de una zapatilla. Es suave y sedoso y se posa tímidamente sobre él. La suavidad de ese objeto, su comodidad terrible lo satisface de tal manera, le devuelve tanto su antigua felicidad, que se queda dulcemente dormido, como si fuera ese el lugar que lo estuvo esperando toda su vida, como si fuera esa nube la cama en la que algún día debía dormir.

1 comentario:

specialneeds dijo...

Que lindas tus cosas. Te encontré por ahí y me gustó leerte.