22.4.11

el niño vuela

un pájaro voló sobre mi cara. y tras darse un golpe seco en el asfalto, estampándose la cabeza contra una baldosa floja y mojada, se sacudió las alas, respiró profundo y murió.

cerró los ojos lenta y profundamente, como si viera de repente todas sus posibilidades de ser hombre escabulléndose a través de un largo pasillo negro. los cerró y relajó su cara sin culpa, posando la cabeza cerca del cordón. un niño que jugaba a la pelota lo vio y se quedó mirando su cuerpo ya inmóvil ante sus pies pequeños. como si estuviera observando una imagen inolvidable, quiso registrarla en su memoria entre las cosas más sutiles. y el pájaro se movió súbitamente, en un espasmo corto y definitivo. el niño no dejaba de mirarlo, consternado, casi tan tieso como el animal moribundo, y parecía sol de mediodía que no se muere nunca. tenía la pelota entre sus brazos, y la soltó perdiendo toda conciencia de la fuerza de su cuerpo. por fin pudo quitar los ojos de aquel cadáver insignificante en el ciclo natural del mundo, para buscar su pelota que comenzó a rodar hacia la calle. ya era tarde, un auto la atropelló sin dar señal de resistencia, y el juguete quedó aplastado contra la acera como una insignia imborrable a través de los siglos. pero no la miró, porque toda su vida se había ido con el pájaro. y comenzó a caminar hacia ninguna parte, ya de noche, tan solitario como nunca lo estaría jamás, ni siquiera luego de un gran colapso nervioso, ni siquiera cuando fuera un hombre tan triste como la noche. vio sus pies moviéndose y recordó las alas de un pájaro batiéndose al sol, y se creyó volando también en dirección a las nubes, con grandes alas de plumas marrones y manchas de sangre en el cuello, como las de ese pájaro que murió justo al lado de sus pies pequeños. y pensó en sobrevolar montañas nevadas, y grandes ciudades con personas encorvadas cargando carros con verduras. en intentar saludarlos y que algún viejo alzara la cabeza sorprendido y con una sonrisa de bebé en los ojos.

su casa sombría tenía grandes columnas blancas en la puerta, y al entrar las golpeó con desgano, en una especie de impulso inconciente. su espalda se dibujaba en la sombra de ese atardecer de mayo, y yo desde mi auto observaba sus pies por fin atravesar la puerta, como el pájaro se cruzó ante mis ojos para luego morir estampado en la vereda.

2 comentarios:

Carolina Bugnone dijo...

querida, todo comentario sobra. esto es tan hermoso...

Diario 2011 dijo...

Mística