11.3.08

La espera.

Se sentó en el hospital, y el miedo le helaba la sangre, y el diafragma le apretaba, y los ojos se le hundían, y las manos se le endurecían de tal manera que no podía moverlas. El tiempo pasaba tan lento que ya se había olvidado de lo que significaba, y esperaba como quien espera lo que nunca vendrá. La mujer de al lado lo miraba y en un momento le pareció oír unas palabras de su parte, pero apenas las entendió. Creyó estar volviéndose loco, o malo, o desgraciado. Como sabiendo, y llorando, y lamentándose. El reloj ya no hacía el sonido habitual, no había ya olor a remedios y sus ojos seguían mirando esa pared perfectamente blanca, como los delantales, y las sillas, y las noticias, y su mente, y los rostros, y los cabellos, y las manos. Supo que ya no debía estar allí, que ya no importaba él, ni nada, ni esperar. Buscó inútilmente alguna respuesta, hizo fuerza como intentando hacer algo. Pero ya no podía hacer nada, y todo seguía tan blanco como siempre, en aquel rincón de él.

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